martes, mayo 31, 2011

Entre amar y elegir no hay distancia

Autor: Mauricio López Figueroa
Publicado: Puebla on Line, 24 de mayo de 2011

     Amar al que no conozco, amar al que no ha nacido, amar al que me cae mal. Pero sobre todo, amar lo que soy, sin condiciones.
     Todos los grandes místicos de las culturas han afirmado que la tendencia natural de los seres humanos es el amor. Pero, ¿qué es el amor?. Nuestra cultura occidental suele reducirlo a su mínima expresión: sentir. La gente suele afirmar que "ama" a alguien cuando es capaz de registrar un sentimiento hacia la otra persona, cuando siente que la quiere. Pero el sentimiento es esencialmente egoísta, está referido a la persona que lo experimenta y eso está bien, juzgar de "egoísta" al sentimiento no es juzgarlo negativamente pues esa es su función: la autoafirmación.
     Aunque amar implica indiscutiblemente los sentimientos, supone un movimiento diferente. Todos los seres humanos frente a otras personas (y todas las cosas) experimentamos sentimientos diversos, todos ellos referidos en última instancia al placer o al dolor. Si algo o alguien no nos gusta por las razones que sean, terminamos juzgándolo como algo "malo", "inconveniente" o de alguna forma "negativo", en función de placer individual y lo rechazamos; si algo nos gusta lo aceptamos y hasta lo "queremos", aunque no tengamos claro si nos construye.
     Tal vez por eso es tan increíble el amor en nuestras sociedades contemporáneas, porque en el imaginario colectivo amar está referido a sentir y los sentimientos están referidos solamente a uno mismo. Cuando suelo preguntar a mis alumnos o a otras personas si aman a su madre o a sus novios o novias, la respuesta es contundente y para muchos hasta obvia o estúpida: sí; pero cuando pregunto si es posible amar a alguien que no conozcan o alguien que les cae mal, la respuesta es negativa.
     Nuestra cultura occidental heredó de la visión judeo-cristiana la idea del amor sacrificado, el cual implica la autonegación y el sacrificio. En la práctica, esto significa que "debemos" amar al que nos hace mal y perdonarlo porque Dios así lo manda y porque semejante acto de piedad tendrá un gran mérito en una vida futura. Este razonamiento llevó en el pasado a horribles injusticias. Pero una reflexión más profunda sobre el amor supone tomar distancia de este planteamiento y ubicarse en una posición más humana, una posición que reconoce la complejidad del drama humano y que pone como centro al sujeto, su experiencia y, sobre todo, su trascendencia. Amar, como dice Erich Fromm, es la respuesta al problema existencial del ser humano porque no supone la dimensión puramente afectiva, por lo menos no en principio; amar implica sobre todo y ante todo una decisión, implica ser progresiva y auténticamente libre, pues amar no consiste en solo sentir, sino en decidir qué es lo que se hace con lo que se siente.
     Cuando abordo este tema con mis alumnos, tanto jóvenes como adultos, suelo preguntarles cuál les parece que es el verbo más elemental, la acción más básica, que mostraría el amor hacia una persona desconocida o incluso una persona desagradable, casi invariablemente me responden que el verbo "dar", verbo que en general está relacionado con una concesión, "¿qué le pueden dar como mínimo a una persona que te cae mal o que no conoces?" Las respuestas son casi unánimes: "tolerancia, respeto, reconocimiento", expresiones todas estas producto de una lógica natural frente a otro que es real, no obstante, las reflexiones anteriores los llevan a reconocer que ser tolerante y respetuoso, como actitud mínima, supone en una toma de postura, una decisión, y en ese ejemplo esencial lo que se quiere poner en evidencia es que amar no es solamente sentir, sino decidir ante lo que se siente. Y uno siempre puede elegir más.
     Amar supone ante todo un acto de autotrascendencia. Supone ubicarse con conciencia ante lo que se siente y decidir, pues una persona puede experimentar aversión a otra y si no atiende a ello terminará actuando contra la persona que le provoca ese sentimiento; amar implica ser consciente y elegir si lo que nos mueve en primera instancia nos construye, si proyecta lo mejor de nosotros, si el sentimiento más espontáneo refleja lo que queremos para nosotros mismos. Cuando uno ama se elige.
     Conducirnos por nuestros sentimientos primarios puede cerrarnos en nuestro propio egoísmo, lo que eventualmente no nos permitirá avanzar en un camino de superación y autoafirmación profunda. Lo anterior no quiere decir negar lo que sentimos, sino reconocerlo, respetarlo e integrarlo; en este sentido, amar no significa aceptarlo todo, humillarse o sucumbir a los caprichos de los demás, pues amar supone siempre estar en la verdad, la cual emerge de la capacidad de tomar distancia de un determinado hecho y de nuestra reacción primera y desplegar nuestras mejores capacidades en función de esa verdad.
     ¿Por qué el amor es trascendencia? Suelo poner dos ejemplos, el primero: cuando estoy en presencia de mi pequeño hijo caigo en la cuenta de que soy una persona tolerante, confiada, segura y hasta tierna, mi hijo no se da cuenta de ello, y no tiene por qué, pero yo soy consciente de que esa experiencia personal me agrada y me hace sentir y actuar mejor; me agrada esa versión de mi mismo que se expresa en una actuación esperanzada y juguetona, tolerante y auto controlada frente a otros afectos o sentimientos no tan agradables que también experimento en la convivencia cotidiana con ese pequeño, la elección es mía...
     Este ejemplo es aparentemente sencillo porque se trata de mi hijo. El otro ejemplo tiene que ver con mis alumnos: el lazo afectivo es diverso, no es tan claro como en el primer caso; hay un recelo de origen, se enfrentan distintas formas de ser y de actuar frente a los retos del conocimiento, la automotivación y la disciplina, en este sentido muchos alumnos hasta se sienten amenazados; la autoridad por la autoridad misma no es suficiente para un conjunto de estudiante que suelen mirar con recelo al docente que exige y demanda. La reacción docente que podría explicarse como natural es la confrontación, establecer una la relación amenazante y restrictiva siempre es una opción, pero si la docencia se entiende como un acto amoroso enseñar supondrá reconocer los sentimientos personales ante los estudiantes y elegir qué hacer: resistir o desafiarse. En el segundo caso, un docente indagará qué estrategias, recursos y acciones le permiten manifestar sus potencialidades en función de lo que reconozca como más valioso. La prueba indiscutible del amor es que se manifiesta en una mejor versión de lo que cada quien es y puede ser en una determinada circunstancia, se manifiesta en una expresión de lo que realmente somos. Esa es la autotrascendencia.
     La autotrascendencia, entonces, proviene de la elección que se hace cuando, frente a un sentimiento egoísta, elegimos lo que consideramos más valioso y más promotor de nuestra propia individualidad. Insisto: no utilizo la palabra egoísmo como algo negativo, la naturaleza de los sentimientos no es buena o mala, nuestros sentimientos están referidos a nosotros mismos, a lo que nos hace sentir bien, a lo que nos da placer, pero no todo sentimiento nos promueve fundamentalmente. Amar auténticamente a los demás, amor que supone un amor fundamental a nosotros mismos, exige considerar lo que sentimos y pensamos en una determinada circunstancia y elegir si a lo que nos mueve representa lo que verdaderamente queremos de nosotros mismos. Esto tiene una especial importancia cuando hablamos de la educación, porque tanto en la casa como en la escuela es fundamental educar a nuestros niños y jóvenes a conocerse, a afirmarse, a formular y elegir una versión cada vez mejor de sí mismos en sus contextos; es difícil el amor y la transformación de nuestro entorno si nuestras generaciones no aprenden a ser libres.
     De manera que no se trata de negar lo que somos y sentimos, sino de transcenderlo si ello nos lleva a una versión superior de lo que somos.
     Amar es elegir, es elegirse. Y esta afirmación es en sí misma subversiva porque no hay una manera única de amar y porque ser libre supone superar los límites de la obediencia y del deber-ser para atender a la propia conciencia promovida en los contextos en los que cada quien se mueve. Amar es complejo e inquietante porque puede conducir por sendas insospechadas: declarar un amor o definir una orientación individual fundamental, reprobar un alumno o hacer lo imposible para que siga su camino, desafiar lo establecido y lo esperado o entregarse a una empresa luminosa, tomar un fusil o quebrantar un ley, dedicar la vida entera a lo que el mundo puede juzgar de inútil o cultivar un árbol; contemplar, orar, sonreír, rechazar, negar, desplazar, precipitar. Emerger.
     Amar es ciertamente un misterio porque nunca es claro cuál es el derrotero en el que nos encontraremos y desde el cual construiremos nuestra humanidad compartida. Y así como Edgar Morin afirma la importancia de educar en la incertidumbre, en la conciencia, en la complejidad y en la condición humana, es urgente promover desde nuestros hogares y centros escolares una educación que tenga como referente fundamental el propio reconocimiento, la propia apreciación y la elección esperanzada en un mundo en el que, de hecho, el amor está operando todo el tiempo, en toda las personas, en todo escenario, hasta en los más imposibles; opera porque todos, TODOS, estamos eligiendo. El amor opera todo el tiempo, no lo sabemos porque no es noticia, no sale en la tele...
     Sí, la tendencia humana es el amor. Y lo es porque quien cuestione los límites que su cultura le ha impuesto, quién tenga el valor de cuestionar el origen de sus pensamientos más fundamentales y se arriesgue a vivir conforme a su conciencia, invariablemente encontrará un halo de esperanza sobre lo que es y puede ser. Porque el efecto del amor no es "abrazar a todos y querer dar limosnas", el efecto más fundamental se encuentra en una mirada, en una cosmovisión, en una perspectiva renovada y comprehensiva que se abre al valor de la incertidumbre, que reconoce el conflicto como posibilidad, no como amenaza, y que mantiene un corazón abierto a sentir y crear el mundo que desea. Así pues, amar supone sentir, pero sobre todo elegir.

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