Autor: Rodrigo Saldaña Guerrero
Publicación: Síntesis, 18 enero 2006
En el calor de una campaña que amenaza con ponerse muy belicosa, con frecuencia parece que todo va a girar sobre la ideología. Ésta tiene su importancia, naturalmente, pero ¿tiene la central y absoluta que se le quiere dar? ¿no estamos incurriendo en una sobreideologización de la política?. Parecería que en estas elecciones hay que apostarlo todo a esta carta, y que si acertamos en ella todo está ganado. ¿Qué decir, empero, del personal político que va a aplicar estas ideologías al gobierno?. Podríamos comenzar con el mismo pueblo, del que se nos dice a cada paso que es maduro, acertado, equilibrado. Averigüe usted qué sabe el ciudadano común y promedio sobre teoría política, funciones, partidos y candidatos, y la respuesta no será tan alentadora. Ya el hecho de que casi se hable exclusivamente sobre la elección presidencial, y de que lo poco que se habla de las legislativas sea acerca de la relación entre la próxima legislatura y el presidente respectivo no augura nada bueno. Que hechos lamentables, sobradamente conocidos, sólo reciban atención cuando el Director de la Comedia, alias El Filtrador, enfoca sobre ellos los reflectores, es francamente alarmante. Pasemos luego a los actores políticos profesionales.
Dejando aparte de la ideología, ¿cuáles son las habilidades de éstos para la negociación, la administración, la comunicación?. Pensemos por ejemplo en el poder legislativo. Hay expertos que nos aseguran que hay estados en los que han sido aprobadas iniciativas muy alentadoras en cuestiones como la reforma judicial y la administrativa. Un escandaloso mayoriteo por el contrario ha llevado a escenas lamentables en algunas entidades. Baste recordar que en alguna ocasión la ALDF aprobó aplastantemente una iniciativa, y prácticamente dijo después “que dice mi papá que siempre no”. Está claro que el Congreso de la Unión ha dejado de lado tareas que uno consideraría impostergables: ambigüedades y puntos obscuros en textos legislativos fundamentales, falta de leyes reglamentarias, ausencia de reformas como la fiscal. La recaudación es enormemente baja, costosa y laberíntica. Todo el mundo está de acuerdo aparentemente en la necesidad de su reforma, pero ésta no aparece por ningún lado. Declaraciones de líderes legislativos hechas en red nacional demuestran terrible incompetencia o increíble mendacidad. Se le suele echar la culpa al ejecutivo, pero la verdad es que casi todo el trabajo abandonado pudo y debió ser hecho al interior del poder legislativo, sin ninguna ayuda externa. Podemos aventurar la hipótesis de que este poder federal no se ha adaptado a las actuales circunstancias, al escenario post-priísta. Deben cambiar la cultura política y las actitudes, se debe adquirir habilidades que antes resultaban innecesarias y que, de hecho, casi no existían.
Un escenario similar puede ser percibido en el mundo económico. No todo es cuestión de modelo, tal vez nuestros administradores públicos y privados no tengan la capacidad, las actitudes, las habilidades, para enfrentar el actual escenario mundial. Para muchos burócratas el lucro ilegítimo en sus diversas formas es una segunda naturaleza, y gran número de empresarios manejan sus negocios como lo hacían sus abuelos. Se plantea pues la gran interrogante: el personal con el que contamos para responder a los desafíos del momento ¿es capaz de hacerlo, independientemente de la ideología y del modelo?. Hoy tendríamos que preguntarnos, especialmente, si lo es el que llegará a los diversos puestos públicos según cada escenario de resultados electorales en este año crucial.
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