miércoles, octubre 30, 2013

Días de vida y muerte

Autor: José Rafael de Regil Vélez, si quieres conocer más de él, haz click aquí
Publicado en Síntesis, Tlaxcala, el 29 de octubre de 2013.

¡Se nos llegó el tiempo nuevamente! Los campos están vestidos de cempasúchil, las escuelas comienzan los festejos alusivos a la celebración del día de muertos, los antros y lugares de entretenimiento tienen a punto sus paquetes promocionales, los comercios las mercancías. Los puristas vuelven a batir sus armas contra la importación del halloween... Todo está listo para terminar octubre y comenzar noviembre celebrando a los difuntos y –en algunos casos- a todos los santos.
                La fiesta puede ser evasión, alcohol, vaciamiento de sí; pero también conmemoración, reencuentro, redefinición, como cuando alguien decide celebrar un rito de iniciación para sus pequeños –el bautismo el más común de ellos- y reúne a la familia, a los compadres, a los amigos: festivamente se restablecen los lazos que pueden llegar a ser el andamiaje en el cual se sostenga el pequeño cuando crezca y se vaya abriendo paso en la vida.
                En ese sentido 1 y 2 de noviembre son ocasión propicia para enfrentarnos a nuestra humanidad, para entendernos mejor, para restablecernos como personas. Y eso es posible si pasamos del ornato, el ruido, la música y las tradiciones vividas como algo meramente exterior a la consideración del fondo de dos realidades que asumidas son importantes para andar la existencia: la muerte y la comunión de vida entre todos los santos.
                Creo que en el primer caso es muy importante que entendamos que la muerte NO ES. En sentido estricto no existe sino como una carencia. Caer en cuenta de esto es similar a haber tenido un accidente cuyo resultado haya sido la amputación de un miembro: no está, pero debería de estar.
La muerte es la no vida. No existe, como sí existe la vida. Nuestra ocupación ha de estar, entonces, en contemplar nuestra vida cuando miramos la muerte: qué nos mantiene con vida, con nos hace sentir vivos, cómo vamos haciendo que valga la pena esto de lo que certeramente conocemos su final: la no vida. Sabemos –y es lo único que conocemos con seguridad- que moriremos.
                ¿Qué sentido tiene desvelarse cuidando a un hijo enfermo si ambos falleceremos? ¿Por qué perseguir siempre a nuestra curiosidad intelectual para conocer, entender y juzgar mejor nuestro mundo y nuestra vida, si al final seremos cadáveres? ¿Para qué establecer y sostener lazos de amor y de amistad si todo acaba? ¿Vale la pena luchar por la justicia en medio de la injusticia si para mí todo se extingue y para los míos también?
                Hay personas que han encontrado sensatez ante estas y otras preguntas que tienen que ver con las posibilidades de humanizarnos en la solidaridad, la libertad, la integración afectiva, la criticidad, la apertura a la trascendencia. Y no solo ello, sino que han decidido vivir conforme al sentido hallado.
                Reconocemos la sabiduría de la abuela que da hogar a hijos y nietos, un lugar donde sentirse acogidos y en familia; vemos como importante el compromiso de mujeres y hombres que trabajan por los huérfanos de guerra, las mujeres violentadas, los niños abandonados, los enfermos terminales, los indigentes. Nos llena de emoción la historia de la lucha que han establecido personas para escudriñar la realidad y crear medicinas, materiales para construir máquinas, diseñadores de tecnologías para que nos comuniquemos mejor. De igual forma nos sentimos desafiados por personas que han logrado abrir su conciencia y su espíritu en formas religiosas que les dan fondo para permanecer apostando por la vida a pesar de todo.
                Y nos gusta sentirnos unidos a ellos. Queremos estar en común unión, en comunión, con quienes viven apasionadamente la aventura de ser humanos y nos lo contagian estén vivos o incluso hayan muerto -Por eso nos gustan las biografías, la hagiografías-. A su lado también queremos contagiar humanidad. Es esa la comunión de los santos que estamos invitados a celebrar el 1 de noviembre desde el lejano siglo XIII cuando al Papa Urbano IV le preocupara que al no conocer a todos los santos no hubiera día para celebrarlos justamente.

                Final de octubre, inicio de noviembre, días de vida y muerte, de comunión de lo que más profundamente nos hace humanos. Jornadas para mirarnos a nosotros mismos con todas nuestras posibilidades y nuestra finitud; mirarnos a través de quienes nos han precedido y que están con nosotros comprometidos en que ser justamente humanos sea posible.

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