martes, abril 24, 2012

Todo queda en su lugar con el tiempo


Autora: Laura Angélica Bárcenas Pozos
Publicado: La primera de Puebla, 18 de abril de 2012

   Esta semana santa vinieron de visita un matrimonio amigo desde mis años de preparatoria, acompañados de sus dos hijos. Ellos viven ahora en Monterrey, pero vinieron a visitarnos pues sus familias siguen en la Angelópolis. En nuestro primer encuentro al inicio de la semana, estuvimos platicando de nuestros muchos recuerdos como estudiantes del Centro Escolar Niños Héroes de Chapultepec.
     Después de reírnos un buen rato detrás de cada anécdota de nosotros o de amigos cercanos que no estaban presentes, les fuimos narrando a nuestros hijos cómo era nuestra relación de amistad y las mil peripecias que enfrentábamos en nuestros años de adolescencia. Después de un rato, nuestra conversación se centró en cuando tuvimos una dificultad con la madrastra de Humberto, cuando él se enamoró de una muchacha que a la señora no le parecía la más adecuada para su hijastro.
     En ese momento con casi dieciocho años de edad sentíamos que todos teníamos derecho de vivir el amor como considerábamos que era mejor y con la persona que considerábamos que era la mejor. Así que para que Humberto viviera su historia de amor, todos los amigos nos organizamos para sacarlos de su casa tanto a él como a la novia y para engañar a Doña Catalina y, por supuesto, al padre de mi amigo.
     Unos meses después, Doña Catalina y Don Humberto, nos demostraron que la resistencia que habían tenido a la relación que Humberto sostenía, se debía, a que ellos no confiaban en la chica, pues ella parecía no ser suficientemente madura y mantenía relaciones con diferentes muchachos a pesar de ser ella muy joven. Una tarde, mi amigo descubrió que ella tenía otra relación y cuando él le reclamó ella dijo que estaba cansada de tantos conflictos con la madrastra.
     Mi amigo le rogó mucho a su novia para que volvieran, estaba dispuesto a perdonarla, pero ella no quiso. Todos los que estábamos involucrados en mayor o menor grado, en este juego que considerábamos ?justo?, también nos sentíamos decepcionados, ¿dónde habían quedado los ideales de amor, por lo que habíamos luchado? Un día me armé de valor y fui a verla para pedirle que volviera con Humberto en nombre de este amor, la única respuesta que recibí es que ella no estaba dispuesta a sufrir y que ahora estaba con alguien que la trataba bien.
      Me fui triste y dándome cuenta que a las personas no nos gusta sufrir y que creemos que el amor en miel sobre hojuelas. Fue entonces que empecé a entender qué significaba esto de amar. Aunque ninguno de mis amigos tenía cara para ver a Doña Catalina, ni a Don Humberto, ellos como adultos más experimentados habían visto venir lo que nosotros no habíamos sido capaces.
     Hace cuatro años, cuando se casó la hermana menor de Humberto y varios de nosotros fuimos invitados a la boda, tuvimos al fin nuestro encuentro con estos dos adultos ya ahora ancianos y nosotros con la edad de ellos cuando todos estos sucesos se dieron. Hablamos con cierta libertad de lo que había pasado entonces, Doña Catalina nos dio sus razones, entre las que se encontraba que ella sentía la responsabilidad de educar a tres muchachos, todos varones, que la veían como una intrusa en su casa, pero ella sabía que la disciplina era de suma importancia para que estos jovencitos llegaran a ser felices.
    También agregó que conocía a la ex novia de mi amigo porque era su vecina y su primer encuentro con ella había sido en una tarde de abril en el que la chica debía haber tenido catorce años, en brazos de un muchacho de casi veinte, que la dejó más tarde y ella entonces se refugió en los brazos del primo de aquél muchacho.
    Escuchamos esos argumentos y nos quedaron claras sus razones, además Humberto aceptó que tanto su madrastra como su padre habían hablado con él, en varias ocasiones, para que decidiera lo que más le beneficiaba. Pensé entonces, y ahora también cuando recordamos este suceso, que el tiempo acomoda todas las cosas y que lo que vimos un día, como injusto, imposible, inaceptable, cobra un sentido distinto. El tiempo, la edad, la madurez, la experiencia o todo esto junto nos da elementos para valorar las situaciones en su justa dimensión. Sin embargo esto es algo que la vida te va dando y que no se puede transmitir de manera tan simple a los hijos, por eso la importancia de hablar, de reflexionar, de educar, de darles responsabilidades, de poner límites, de establecer una disciplina, de fomentar el respeto, de escucharlos, de acompañarlos? De responsabilizarnos como padres ante nuestro jóvenes hijos y mostrarles un sendero que les brinde posibilidades de hallar el amor y la felicidad.


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