martes, diciembre 01, 2009

No bastan dieciséis días

Autora: Celine Armenta
Publicación: E-Consulta, 1 de diciembre de 2009

Muertas a palos, las hermanas Miraval no pudieron ser silenciadas. La suya fue una muerte de activistas que precipitó la caída de Trujillo en la Dominicana, al poner al descubierto su burda crueldad represora. Además, el aniversario del asesinato de las Miraval marca cada año el inicio de una larga jornada mundial: los dieciséis días de activismo contra la violencia de género.
Tenemos dieciséis días para emprender todo tipo de denuncias y acciones, y para sumar al activismo a mujeres y hombres de todas las esquinas del planeta y todos los estilos de vida, todas las culturas, todas las capacidades.
Porque la violencia de género existe en todas partes. No sólo la página roja de los diarios da fe diaria de esta forma de violencia; los ejemplos saltan a la vista; escuelas y hogares de todo tipo son escenario del trato despectivo, autoritario y controlador, humillante, violento e incluso fatal hacia las niñas y mujeres, jóvenes y ancianas, por el hecho fundamental de que son mujeres.
La violencia de género, larvada en tantos corazones de hombres y también de mujeres, amenaza las posibilidades de desarrollo pleno no sólo cuando se manifiesta a nivel individual, sino sobre todo cuando se incorpora a las estructuras legales, porque a la trasgresión se suma la indefensión total de la mujer violentada.
Y esta es nuestra realidad de hoy: la violencia de género ha tomado forma de ley; hoy la violencia contra las mujeres es un mandato emanado de las cámaras de legisladores estatales. La violencia hacia la mujer está en la esencia de las reformas legales y Leyes de la Familia que en Puebla, junto con la mitad de los estados del país, han aniquilado no sólo derechos y conquistas históricas de las mujeres y de la sociedad, sino las esperanzas de alcanzar la equidad algún día.
Estas nuevas leyes, que supuestamente buscan defender la vida y las familias, comparten los pretextos y falsos razonamientos que hace veinte años llevaron a un universitario a asesinar a catorce compañeras en la masacre de Montreal, cuyo aniversario forma también parte de los dieciséis días de activismo.
Aquí, como en la capital del estado francocanadiense, se ha impuesto un enojo irracional ante las posibilidades de desarrollo de las niñas y mujeres; un odio visceral, una desconfianza sistemática, un desdén humillante hacia nuestras decisiones y nuestros derechos. Esto también es un intento brutal por frenar la emancipación de la mujer y sus evidentes avances; aquí también habrá muertas.
Legisladores y líderes locales, principalmente del PAN y del PRI , con la complicidad del silencio del Senado y del Congreso de la Unión, se han sumado a una cruzada internacional retrógrada y oscurantista, que seguramente tiene poco que ver con la conciencia de cada uno. Pero que ha evidenciado que nuestros legisladores tienen precisamente muy poca conciencia.
Las convicciones radicales y la avidez de poder de una jerarquía religiosa y misógina se trasladan a mayorías ignorantes y temerosas que al aceptar estas ideas se convierten en víctimas sojuzgadas y sin iniciativa. Pero dudo que los legisladores caigan en esta categoría; me inclino por aceptar lo denunciado en tantos medios: las presiones, chantajes, amenazas y promesas con trasfondo electorero a las que han sucumbido diputados de entidad tras entidad. Sólo así se explican las votaciones tan copiosas a favor de leyes que contravienen posturas liberales largamente sostenidas por sujetos y partidos.
Al final, como bien expresa la denuncia firmada por cientos de mujeres, hombres y organizaciones, se ha impuesto una interpretación religiosa a la vida reproductiva de las mujeres; se ha otorgado personalidad jurídica al embrión, contraviniendo principios científicos; se han violado derechos humanos de las mujeres, garantizados en la Constitución, como las decisiones sobre nuestro cuerpo, el ejercicio de nuestra sexualidad, y la libre elección de la maternidad.
Además, se han cancelado los derechos de vivir una vida libre de violencia y se ha institucionalizado la violencia de género al extremo de obligar a las víctimas a llevar a término los embarazos fruto de violaciones e incesto.
En Puebla no sólo no hemos avanzado: hemos retrocedido hacia un oscurantismo doloroso. Ahora, por ley, se ejerce una represión sistemática y generalizada hacia las mujeres; especialmente despiadada hacia las mujeres con menos recursos; hacia las más jóvenes e inexpertas, las menos informadas.
Dieciséis días de activismo no bastan, pero debemos aprovechar cada minuto de ellos, del 25 de noviembre al 10 de diciembre, para combatir una violencia que parece crecer desbordada aquí y ahora.

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