Autor: Mtro. J. Gerardo Palomo González
Publicación: La jornada de oriente, 6 de Abril 2006
Una de las principales preocupaciones de los Estados Unidos de Norteamérica está dada por la incertidumbre a la que se ven confrontados sus intereses en la nueva escena internacional. Entre los grandes cambios geoestratégicos ocurridos en las últimas tres décadas tenemos la formación de distintos bloques regionales caracterizados por un marcado proceso de integración económica. Al mismo tiempo empiezan a perfilarse nuevas líneas de actuación internacional que aunque impulsan un tratamiento multilateral de intereses que les son comunes, esto mismo es percibido por la actual administración de los EU como una forma de poner en entredicho su hegemonía al considerar que dado su poderío económico y militar, su toma de decisiones no tendría que pasar por ningún tamiz multilateral.
Nuestro país se encuentra inscrito en uno de tales bloques regionales, el de América del Norte, claramente alineado a los EU desde la administración Salinas hasta la fecha, y al que fue conducido sin que su sociedad fuese realmente consultada; todo al calor del la caída del muro de Berlín y el colapso de la URSS.
En la Cumbre de las Américas de noviembre del 2005, el presidente de México se vio envuelto en una peculiar polémica con dos mandatarios (y un futbolista). El tono sensacionalista que se acordó al intercambio de declaraciones entre los presidentes de México y Venezuela, en su caso, en realidad contribuyó a ocultar el fondo del problema: el estancamiento del Acuerdo de Libre Comercio de las Américas (ALCA), proyecto que reproduciría al espacio latinoamericano como zona de influencia de los EU, por un lado, y el hecho de que los desplantes declarativos del ejecutivo mexicano no hacían otra cosa sino aislarnos diplomáticamente del proceso de integración que está en marcha en América del Sur, por otro, en el que Venezuela y Bolivia juegan un papel clave en términos energéticos. Un proceso de integración cuya consolidación contribuiría a relativizar el carácter de América Latina como zona de influencia de los EU o marcar el principio del fin de dicho carácter.
En este sentido, cabe preguntarse si el candidato que gane las próximas elecciones dispondrá del margen de maniobra necesario para desmarcarse de la política de la actual administración norteamericana con respecto a AL. Sobre todo si el gobierno saliente termina por heredarle un escenario nada halagüeño: una frontera norte en la que las instituciones de seguridad pública están desbordadas por la violencia del narcotráfico, en la que aparecen túneles por los que puede pasar casi cualquier cosa, una frontera sur cuyo control es una incógnita; continuas manifestaciones de violencia en diferentes estados de la república resultado del ajuste de cuentas entre cárteles disputándose mercados, rutas de tránsito o cobro de facturas; y no deja de causar sorpresa que el ahora secretario de seguridad pública “descubra”, a finales del sexenio, el brutal avance del narcomenudeo; sin dejar de lado secuestros e incremento de la delincuencia asociada al consumo de estupefacientes. Lo que nos indica que los intereses del crimen organizado han terminado por instalarse en la dinámica de nuestra política interna. Agreguemos las limitaciones con respecto a la creación de empleos y el flujo migratorio a ellas asociado. La cereza del pastel para el candidato triunfador oscila entre el tema de la gripe aviar o el terrorismo internacional.
Puntualicemos, la presencia de intereses del crimen organizado no sería un rasgo privativo de nuestro país. Lo que sorprende es la amplitud de su presencia en el tejido social, político y económico y el hecho de que no hubiesen podido alcanzar los niveles de desarrollo que se advierten sin una determinada cobertura política; siendo esta relación lo que permite destacar una tendencia de inestabilidad que pone en entredicho la gobernanza misma. Pues resulta que la justicia no sólo tiene que perseguir al crimen organizado sino también a los grupos de poder político responsables de su desmedido crecimiento, no se advierten iniciativas de desarrollo institucional que permitan enfrentar este efecto desestabilizador en lo global y si el aparato seguridad pública y de justicia tampoco quedan exentos de responsabilidad el resultado es particularmente grave: pérdida de legitimidad de la organización política de la nación en su conjunto, desnacionalización e inestabilidad. De manera significativa, la semana pasada el señor Bush declaraba que los “vecinos” de los EU debían ser estables.El candidato que gane lo hará en condiciones nada propicias para emprender negociaciones con el vecino país del norte, lo que podría conducirnos a tener que hacer serias concesiones en términos energéticos y alinearnos a su posición con respecto a AL. Pues entre la presión de nuestra política interna anteriormente descrita y la que resulta de las fuertes relaciones de interdependencia desarrolladas con los EU en últimos 30 años, la política exterior del país estaría en una pinza de la cual no será fácil desprenderse. Y por cierto, la entonces URSS renunció a su zona de influencia de manera pacífica, ¿los EU estarán dispuestos a una renuncia equivalente y de manera pacífica?
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