miércoles, noviembre 21, 2007

LA SOCIEDAD DEL RE-CONOCIMIENTO

Autores: Laura Rodríguez y Jesús Rivera
Publicación: E-consulta, 21 de noviembre 2007

Hablar hoy de reconocimiento puede resultar poco significativo, tanto a escala personal como en el ámbito social. En efecto, dada la cosificación de la persona por la prevalecencia del materialismo y del consumismo, el ser humano no suele reconocerse en su identidad, en su valía y en su dignidad, es decir, para sí mismo no vale si no es por lo que tiene. Por otro lado, debido al egoísmo y al narcisismo predominantes en el mundo actual, no reconoce a otros seres humanos como iguales sino que suele tratarlos desde una lógica utilitarista y cosificante, viéndolos como objetos o como medios para alcanzar el propio tener o el propio placer.

Las consecuencias de tal falta de reconocimiento saltan a la vista: corrupción, marginación, indolencia, la explotación, la pobreza, entre otras. Sobretodo, la destrucción del mundo y de la persona por el afán irracional e irrefrenable del poder y del tener.

Tal situación demanda una intervención múltiple, pues de otro modo la humanidad entrará en un callejón sin salida. Salta a la vista por acontecimientos naturales, humanos y sociales que nos encontramos al borde del precipicio de la autodestrucción. De ahí que los desafíos para el ser humano en todos los ámbitos de su quehacer y especialmente en el educativo se basan en la perspectiva de un desarrollo humano sostenible que considere aspectos como la identidad cultural y que asuma una cosmovisión amplia y diversa que abarque las dimensiones cultural, económica, política, física y espiritual.

La pregunta es si es posible, en medio de este laberinto, que emerja un sentido común que guíe hasta la salida de este callejón, que aleje a la humanidad de la hecatombe. En todo caso, ¿cómo es que se construye este sentido común, a partir de que nuevas articulaciones del tejido social?, ¿qué papel juega la educación en todo este embrollo?

Estas preguntas demandan, para ser respondidas, de todo el saber y querer humano y de toda nuestra voluntad para convertir en decisión y en acción estas intenciones.

Una posibilidad se encuentra precisamente en la construcción del re-conocimiento humano personal y social desde las aulas. Dicha construcción debe tomar en cuenta que tal reconocimiento no tiene una sola cara, no es homogéneo, ni está totalmente articulado. Demanda, además nuevas características y múltiples dimensiones en las que el factor relacional juega un papel clave.

Dicho reconocimiento implica plantar en la tierra al ser humano de modo que pueda percatarse de su propia dignidad y de la valía de todo lo que lo rodea, que lo lleve a considerar al otro como su semejante superando toda discriminación y toda marginación, y a asumir su responsabilidad sobre el mundo y la naturaleza.

Dadas las exigencias que entraña la construcción de este nuevo reconocimiento, proponemos un reconocimiento basado en el amor entendido como una decisión atemporal y aespacial, en el marco de la ética de tercera generación, es decir un amor a todos los seres vivos y al mundo inanimado también. Es este amor síntesis la base de la nueva sociedad del reconocimiento.

Un amor de este tipo requiere una postura ética individual, social y sostenible, es además una ética de la responsabilidad. Se trata ni más ni menos que una definición compleja del amor, de un amor en construcción, de irnos convirtiendo en amor.

El sujeto amoroso al que nos referimos posee buena voluntad, está políticamente comprometido con las injusticias de su sociedad, pero también, y principalmente, es un ser que se reconoce en conexión íntima con todo y asume sus responsabilidades frente a ese todo, con pasado, en el presente y de cara al futuro.

La constitución del nuevo sujeto amoroso, es la del sujeto tejido con el resto del planeta, que es consciente de su situación y que está abierto al cambio histórico. Es la re-ligación del ser humano sujeto de derechos con la trama compleja global.

Sentar las bases para construir a este sujeto requiere orquestar los esfuerzos de los diversos sectores que integran la vida humana y colocar a la educación, entendida como proceso comunicativo que se detona en cualquier relación humana sincera y abierta, en un lugar protagónico.

De ahí la obligación amorosa de promover el desarrollo propio y de los demás, de favorecer la armonización del ser, del querer y del hacer con la intención de re-conocer y re-conocerno insertos en el mundo y con la humanidad no sólo para salir del callejón sino para construir un mundo mejor.

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