viernes, abril 13, 2012

Yo - nini; y el mercado laboral de los recién egresados


Autora: Sabina Tejera Pérez
Publicado: La Primera de Puebla, 27 de marzo de 2012

     La palabra nini se utiliza para describir a alguien que ni estudia, ni trabaja. En México, el crecimiento poblacional de ninis se encuentra a la alza. No hace más falta que contactar egresados de hace uno o dos años de nuestra estimadísima Alma Mater para darnos cuenta que, aunque la mayoría cuenta con empleos, existen (por lo menos en la generación de mi carrera) un 10% que carece de trabajo o tiene varios trabajillos inestables y de corto plazo. Pocos son los que han logrado firmar un contrato por más de un año con alguna empresa y aún menos los que se encuentran contentos y satisfechos con su trabajo actual.
     La situación nos parece inexplicable. ¿Cómo es posible que hablando 5 idiomas, teniendo experiencias interculturales y una licenciatura de una de las mejores universidades del país no podamos conseguir un trabajo decente? Todo tenía una cara muy diferente cuando comencé la Carrera de Idiomas. Pensé, ingenuamente, que no había pierde; que “en esta era de globalización todas las empresas necesitan de personas certificadas en conocimientos multidisciplinarios que puedan tratar con clientes y personal de diferentes países; y si eso falla siempre hay embajadas y ejecutivos de nivel internacional que necesitan de alguien con las mismas aptitudes”.
     A mitad de la carrera finalmente me di cuenta. Mis estudios no iban a servir de gran cosa en el área laboral. Eran los mejores cinco años de mi vida, aprendiendo sobre asuntos tan interesantes y diversos que me otorgaban un panorama general de los idiomas y sus relaciones con casi todas las áreas del conocimiento pero nada suficientemente específico como para serle de ayuda a alguien. Adicionalmente, el hecho de ser políglota no ayudaba de mucho sin tener conocimientos específicos que poder compartir con otros o llevar a la práctica en varios idiomas. Como consecuencia, al finalizar la carrera y solicitar empleo, lo único que me ofrecían después de cinco años de estudiar el lenguaje humano y una tesis de licenciatura que equivaldría a una tesis de maestría en neurolingüística fue un puesto de maestra de inglés de medio tiempo. En otras palabras, me volví una nini.
     Muchos de los ninis de México nacemos porque no hay oportunidades laborales que nos independicen económicamente de nuestros padres y que nos aporten un bienestar intelectual. Las carreras multidisciplinarias son suficientemente generales para abrirnos el campo de trabajo hacia cualquier área que nosotros decidamos. Eso, siempre y cuando, obtengamos adicionalmente algún título que abale nuestra especialidad en dicha área. Lo cual nos deja con personas que llevan 5 años de estudio y están completamente seguras de saber lo que quieren hacer de sus vidas y lograr en un futuro (personas con vocación) pero con herramientas faltantes para poder integrarse en el campo laboral. Dos años después y ya con una maestría seguimos sin experiencia laboral y ya muy cerca de los 30s como para ser candidatos a un primer empleo. Seguimos siendo, sabios como hemos logrado volvernos a través de las interminables horas en la biblioteca, dependientes económicos de nuestros padres.
     Para mi padre fue sencillo juzgar. Él fue el primero en llamarme nini. De acuerdo al trabajo de G. Reyes titulado Cambios en mundo del trabajo: contrastes, migración y política laboral, lo único que me queda claro con respecto al mercado laboral y la era de globalización es que al abrirse el mercado de más en más a nivel internacional los únicos que han visto provecho son las grandes compañías y por consiguiente los dueños de estas (los cuales ya eran ricos y se volvieron más ricos). Para la persona promedio que no es heredero de ninguna industria multimillonaria la situación hasta cierto punto empeora. El punto es que conforme las fronteras se abren, siempre va a haber alguien con una peor calidad de vida que uno que podría hacer el mismo trabajo cobrando menos (y mejor aún si lo puede hacer una computadora porque a esa no se le paga y tiene jornadas de trabajo de 24 horas sin vacaciones). Lo cual nos lleva a que las compañías ahorren en nomina y ganen más dando trabajos peor remunerados.
     Ahí estamos los ninis en medio de esta crisis laboral tratando de decidir si debemos de seguir estudiando aunque la edad se nos venga encima o trabajar en un empleo sin futuro a cambio de un par de cacahuates; tal vez ambas, tal vez ninguna. El estrés de no hacer nada y saberse capaz de hacer muchas cosas es abrumador. El mercado laboral en el extranjero podría ser una opción, pero al parecer la crisis laboral es la misma en todos lados ya sea en China, España, México, EUA, incluso en Suiza. Las tasas de desempleo de jóvenes menores de 30 años parecen no bajar del 6% a nivel mundial. Nos quedamos pensando y reflexionando sobre nuestras vidas, repitiéndonos que la situación en la que estamos está muy lejos del éxito que imaginábamos tener cuando teníamos diecinueve años y para el cual llevamos más de media década preparándonos.
     Al enfrentarme con esta situación, para mí la solución se volvió muy obvia después de unos meses de buscar empleo: mandar a todas las compañías a la goma, aprender sobre como llevar un negocio y abrir mi propio negocio. Por lo menos así sé que no estoy trabajando para un monstruo trasatlántico con tendencias psicopáticas que me remplazará en cualquier oportunidad para crear mayores utilidades. Así fue, a trabajar y a estudiar que el tiempo se me viene encima. Inicié mi maestría hace unos meses, nada que no conociera: la dieta de café y cigarros y cualquier alimento a la mano y cercano a la universidad que no costara más de $40.00, las asesorías, los exámenes, los proyectos donde se busca la originalidad del intelecto humano y la creatividad personal.
      Por otro lado, abrir una empresa requiere de más trámites burocráticos e inversiones inaccesibles de las que mi mente podría jamás haber imaginado; más requisitos, más certificados, más notarios, más juntas, más café y más cigarros; eso sí, muchas menos horas de sueño. Pero por lo menos esos dos cacahuates que estoy ganando son míos. Espero y trabajo para que se vuelvan cuatro cacahuates y después ocho. Lo cual aún no me independiza económicamente de mis padres ya que esos cacahuates son transaccionados a cambio de más café y más cigarros. Todo esto me lleva a pensar que si todos los jóvenes menores de 30 estamos igual, el dinero debe de estar en las industrias tabacaleras y cafeteras que se quedan con todos nuestros cacahuates.
     La mayoría de los ninis que yo conozco en México no quieren ser ninis pero tampoco quieren volverse esclavos de una mala calidad de vida sin oportunidades de crecimiento o perder los pocos años de su segunda década de vida preparándose académicamente para un empleo que puede no llegar nunca. Yo, con mi pequeña empresa que va sobreviviendo y mis primeros meses en la maestría de negocios sigo siendo una nini. Ni estudio algo que me apasione, sino lo que necesito para poder sacar mi negocio adelante, ni trabajo teniendo el sueldo que quiero, sino trabajando en un ambiente que me asegura no ser desplazada y desvalorizada como persona. Con la calidad de vida que tiene el ciudadano promedio en México, lamento informarles que todos somos ninis.



1 comentario:

Dr. Héctor Tejera Gaona dijo...

Ni nos callamos
Ni nos dejamos
Todos somos ni is