martes, octubre 13, 2009

¿Por qué no hablo con mis hijas?

Autora: María Eugenia De la Chaussée Acuña
Publicación: La Primera de Puebla, 13 de octubre de 2009


“He encontrado que la mejor manera de dar consejo
a los hijos, es averiguar qué es lo que quieren
y después aconsejarles que lo hagan.”
Harry S. Truman

Usted seguramente es o será padre o madre por decisión personal o circunstancialmente sin habérselo propuesto. ¿Por este simple hecho amamos a nuestros hijos(as) y adquirimos compromisos y responsabilidades hacia ellos?
Para iniciar, es conveniente aclarar que no se ama a los hijos (o a los padres, a los hermanos, a la pareja, o a cualquier persona) por obligación, imposición, coerción, chantaje, mandato o por lo que dicen las leyes civiles o los mandamientos. Amamos por una decisión libre y personal basada en el aprecio, en el afecto y cariño sincero y honesto a otras personas. Al amar, buscamos el verdadero bien del otro, damos y nos damos. El amor no es algo que se compra, se vende o se arrebata, sino algo que se da voluntariamente o algo que se gana y se conquista. Sin amar y sin sentirse amado ningún ser humano puede crecer armónicamente como persona, y es por eso que tendríamos que preguntarnos ¿amo a mis hijos(as)?, ¿cómo los amo?, ¿cómo se sienten nuestros hijos en nuestra forma de amarlos?
Es más fácil aceptar cualquier otra limitación humana que la incapacidad de significar algo para alguien. Los sentimientos más dolorosos son los de sentirnos ignorados, rechazados, abandonados, despreciados, dejados a un lado, no amados,…
Así como nadie nos puede obligar a amar a otro(a), no se puede obligar a otro(s) a que nos amen.
Amar es un verbo, no un sustantivo. Amar es acción-intención de la acción, no es sólo un estado emocional.
Nadie puede forzarnos u obligarnos a amar a nuestros hijos. Los amamos por una decisión libre. Si ama a sus hijos(as) se ha preguntado ¿qué significa ser padres (más allá de serlo desde el punto de vista biológico)?, ¿qué nos corresponde hacer como padres?, ¿qué es lo que podemos dejar a nuestros hijos para que su vida tenga sentido, sea feliz y significativa?
Desde mi punto de vista, no hay tarea más importante y significativa en la vida que la de ser padres.
Ciertamente, uno no nace sabiendo cómo ser padre pero cuánto de nuestro tiempo invertimos para tratar de entenderlo y aplicarlo. La mayor parte de las personas pueden expresar fácilmente por qué hacen lo que hacen desde el punto de vista laboral o profesional. Son capaces de “recitar” y repetir sus planes a corto, mediano y largo plazo tanto para sus actividades profesionales, para conseguir una estabilidad y seguridad financiera o como para su retiro o jubilación. Pueden decir cuántos hijos tienen o cuántas letras les queda por pagar de su vivienda o cómo quieren modificar su casa. Sin embargo, la mayoría de los padres lo mirarán asombrado y de manera extraña si les pregunta cuáles son sus planes para que sus hijos se desarrollen en todas las dimensiones (afectiva, emocional, cognitiva, física, moral,..), crezcan sanos, seguros de sí mismos y felices.
Refiriéndonos a nuestros hijos, cuándo nos hemos cuestionado en relación a ¿qué valores les estamos promoviendo?, ¿qué valores quisiéramos que ellos desarrollaran?, ¿cómo estamos desarrollando su autoestima y cómo les ayudamos a aumentarla?
Primeramente hay que asumir que hay dos tipos de valores, los valores de sentido (o finales) y los valores de convivencia. Los valores de sentido (originantes) (Lonergan, 1994) son las personas que amamos, apreciamos, dan sentido a nuestra vida y nos mueven a vivir. Los valores de convivencia son los valores que aceptamos y promovemos en nuestras acciones con esas personas queridas, tales como amarlas, respetarlas, comprometernos con ellas, ser honestos, responsables, leales, solidarios, generosos, respetuosos,…
Los valores de sentido son nuestras personas queridas (hijos(as), hermanas, padres, esposo, amigas, enfermos, menesterosos, Jesús, …) que impulsan y dan sentido a nuestra vida, y que vamos afirmando por medio de juicios de valor, decisiones y acciones que uno siente conllevan valores de convivencia (o socioculturales), tales como amistad, lealtad, respeto, honestidad, confianza o fidelidad.
Como dice Lonergan (1994), las aprehensiones de valores se dan con los sentimientos cuando se acoge(n) a la(s) persona(s) y los valores cualitativos de la confianza, el respeto, la honestidad,… para ella(s). De esta manera nos autotrascendemos moralmente. Los juicios de valor implican el conocimiento de las personas, de la vida humana, las posibilidades humanas próximas o remotas y los efectos y consecuencias probables de los planes de acción que se hayan proyectado.
Las personas queridas nos afectan, es decir, nos vigorizan o nos entristecen, nos llenan de energía o nos la quitan, nos animan o desaniman, nos mueven a comprometernos o no, y a actuar o no. Las personas nos dan vitalidad y energía, nos hacen entusiasmarnos y vibrar pues dan ritmo, dirección e intensidad a nuestra vida. Esa energía se propaga. El tesoro más valioso en la vida no es lo que se tiene sino a quién(es) tenemos en nuestra vida.
No se puede amar, ni respetar, ni ser honesto, ni responsable, ni…, a quien no se quiere. Siendo nuestros hijos(as) a quienes posiblemente más amamos, tenemos que enseñarles a valorar a otras personas, y principalmente a decidir y actuar con base en ellas y en la realización de su bien. Caminamos con nuestros hijos juntos por la vida y quisiéramos que la miraran con los mismos ojos, encontrando las mismas maravillas, profundidades, obstáculos e imprevistos, sin embargo, hay que tener presente que no vamos a poder estar siempre a su lado y que no podemos vivir la vida por ellos, por tal razón debemos desarrollarlos para que ellos vayan trazando su propio camino, para que decidan y actúen libre y responsablemente. ¿Cuántas ocasiones habremos reflexionado seriamente sobre esto? Formar y desarrollar a nuestros hijos es el mejor medio para formarnos y desarrollarnos a nosotros mismos.
Normalmente, no nos relacionamos con todas las personas con la misma profundidad. Hay personas con quienes platicamos del trabajo; con otras comentamos nuestras dificultades familiares o económicas y con otras, con muy pocas (una o dos tal vez) hablamos de nuestros sentimientos profundos, alegrías, satisfacciones, malas experiencias, desilusiones, miedos, es decir, nos volvemos transparentes y les abrimos nuestra mente y corazón. Uno de los miedos más fuertes es el miedo a la relación profunda y sólida, a mostrarnos tal como somos realmente con nuestros afectos y sentimientos, a abrir el corazón a alguien de confianza, pues al sincerarnos con otra persona, fácilmente nos sentimos vulnerables y expuestos, y susceptibles de utilización, manipulación, engaño o traición.
Todos tenemos algo difícil de expresar, algún sufrimiento o secreto o situación que nos duele, como la muerte de un padre o de algún familiar, las peleas de los padres o su separación, la ruptura con la pareja, alguna situación de maltrato o discriminación, alguna traición, algún abuso sufrido, algún error cometido, algún desamor y otras muchas situaciones de la vida. Debido a lo anterior ¿qué tanto sabemos acerca de nuestros hijos?, ¿sobre qué hablamos con ellos?, ¿nos comparten sus actividades y proyectos futuros?, ¿les compartimos los nuestros?, ¿dialogamos y compartimos con ellos las decisiones importantes de la familia?, ¿les dedicamos tiempo?, ¿los escuchamos con atención?, ¿nos tendrán realmente confianza?, ¿hemos establecido con ellos un diálogo superficial o profundo?, ¿les hemos preguntado qué es lo más importante en la vida para ellos?, ¿les preguntamos cómo se sienten, qué les preocupa, cómo van, cuáles son sus anhelos, sus sueños, sus aciertos, sus temores, sus fracasos?
Del mismo modo, valdría la pena cuestionar a nuestros hijos sobre ¿quiénes son sus valores de sentido?, ¿quiénes les mueven a vivir?, ¿qué valores promueven y asumen con esas personas queridas?, ¿buscan realmente su bien o sólo en apariencia?, ¿cuáles son las cosas más importantes que han ido aprendiendo en la vida?, ¿qué les falta para ser mejores seres humanos?, ¿cómo pueden mejorar?
Si mi hijo es un valor de sentido para mí, y lo valoro, desarrollo y busco su bien seguramente lo percibirá y juzgará. Si mi hijo observa y juzga que soy honesta, responsable, puntual con él y con otras personas ¿no le estaré comunicando esos valores?
No basta con estar con nuestros hijos físicamente juntos todo el día si mentalmente y afectivamente estamos a kilómetros de distancia de ellos.
Ya es hora de que pongamos manos a la obra.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Resulta increible la reflexion a cerca de lo faltos de atencion que en ocaciones podemos estar de los seres que mas nos deben de importar.

Felicidades por el aporte!!!!