jueves, noviembre 06, 2014

Saber escuchar

Autor: Mauricio López Figueroa
Publicado en E-Consulta el 30 de octubre de 2014

Todo mundo entiende, o eso es lo que se dice, la importancia de saber escuchar y de ser escuchado. Parece obvio señalar los beneficios y las implicaciones profundas que conlleva en el desarrollo humano y en el desarrollo social, no obstante vale considerarlas.

En el nivel individual tal vez el aspecto más importante de escuchar al otro sea que nos permite descentrarnos, reconocer que ante la realidad y sus condiciones existe diversidad de perspectivas con una validez inherente, pues cada persona experimenta y crea su realidad (sus valores, sus referentes, sus significados) sobre la que actúa y se construye. Escuchar a los demás nos permite reconocer nuestra propia forma de construir nuestro mundo, identificar bajo cuáles premisas lo hacemos y valorar si son adecuadas o requieren ser modificadas. Escuchar es una forma de verse al espejo.

Asimismo, escuchar al otro es la forma más básica de solidaridad y la base de la solidaridad es la compasión: nuestro fundamento más profundo, la base inherente de nuestra humanidad compartida. La humanidad es una realidad de contrastes, pues no se caracteriza por seamos buenos o malos, sino porque su dinamismo nos lleva a encarnar sus límites más sublimes y más oscuros, y esta dualidad es la que nos permite elegir el mejor camino, pero si bien el camino es individual, nunca es en soledad. Escucharnos compasivamente nos permite identificar las relevancias, los contrastes y los accidentes de nuestra geografía personal, así como valorar y apreciar el camino en lo que éste se termina 

En el nivel social, el saber escuchar no es solo una necesidad sino un imperativo. Ha tomado muchos siglos de historia conflictiva, dialéctica, cíclica, dolorosa, comprender y arribar con tropiezos a sistemas de organización que nos permitan poner más y mejores condiciones para realmente, humanamente, convivir haciendo real ciertos valores como el respeto, el reconocimiento mutuo y el trabajo por el bien común. Nuestros sistemas sociales no son, ni podrán serlo nunca, perfectos, justamente por el carácter ambivalente de nuestra humanidad, no obstante, estamos dotados de recursos para ajustarlos, construirlos y reconstruirlos.

En esta reflexión se parte de la premisa de que para que la sociedad sea capaz de enfrentar adecuada y realistamente sus problemas y pueda dar salida con viabilidad a los retos históricos más urgentes, es necesario e inaplazable trabajar y educarnos personalmente para construir una vida interior saludable, porque un ámbito interior personal es la base de todo cambio social, en alguno punto desvinculamos y fragmentamos esas realidades, no obstante, es hora de volver a lo esencial.

¿Cuál es la condición para escuchar al otro? Hacer silencio. Pero hacer silencio no ser refiere a no hablar, a mantener la boca cerrada mientras el otro habla; hacer silencio tiene la condición de estar plenamente presente al otro, estar de una pieza y ser todo-sentidos para nuestro interlocutor; poner toda, toda nuestra atención primeramente a la persona de enfrente más que a lo que está diciendo. Esto no quiere decir que ignoremos, que no presentemos atención al mensaje, o que no respondamos inteligentemente a él, sino que la atención está puesta a la totalidad dinámica y en flujo de quien demanda, por un momento, nuestra atención, nuestros oídos.

Hacer silencio. Ése es el verdadero desafío de quien escucha. Hacer silencio se refiere a mantener nuestros pensamientos a raya, a no permitir de entrada que todo el proceso de interpretación y proyección personal toda esa verborrea mental que se expresa invariablemente en juicios y valoraciones producto de nuestras expectativas e ideas fijas de lo que debe-ser o de lo que "nos gustaría" que fuera, nos pre-dispongan y se viertan sobre nuestro interlocutor; implica sin duda una confianza básica sobre la complejidad y empuje del dinamismo humano. Y cuando somos capaces de hacer silencio interior y no proyectar nuestras ideas y condicionamientos, así como tampoco identificarnos con las ideas y condicionamientos del otro, la comunicación suele ser fluida y liberadora, especialmente compasiva, inteligente y productiva.

Frecuentemente cuando un buen amigo, la pareja o un colega nos escuchan auténticamente lo que agradecemos no son los consejos o recomendaciones que pueda hacernos sino que justamente no intenta corregirnos u orientarnos, se percibe una apertura incondicional que anima y que en el simple acto de escucha nos sirve como un espejo terapéutico que refleja nuestras inquietudes. Puede que intervenga para ayudarnos a aclarar, formular y confrontar, pero no como una reacción intelectual sino como el resultado de quien intenta entender sin interpretar el lugar desde el que estamos e intenta, con sus recursos, favorecer que seamos nosotros quienes encontremos una salida. Ésa es la razón por la que las personas con esta habilidad son tan invaluables y le hacen un gran servicio a quienes les rodean: maestros, padres y madres, terapeutas, etc.

Lo humano es un cofre de paradojas: somos fuente de paz, de alegría, de justicia y solidaridad, pero la llave de este cofre la posee el otro. La paz que tan urgentemente necesitamos y que buscamos en todos lados radica en nuestra capacidad de hacer silencio interior; radica en nuestra capacidad de vaciar y aquietar nuestra mente mientras nos relacionamos, en el aquí y ahora, con el otro de una manera compasiva y sosegada.

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