jueves, marzo 25, 2010

¿Sirve para algo tanto esfuerzo?

Autor: José Rafael de Regil Vélez
Publicación: El columnista, 24 de marzo de 2010, pág. 16.

Para UCD: la educación abre a la esperanza

 
En un encuentro con un grupo de mujeres, familiares de migrantes que han dejado Tlaxcala en búsqueda de horizontes de mejora para sí y los suyos, se habló de lo complejo del problema de la migración que tiene muchas aristas: la vulnerabilidad, las familias que se quedan, los riesgos de la trata de personas, la posible explotación, el desconocimiento de los propios derechos.
     En algún momento una de ellas comentó algo que llevaba muy clavado: se esmeró durante muchísimos arios para que sus hijos tuvieran estudios, que hicieran una carrera, y obtuvo buenos resultados. Sus empeños tenían una meta clara: que sus vástagos accedieran a mejores oportunidades que ella, pues siempre le había sido dicho que quien llegase más lejos, logrando mayores grados académicos, tendría más posibilidades para situarse en otro nivel de vida.
     El drama se desató cuando ellos con universidad terminada no lograron emplearse como profesionistas en el área para la cual se habían formado y sólo obtenían trabajos muy por debajo de su nivel académico y con sueldos ínfimos, proporcionales al tipo de labor que les permitían desempeñar.
     Así fue como los hijos de la señora decidieron emigrar, irse al "otro lado" en donde lograron emplearse una vez más en oficios lejanos de las profesiones en las que se titularon, pero eso sí: mejor remunerados que en su propia tierra.
     Esta historia se repite en distintos ámbitos sociales, hasta convertirse en uno de los problemas con el cual debemos lidiar desde los años ochenta, pero muy especialmente en esta segunda década del siglo XXI: los universitarios no se desempeñan en sus áreas profesionales a pesar del esfuerzo de costear su educación superior.
     Todavía más: estudiar no garantiza tener las herramientas para la realización personal, la posibilidad de interactuar con otras y con otros en la creación de un mundo en el que se pueda vivir con dignidad humana; para resolver los problemas que la propia vida nos presenta y tener ante ellos una visión integrada a partir de la cual se descubra el sentido para existir.
     A la luz de las promesas racionalistas de la modernidad se volvió lugar común afirmar que los estudios, certificados con la obtención con grados académicos, son como una especie de llave que abre las oportunidades para la vida. Eso piensan mujeres y hombres que hacen toda clase de esfuerzos para dar un mejor futuro a sus hijos, como antes sus padres lo hicieron con ellos.
     Hoy el panorama es diferente: no hay un camino que vaya directamente de la escuela a los grandes empleos en el área profesional que se cursó. En la actualidad sí es posible encontrar médicos, ingenieros, arquitectos, administradores que trabajan en labores muy distintas de las supuestas para sus profesiones; no se trata de un mito urbano.
     Tradicionalmente se ha dicho que los adolescentes de educación media superior deben definir a los dieciocho años lo que quieren hacer de su vida para que escojan la carrera adecuada. Y sí, el pensamiento suena bien, pero contiene un espejismo, porque se les pide que elijan para el resto de la vida en un panorama de gran incertidumbre, en el cual no hay garantía de que la actividad que realicen en el futuro sea necesariamente aquella en la que se prepararon, ni que se realicen en los demás ámbitos de su vida.
     La historia, incluso, se da entre estudiantes de universidad, quienes en las aulas descubren que la formación que reciben es muy lejana a lo que el mundo real les demanda y les puede ofrecer. Hay crisis de empleabilidad, crisis axiológica y cambian las necesidades de preparación para el futuro.
     ¿Cómo ayudar a los jóvenes a que escojan algo que sirva para su vida? ¿Será orientándolos para que se inscriban en una licenciatura específica? Hoy creo que no sólo eso basta.
     Estoy convencido que la realidad pedirá capacidades para laborar y vivir de distintas maneras a los egresados de las universidades. Su formación, por tanto, no debería ser tan especializada, sino amplia, con apoyos suficientes para seguirse formando, de tal suerte que por más que trabajen en actividades diversas a su carrera profesional tengan las herramientas necesarias para abordar las tareas que se les presenten y sortear los obstáculos para su desarrollo personal y social.
    Las universidades ofertan sus programas educativos. ¿Cómo elegir adecuadamente? Mirando algo más que carreras. Habrá que detenerse a observar:
  • Si la oferta de la Institución en la que pretenden entrar contempla la posibilidad real de aprender a realizar proyectos transdisciplinares que atiendan a la solución auténtica de problemas reales. Una formación transdisciplinar permite la comprensión de distintas ópticas, el manejo de diversas ciencias y sus aplicaciones tecnológicas de cara a las éxigencias de la realidad concreta que habrá que enfrentar en el mundo laboral y personal.
  • Si la metodología de trabajo les demanda que realmente laboren en equipo, aprendan a tomar decisiones con otras personas. El trabajo colaborativo es una exigencia cada vez mayor en los diversos ámbitos, desde las líneas de producción hasta los puestos gerenciales y para lograrlo hay que superar la inercia de la educación básica y media que privilegian la mera superposición de productos individuales e inconexos en lugar de una auténtica elaboración común. Es necesario aprender a decidir en equipo.
  • Si les exige el manejo de una segunda lengua para allegarse información, para entender cómo en otros países se están afrontando los problemas contemporáneos que nos afectan a todos; si la vida de la institución permite tener contacto con una realidad globalizada mediante sólidos programas de residencias profesionales en empresas nacionales y en el extranjero, lo mismo que de intercambios académicos con universidades de distintos lugares.
  • Si los estudios de licenciatura se vuelven una herramienta importante para aprender a aprender de tal suerte que cuando se deje la universidad sea posible acometer la cada vez más importante tarea de la formación permanente, que es responsabilidad fundamentalmente de cada persona. Así el futuro profesionista será capaz de presentar exámenes de certificación y participar en los programas de educación continua que lo mantendrán al día en lo relativo a las funciones que desempeñe.
  • Si los programas académicos contemplan cursos de corte humanístico que favorezcan la reflexión crítica sobre problemas sociales, la ubicación de éstos en su contexto, el conocimiento de los propios procesos y valores personales. Hay en las humanidades un patrimonio cultural que permite tomar las preguntas fundamentales de la existencia humana, qué estarán presentes durante toda la vida adulta y cuyas respuestas orientarán de una forma u otra las labores y las relaciones que serán establecidas con otras personas.
Lo que me parece relevante para evitar la frustración de sentir que tanto esfuerzo para que alguien egrese de la carrera fue en vano, porque la persona nunca trabajará en su profesión, es entender que ser universitario no es tener un título específico, sino haber aprehendido una manera de actuar que brote de ser persona informada, con una visión diferente de la vida, con una manera más adecuada de tomar decisiones. Así cada quien podrá ser social y laboralmente más pertinente y no sólo un desempleado con título de licenciado, maestro o doctor.

     Hay que buscar instituciones que tengan claro que la formación de actitudes debe promover la iniciativa, la creatividad con las cuales las personas se enfrenten al mundo que les espera no deseando tan sólo emplearse, sino mirándose a sí mismas como personas capaces de generar posibilidades para desarrollarse y condiciones de vida digna aun cuando no fueran empleados, sino empleadores.

     ¿Sirve para algo el ingente esfuerzo por dar estudios a los hijos? Sí, si eso les permite ser personas de carácter, inteligencia, sentimientos y libertad que sean capaces de abrir alternativas aun cuando se desempeñen en áreas diferentes a aquellas en las que se formaron.

     Si las instituciones educativas no ayudan para ello, habrá que exigirles que revisen sus fines, sus programas y métodos, esa también es nuestra responsabilidad y no sólo inscribir en ellas a los nuestros y matarse trabajando a fin de que tengan los materiales para ir a clase.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Muy cierto, la experiencia que nos da la vida misma tiene más valor que una carrera profesional.
Yo agregaría que dominar lenguas básicas como Espańol e Inglés , es fundamental, pues abre puertas en diferentes aspectos de el empleo.
Hoy en día ante un mundo tan cambiante e complicado, el saber más de la vida , o conocer como reaccionar ante circunstancias desfavorables , tiene más valor que nunca.