Publicado en Síntesis, Tlaxcala, el 29 de octubre de 2013.
¡Se nos llegó el tiempo
nuevamente! Los campos están vestidos de cempasúchil, las escuelas comienzan
los festejos alusivos a la celebración del día de muertos, los antros y lugares
de entretenimiento tienen a punto sus paquetes promocionales, los comercios las
mercancías. Los puristas vuelven a batir sus armas contra la importación del
halloween... Todo está listo para terminar octubre y comenzar noviembre
celebrando a los difuntos y –en algunos casos- a todos los santos.
La
fiesta puede ser evasión, alcohol, vaciamiento de sí; pero también conmemoración,
reencuentro, redefinición, como cuando alguien decide celebrar un rito de
iniciación para sus pequeños –el bautismo el más común de ellos- y reúne a la
familia, a los compadres, a los amigos: festivamente se restablecen los lazos
que pueden llegar a ser el andamiaje en el cual se sostenga el pequeño cuando
crezca y se vaya abriendo paso en la vida.
En
ese sentido 1 y 2 de noviembre son ocasión propicia para enfrentarnos a nuestra
humanidad, para entendernos mejor, para restablecernos como personas. Y eso es
posible si pasamos del ornato, el ruido, la música y las tradiciones vividas
como algo meramente exterior a la consideración del fondo de dos realidades que
asumidas son importantes para andar la existencia: la muerte y la comunión de
vida entre todos los santos.
Creo
que en el primer caso es muy importante que entendamos que la muerte NO ES. En
sentido estricto no existe sino como una carencia. Caer en cuenta de esto es
similar a haber tenido un accidente cuyo resultado haya sido la amputación de
un miembro: no está, pero debería de estar.
La muerte es
la no vida. No existe, como sí existe la vida. Nuestra ocupación ha de estar,
entonces, en contemplar nuestra vida cuando miramos la muerte: qué nos mantiene
con vida, con nos hace sentir vivos, cómo vamos haciendo que valga la pena esto
de lo que certeramente conocemos su final: la no vida. Sabemos –y es lo único
que conocemos con seguridad- que moriremos.
¿Qué
sentido tiene desvelarse cuidando a un hijo enfermo si ambos falleceremos? ¿Por
qué perseguir siempre a nuestra curiosidad intelectual para conocer, entender y
juzgar mejor nuestro mundo y nuestra vida, si al final seremos cadáveres? ¿Para
qué establecer y sostener lazos de amor y de amistad si todo acaba? ¿Vale la
pena luchar por la justicia en medio de la injusticia si para mí todo se
extingue y para los míos también?
Hay
personas que han encontrado sensatez ante estas y otras preguntas que tienen
que ver con las posibilidades de humanizarnos en la solidaridad, la libertad,
la integración afectiva, la criticidad, la apertura a la trascendencia. Y no
solo ello, sino que han decidido vivir conforme al sentido hallado.
Reconocemos
la sabiduría de la abuela que da hogar a hijos y nietos, un lugar donde
sentirse acogidos y en familia; vemos como importante el compromiso de mujeres
y hombres que trabajan por los huérfanos de guerra, las mujeres violentadas,
los niños abandonados, los enfermos terminales, los indigentes. Nos llena de
emoción la historia de la lucha que han establecido personas para escudriñar la
realidad y crear medicinas, materiales para construir máquinas, diseñadores de
tecnologías para que nos comuniquemos mejor. De igual forma nos sentimos
desafiados por personas que han logrado abrir su conciencia y su espíritu en
formas religiosas que les dan fondo para permanecer apostando por la vida a
pesar de todo.
Y
nos gusta sentirnos unidos a ellos. Queremos estar en común unión, en comunión, con quienes viven apasionadamente la aventura de ser humanos y nos lo contagian
estén vivos o incluso hayan muerto -Por eso nos gustan las biografías, la
hagiografías-. A su lado también queremos contagiar humanidad. Es esa la
comunión de los santos que estamos invitados a celebrar el 1 de noviembre desde
el lejano siglo XIII cuando al Papa Urbano IV le preocupara que al no conocer a
todos los santos no hubiera día para celebrarlos justamente.
Final
de octubre, inicio de noviembre, días de vida y muerte, de comunión de lo que
más profundamente nos hace humanos. Jornadas para mirarnos a nosotros mismos
con todas nuestras posibilidades y nuestra finitud; mirarnos a través de
quienes nos han precedido y que están con nosotros comprometidos en que ser
justamente humanos sea posible.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario