lunes, noviembre 12, 2007

LA CIVILIZACIÓN DE LOS DESASTRES.

Autora: Ma. Eugenia Sánchez D. de R.
Publicación: La jornada de oriente, 14 de Noviembre de 2007

La tragedia ocurrida en Tabasco nos ha causado a todos los habitantes del territorio llamado México, al menos eso supongo, un gran dolor. Al dolor le acompaña el temor ¿nosotros cuándo? Al dolor y al temor le siguen niveles variados de solidaridad.

Por supuesto, como siempre, son los más pobres los que más pierden, fue así en Nueva Orleáns, es así en Tabasco. Afortunadamente aún no hemos llegado a los niveles selectivos de protección que Naomi Klein describe, hablando de los incendios recientes en California y que consisten en que por sumas de varios miles de dólares es posible tener una especial protección ante los desastres. Fue así como en California, equipos especiales de “bomberos” rociaban las casas de los “asegurados” con sustancias que impidieron que se incendiaran mientras las de los vecinos ardían irreversiblemente. Esperemos que en Tabasco, al menos la solidaridad, sea un poco más democrática.

A partir de la década de los sesenta surge la investigación social de los desastres y se va reforzando en las décadas siguientes como respuesta al aumento de la frecuencia de eventos destructores, y por la toma de conciencia creciente de que el paradigma del “desarrollo” de los últimos dos siglos era una de las causas centrales del problema.

La conceptualización de esos fenómenos socioambientales se fue desarrollando rápidamente mediante trabajos analíticos importantes. Esta conceptualización ha combinado de manera variable las categorías de riesgo, amenaza y vulnerabilidad, resiliencia o capacidad de resistencia, y se han distinguido calamidad, desastre y catástrofe según los niveles de intensidad y las posibilidades de un sistema social de soportar cambios drásticos.

La relación entre riesgo, vulnerabilidad y amenaza es dinámica y está condicionada por el contexto geográfico y sociohistórico de una población. Los desastres, dice Masrey forman parte de procesos económicos y sociales de largo aliento. El riesgo de una población ante una amenaza, está relacionado con su mayor o menor vulnerabilidad, que puede depender del lugar geográfico, la deficiente infraestructura material, la precariedad de la vivienda, la debilidad de las instituciones públicas o de las organizaciones sociales, el aislamiento social.

La resiliencia que en física significa la capacidad de un material de recobrar su forma original después de haber estado sometido a altas presiones, es un concepto adoptado en las ciencias humanas para nombrar la capacidad de resistencia y rehabilitación ante la destrucción después de una situación traumática individual o colectiva.

¿Qué tanto nos ha servido todo el conocimiento desarrollado durante varias décadas?

¿No sabíamos ya que las poblaciones costeras son especialmente vulnerables y que Tabasco ya había sido víctima de inundaciones graves?

¿No sabemos que la debilidad de las instituciones aumenta la vulnerabilidad de la población, y que la corrupción es el ingrediente más poderoso para debilitarlas? Sobre Tabasco se van acumulando las evidencias que confirman que la magnitud de la tragedia fue generada por el abandono prolongado de administraciones del Estado que no cumplieron con el deber de realizar las obras hidráulicas necesarias de prevención de inundaciones,

La prevención y confrontación de un desastre exigen flexibilidad y creatividad intelectual, capacidad emocional para adaptarse a nuevas situaciones, habilidad para afrontar el riego y la incertidumbre. Eso es la resiliencia y nos urge cultivarla.

¿Cómo están viviendo, en su subjetividad, los tabasqueños este colapso de su ciudad y de sus comunidades? ¿Qué tanto estaban preparados para ello?

Estamos ante una civilización emergente que parece incluir los desastres de manera regular y que eso supone el desarrollo de una cultura para prevenirlos, vivirlos y superarlos. Eso se dice fácil pero supone cambios de mentalidad, de estilos de vida, de políticas públicas, de formas de cohesión social ¿Estamos desarrollando esa cultura? O seguimos funcionando como si el dislocamiento sociedad-naturaleza no hubiera alcanzado niveles de alerta, y como si el dislocamiento incluidos-excluidos no estuviera fracturando cada vez más a la sociedad.

Me pregunto si tendremos que recuperar el espíritu de nuestros ancestros nómadas y la reciedumbre de las poblaciones indígenas para articularlos con los avances tecnológicos de alerta y respuesta. Me pregunto si nunca será posible que en las instituciones públicas la ética llegue a ser estructurante y que los ciudadanos la respaldemos. Me pregunto si la falta de solidaridad estructural se seguirá encubriendo con algunas toneladas de “ayuda a los damnificados”.

Los tabasqueños nos interpelan, ojalá que su dolor, que es el nuestro, se traduzca además de en un apoyo inmediato y eficiente, en reflexión, acción, creatividad para sobrevivir juntos con dignidad en una realidad que continuará desetabilizándonos.

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