martes, mayo 10, 2011

La “boda del siglo”

Autor: Rubén Hernández Herrera
Publicado: La Primera de Puebla, 3 de mayo de 2011

     No es propio de una reflexión académica abordar temas propios de la prensa rosa dedicada a las frivolidades de los famosos o populares. En el pasado fin de semana se presentó un par de acontecimientos que llamaron la atención mundial, convocando a millones de personas interesadas en participar directamente, convencidas de que estaban siendo testigos de la historia, me refiero sin duda alguna a la boda en Londres de Guillermo y Catalina, los ya duques de Cambridge y la beatificación en Roma de Juan Pablo II.  Los dos acontecimientos pueden ser objeto de estudio o cuando menos de invitación a la reflexión sobre su sentido y razón en el imaginario social del hombre moderno. Los dos acontecimientos tuvieron en común el que fueron publicitados a escala global, asistiendo millones de seres humanos de diferentes partes del planeta, incluso muchos habrán programado sus vacaciones para estar presentes en los dos lugares,  independientemente de la legión muchos periodistas televisivos que ciertamente encontraron las ocasión para ser “testigos de la historia”. En cuanto a la beatificación de Juan Pablo II por la polémica que sin duda alguna se abrió y espero que siga abierta en cuanto a conveniencia, pertinencia y sobre todo realidad de su santidad, prefiero pronunciarme en otro momento, no por temor sino porque se requiere de serenidad de espíritu y rigurosidad argumental.  
     En cuanto a la boda en cuestión saltan a la vista una serie de preguntas básicas que me interesan. La primera de ellas cuestiona el por qué diferentes medios de comunicación no se resistieron a promover la boda de Guillermo y Catalina como la boda del siglo. ¿Cómo es posible que se tenga tal denominación  cuando estamos en los albores del siglo XXI? Tal denominación se podría dar con mediana seguridad en el ocaso del siglo, o con rigurosidad histórica una vez que ya ha pasado el tiempo de estudio a considerar, previo consenso de los estudiosos de los fenómenos sociales y aún así, con la inseguridad de haber utilizado los epítetos adecuados y las selecciones paradigmáticas. En este tenor y por los años transcurridos en el siglo es de prever que se verán muchas otras “bodas del siglo”, que cuando menos podrán ser las de los hijos o nietos, o quizá bisnietos de los actuales contrayentes en la primera “boda  del siglo XXI”. Esto nos revela que el sentido del tiempo y de la historia que tienen los representantes de muchos medios de comunicación son limitados y manipulables, propensos a las palabras fáciles, promotoras del espectáculo más que de la información. Así, en este siglo quedan muchos momentos que serán denominados como “del siglo”,   partidos de fut-bol, peleas de box, acontecimientos políticos, funerales, magnicidios, si es que se tercian, conciertos, o cuanto momento histórico pueda ser promovido como producto comercial. Otras preguntas a considerar  tienen que ver con las paradojas de nuestro tiempo: ¿como es posible que una sociedad racional como la inglesa, cuna del positivismo y precursora de los grandes ideales de la racionalidad ilustrada, patria adoptiva de historiadores de enorme prestigio, tome las calles londinenses durante días y días con la única finalidad de ver pasar fugazmente a una pareja de enamorados?, ¿qué tiene esta pareja que no tengan otras? Si queremos encontrar respuestas convincentes desde la racionalidad, sin duda alguna desde el análisis del comportamiento de la sociedad de masas y el poder mediático, encontraremos más de una. Pero si el fenómeno lo observamos desde los resabios del pensamiento mítico subsistente en la sociedad moderna, es probable que cuando encontremos que los comportamientos masivos carentes de racionalidad cobren sentido. Como bien suele decir Edgar Morin, en los seres humanos está presente la ratio y la demens, razón y locura. Pero la locura de los humanos no se debe entender como estupidez, ni como sin razón, pues es motivada por otra racionalidad, otra forma de organizar el orden de la vida. Cuando les planteaba a unas alumnas el por qué de la atracción de una boda como la de Guillermo y Catalina la respuesta fue inmediata y sin duda alguna: porque son príncipes. Resulta que en tiempos republicanos nuestro imaginario social sigue atrapado, cautivado por ideales monárquicos. En la pareja en cuestión no se les reconoce lo humano que tienen, sino la realización de los ideales de millones y millones de seres humanos que  siguen pensando en los ideales románticos de los cuentos de hadas, teniendo a  Cenicienta como paradigma principal, promovido una y otra vez por Disney, Televisa, o la televisora mediocre que fuese. Pero más allá de la promoción de este imaginario, subsiste otra pregunta que nos relaciona con nuestro diario vivir y que sin duda alguna revela que en el fondo nuestro corazoncito es más monárquico que republicano: ¿por qué no le decimos a la mujer que nos cautiva la ratio y la demens, cuando de expresar nuestro afecto se trata: mi senadora, mi diputada, o mi presidenta, y siempre preferimos llamarlas, mi princesa, o reina, según el poder que le queramos asignar? ¿Por qué nunca nombramos a la presidenta de la primavera, o a la diputada de la escuela o club social, prefiriendo siempre el de reina? Tal parece que las denominaciones democráticas no tienen en nuestro imaginario el poder, la fuerza, la categoría, o el chic que nos da el boato y pompa de las monarquías y de esto la inglesa saben un rato largo.

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