martes, abril 08, 2014

¿Y si las palabras pudieran matar?

Autor: José Rafael de Regil Vélez, datos del autor haz click aquí
Publicado: Síntesis Tlaxcala, 27 de febrero de 2014

     En una fiesta unos adolescentes se golpean al calor de todos los sentimientos  que se arremolinan en esa etapa de la vida. Hay el consabido intercambio de porrazos y al parecer todo queda allí. Al paso de los días el asunto es la comidilla de los conocidos.      Todos hablan, opinan señalan y lo que era una pequeña y simple gresca empieza a tomar proporciones mayores: hay amenazas, comienzan a intervenir otras personas para amedrentar a las partes… Y todo por las palabras: porque al decir, al señalar, al insuflar con afirmaciones, especulaciones y adjetivos los ánimos se enardecen.
         El caso podría ser distinto: las personas empiezan con habladurías y alguien puede terminar sin honra o escondida para escapar de las palabras, incluso como ha sucedido alguna vez, con el costo del suicidio mismo.
         El 16 de febrero de este 2014 Francisco, el Papa jesuita de la Iglesia Católica, fue a visitar la Parroquia de Santo Tomás Apóstol, en el sur de la diócesis de Roma de la cual él es el obispo.  Se encontró con los parroquianos para celebrar con ellos las primeras couniones y confirmaciones de niños y jóvenes.
         De acuerdo a la versión presentada por el Vatican Information Service, en la homilía él llamó la atención de la concurrencia recordando algo muy viejo pero con frecuencia olvidado: ¿qué hay en tu corazón? Y desde allí enfocó el evangelio de ese día que decía: “Han oído que fue dicho a sus padres: ‘no matarás’. Pero yo les digo que el que se enoja contra su hermano, lo mata en su corazón”… y el prelado enfatizó: el que habla mal de su hermano lo mata en su corazón, quizá sin darse cuenta, solo chismorreando, deseando el mal, “inyectando veneno” –como diríamos en México.
         Y si las palabras pudieran matar, lo harían; pero como no pueden hacerlo físicamente, sí lo hacen condenando, vejando, humillando. No está de más detenerse para ver qué hace uno con los decires a los demás, especialmente a los que dice querer.
         Pero en esta historia hay otra parte: la de ayudarnos entre todos a entender que aunque las palabras de los demás pueden ser terribles, no son sino palabras, a las cuales nosotros les asignamos significado. Si alguien me dicen una palabra con el ánimo de ofender y yo no acuso recibo, rompo el conjuro. Nadie, ni el que más violentamente me vitupere, puede realmente dañarme.
         ¿Y si las palabras pudieran matar? ¡Habría que quitarles su carga homicida, fraticidad! Revisando nuestro corazón que es capaz de sumirse en habladurías al tiempo que sabiéndonos por encima de ellas. Lo que va de por medio en este doble movimiento es la posibilidad del reconocimiento del otro como una persona tan digna como yo, con la cual estoy invitado a vivir en paz construyendo la fraternidad a la que todos estamos llamados.






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