Autora: Yossadara Franco Luna
Publicación: La primera de Puebla, 04 de marzo de 2010
El grito provocador de André Gide “familias, os odio” parece ser que se está sustituyendo hoy
por un suspiro discretamente murmurado: “familias, os echamos de menos”.
Mucho se habla del papel de la familia hoy día, innumerables estudiosos abordan sus problemas lo que quiere decir que una de las temáticas centrales entorno a la educación es si la familia está cumpliendo o no con lo antiguamente establecido. La respuesta es no. Ciertamente está atravesando una crisis, una especie de claroscuro que no sabemos hacia dónde va a resultar.
La familia tenía un claro papel: conceder al niño la socialización primaria, es decir, convertir al niño, a través del ejemplo, de las recompensas y castigos, de distinguir a nivel primario lo que está bien de lo que está mal, etc., en un miembro estándar de la sociedad; después sería la escuela, los amigos, el lugar de trabajo, etc. los que se encargarían de la socialización secundaria cuyo proceso tiene que ver con adquirir conocimientos y competencias mucho más especializadas. Por lo tanto había una gran distinción entre el ámbito de lo público y lo privado; es decir de lo que pasaba al interior de una familia y fuera de ella. En pocas palabras: del hostil mundo exterior el niño podía refugiarse en su familia
Bajo esta premisa, entonces podemos decir que la educación familiar gozaba de suma importancia, pues lo que se aprende en ella tiene de una fuerza tal que sirve para resistir, reformular, responder y arreglar las tempestades de la vida. Por lo tanto, la escuela a su vez tenía otro compromiso: seguir el método antidogmático de llegar al máximo conocimiento con el mínimo de prejuicios y ello se lograba a través de dotar de información real al sujeto; entendiendo que al interior de la familia es muy fácil que se reproduzcan los mitos acerca de la vida. Esto se podría resumir en que la familia educa mientras que la escuela enseña.
Pero como la familia está pasando por una especie de eclipse, su función se está reconfigurando. De hecho hay nuevas funciones económicas, políticas y sociales en expansión; entre ellas claras transformaciones y preocupaciones económicas, cambios en las políticas públicas, nuevas alternativas de lo que hoy se espera de los sujetos, la moda de lo eternamente joven, entre otras variables que hacen que se pierda el objetivo que se tenía que cumplir al interior de un hogar. La pregunta que aquí cabe es ¿Quién se hará cargo de su tarea? ¿Qué hay de la formación de la conciencia tanto moral como social?
La escuela, por lo tanto, comienza a ser objeto de nuevas demandas, pero no está preparada para asumirlas. Los padres han dejado de lado por desánimo o desconcierto la tarea de formar las pautas mínimas de lo que es conciencia social y las abandonan dejándolas en manos de los maestros y cuando éstos fallan muestran tanta o más irritación, porque de alguna forma saben que es una obligación a la que han rehuido.
Dado que los padres no ayudan a los hijos con autoridad amorosa, a crecer y prepararse para ser adultos, la escuela comienza a tomar ese papel en sus manos, pero generalmente no se hace con afecto sino por la fuerza y esto no forma ciudadanos adultos libres; además nunca la escuela podrá asumir esa función porque un maestro no es familiar ni amigo de un alumno. Ser amigo de un alumno implica que el maestro piense como un adolescente, tenga gustos de adolescente lo cual no puede ser porque pierde su carácter de educador; y tampoco puede fungir como un familiar porque al interior de la familia se crean cierto tipo de vínculos en los que el educador, por la propia naturaleza de la situación, queda al margen. ¿Qué hará la escuela? ¿Cuál es su papel?
La tarea actual de la escuela es tratar de encargarse, queriéndolo o no, de muchos elementos de formación básica familiar y me refiero a someter al sujeto en el esfuerzo que implica aprender, a la disciplina que es previa a la enseñanza misma y en esta tarea ocupa mucho de su tiempo y se su espacio; tarea titánica, remunerada con sueldo bajo y muy escaso prestigio social.
Sería necesario poner en claro ¿cuáles son las consecuencias más importantes que trae consigo el concentrar todo esto en la escuela? ¿Qué hacer ante tal situación?
Tal parece que es y será tarea de los educadores recapitular cuál es su función y en ese sentido entender que la escuela es y deberá ser una formadora de gente sensata capaz de entender, desde casi todos los ámbitos, los problemas, hacerse consientes de la realidad de nuestros semejantes; quizá ello pueda resultar en un nuevo tipo de familia que de origen a la formación de un sujeto con menos prejuicios y más reflexivo.
Ello conlleva que hay que disminuir el afán por ir rápido en el aprendizaje. Hay que darle tiempo a los textos, hay que tenerles paciencia.
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