viernes, septiembre 06, 2013

Las alitas de pollo

Autora: Ma. Teresa Abirrached Fernández*
Publicado: en lado B, 28 de agosto de 2013

     La familia, los amigos, el colegio y los medios de entretenimiento como la televisión e internet son algunos de los factores que forman la personalidad y los valores de los niños en la actualidad. Es claro que no todos intervienen con la misma intensidad porque depende del tiempo que los padres les dedicamos y de lo que es importante para la familia.
     Los que fuimos niños y adolescentes en la década de los ochentas recibimos nuestra formación de los padres y adoptamos sus valores con la firme convicción de que lo que ellos nos decían era la verdad absoluta. Después, con la experiencia que dan los años, nos formamos un criterio propio y  revaloramos nuestras creencias.
     Para las nuevas generaciones, el papel que juegan los padres en su formación ha sido relegado a un segundo término, después de los amigos y los medios de comunicación. Sin embargo y a pesar de esta situación, las virtudes de los padres y la lucha seria por vivirlas, representa una influencia importante en la educación de los hijos. Cuando un hijo  o una hija, ve en sus padres el modelo a seguir y el comportamiento a imitar, se inhibe la influencia recibida en el entorno.
     La mejor escuela de la vida es el ejemplo de los padres. Cuántas veces hemos escuchado y repetido esta frase con un gesto de preocupación o de satisfacción, según sea el caso, sin reflexionar sobre su verdadero significado y lo que implica en nuestra actuación diaria.
Hace un par de días, mientras hacía las compras semanales en una tienda de autoservicio, acompañada por mis hijos adolescentes, decidí comprar alitas de pollo y las coloqué en una charola para que el encargado las pesara y emplayara. Después de recibir el paquete me pareció que eran pocas y abrí el empaque para agregar algunas más.
     Mientras hacía esto, no me percaté que mi hijo estaba detrás de mí hasta que me dijo “eso no es correcto”. Él pensó que estaba tratando de engañar a la tienda al llevar más producto y pagar menos. Le expliqué que le pediría al dependiente que lo pesara de nuevo y así lo hice, pero al recibir el paquete de nuevo, éste traía el mismo precio. Mi hijo lo vio y me dijo: “no lo cambió, ¿así te lo vas a llevar? Regresamos nuevamente para explicarle, obteniendo la siguiente respuesta: “ya se lo hubiera llevado así”. Finalmente cambió el precio y agradeció el gesto.
     Este hecho me hizo reflexionar sobre el ejemplo que damos con nuestras acciones, a tal grado que se convierten en patrones de comportamiento para los hijos, y que provoca que sean nuestros propios jueces. ¡Qué gran satisfacción comprobar que he realizado un buen trabajo como mamá al enseñarle el valor de la honestidad!
Es común que en el seno de la familia se hable sobre los valores como principios fundamentales que guían el comportamiento de las personas, pero ponerlos en común es una cosa y vivirlos es otra.
     Podemos explicar el concepto de la honestidad, que según la Real Academia de la Lengua Española, es una cualidad humana que consiste en comportarse y expresarse con sinceridad y coherencia, respetando los valores de la justicia y la verdad. A lo que se le puede añadir “en todas nuestras acciones”.
Entonces, ¿qué les estamos enseñando a nuestros hijos cuando llenamos de alitas nuestros bolsillos, nuestro pensamiento y nuestras relaciones? Resulta muy fácil y conveniente obviar un error en el pago de nuestra cuenta –claro, si es a nuestro favor-, o mentir para no dar explicaciones sobre algún error cometido. El principio de la honestidad no implica la condición de cuando nos vean o en algunas situaciones, sino que debe ser aplicado en todas nuestras acciones.
     En la misma tienda me llamó la atención en el departamento de papelería que los lápices de colores tenían candado y un letrero indicando que ese producto, al igual que las calculadoras y los lapiceros de mayor costo, debían solicitarse con el encargado. Al preguntar el motivo, me impactó la respuesta: “Porque se los roban”.
     Es un hecho que muchas personas sustraen artículos de los supermercados; lo cual lamentablemente ya no nos causa sorpresa; pero qué mensaje le doy al niño cuando abro una caja de lápices de colores para cambiarlos por unos de mayor precio y pagar el más barato. Un artículo que debe apoyar su formación y que ha sido obtenido mediante el engaño representa una incongruencia en sí mismo.
Con este tipo de acciones, los padres le muestran al niño que mentir es el mejor camino para conseguir lo que se desea, argumentando que una tienda tan grande no pierde por ese detalle o que es problema del mesero que se haya equivocado en la cuenta. ¡Y todavía se atreven a hablar de honestidad!
Sin lugar a dudas, la congruencia es una de las virtudes que producen en los hijos una sensación de admiración por sus padres. Esta admiración hará  que todo lo que venga de ellos sea valorado y aceptado y sea una gran razón de autoridad moral.
    Por último, cabe preguntar: ¿Cuántas alitas de pollo hemos metido en la bolsa de nuestros hijos?
La autora es profesora de la Universidad Iberoamericana Puebla.
Este texto se encuentra en Círculo de Escritores.  Sus comentarios son bienvenidos.




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