jueves, noviembre 28, 2013

Desde la tradición hacia los nuevos tiempos

Autor: José Rafael de Regil Vélezdatos del autor haz click aquí
Publicado: Síntesis Tlaxcala, 27 de noviembre de 2013

                En este 2013 se han cumplido cincuenta años de un acontecimiento que fue poco atendido por la prensa, excepto por publicaciones católicas: la elección el 21 de junio de 1963 de Juan Bautista Montini como el papa número 262 de la Iglesia Católica, quien tomó el nombre de Pablo VI, o Paulo VI como se le conocía en México.
                El Pontífice nació en el seno de una familia acomodada italiana del final del siglo XIX. Su padre era abogado y director de una publicación impresa periódica de orientación católica. Recibió la formación inicial en el colegio de los jesuitas y a los 19 años entró al seminario, a cuyo egreso fue ordenado sacerdote.
                Siendo un presbítero todavía muy joven fue a estudiar filosofía a la universidad jesuita de Roma y letras a la estatal, pero muy poco tiempo después fue trasladado a la academia que era encargada de formar a los diplomáticos del Vaticano y los funcionarios de la curia romana. Se doctoró en derecho canónico.
                Gran parte de su vida se desempeñó como burócrata de la sede de la Iglesia Católica, pero alternó sus ocupaciones de funcionario con las de asesor de grupos de estudiantes universitarios italianos. Entre ellos y la secretaría de Estado transitó la irrupción del facismo en Italia, la guerra mundial y la creciente tensión entre los católicos tradicionalistas cerrados en sí mismos y los que querían vivir en un mundo que cambiaba aceleradamente.
                El único trabajo que tuvo cercano a la gente fue el de Arzobispo de Milán, al cual fue enviado por el papa Pio XII. En esa progresista ciudad del Norte de Italia desplegó una fuerte labor con incidencia social, abierta al diálogo con intelectuales, políticos, artistas y demás personajes de la cultura de su tiempo, lo que completó la visión que inauguró cuando conoció a los pensadores católicos de la primera mitad del siglo XX y que marcaron mucho del pensamiento personalista y existencial contemporáneo.
                La Iglesia toda vivió un momento culmen cuando se zambulló en el Concilio Vaticano II que convocó Juan XXIII, el italiano Angelo Roncalli, quien desafió a los cristianos a salir de las sacristías para abrirse al mundo, a abrir las ventanas de la milenaria institución religiosa para que entrara el aire de la renovación que le hacía falta, pues para millones de sus fieles se estaba quedando obsoleta, insensible a los problemas de su tiempo.
                En 1963 murió ese pontífice y lo sucedió Montini, Pablo VI. Y comenzó un pontificado de gran trascendencia, solo que opacado por la popularidad mediática de Juan Pablo II, lo cual ha ocasionado que no se valore su legado.
                Pablo VI fue un papa que tuvo la tarea de guiar a una institución enorme, fincada en una tradición secular, con enorme poder y muy lejana a las necesidades de las mujeres y los hombres de su época hacia las nuevas posibilidades que habían entreabierto el Concilio Vaticano II y las ideas modernas y la tecnología del siglo XX.
                Gran parte de su espíritu se vio plasmado en la consigna que habían recibido las órdenes y congregaciones religiosas para su puesta a punto: ser fieles al espíritu de sus fundadores, pero también fieles al espíritu de los tiempos.
                Así, Pablo VI se dio a la tarea de orientar, animar, impulsar. Creó muchos de los instrumentos de animación pastoral que hoy son cotidianos en la Iglesia católica: instituyó el sínodo de los obispos, como una reunión frecuente en la cual los jerarcas religiosos pudieran abordar los temas de importancia y sus implicaciones para la praxis eclesial. Él mismo presidió al menos tres de esas reuniones, la más famosa de las cuales fue la de 1977, dedicada a esclarecer los retos de la evangelización en el mundo actual. Promovió las conferencias episcopales en los diversos países del mundo para que los obispos pudieran estar más atentos a colaborar entre ellos para el bien de las personas a las cuales sirven.
                Impulsó la actualización de las misas y demás rituales sacramentales en todos los países del mundo, con liturgias en lengua vernácula, con manifestaciones culturales propias y no solo latinas. Esto le venía desde sus tiempos de asesor de estudiantes en los que conoció el movimiento de reforma litúrgica que pugnaba por hacer las formas cultuales más apropiadas para las personas de a pie y no solo para los clérigos y su mundo latino.
                Creó diversas jornadas (algo así como días mundiales) dedicadas a problemas importantes: la jornada mundial de la paz, la jornada mundial de las comunicaciones. Esas efemérides han ido acompañadas desde la década de los sesenta con un mensaje que realizan los papas con la idea de poner sobre la mesa las principales implicaciones que tiene vivir humanamente. Las jornadas de los medios de comunicación han entregado al mundo interesantes reflexiones sobre el ser y quehacer de los medios y el papel que juegan quienes reciben sus mensajes para la construcción de un mundo más justo.
                El pontífice escribió algunas cartas abiertas a todas las personas de buena voluntad que causaron gran impacto: Ecclesiam suam, Populorum progressio, Evangelii Nuntiandi, Humanae vitae. En ellas abordó la apertura que deben tener todos los miembros de la Iglesia a los problemas sociales, al progreso de los pueblos en igualdad de circunstancias entre países ricos y pobres, la necesidad de que la fe cristiana se enriquezca con los valores de la cultura actual, en tanto que esta pueda ser enriquecida con los de aquella, fincados en una tradición humanista de milenios.
                La Iglesia Latinoamericana recibió gran impulso con la carta Populorum Progressio y su visita a Medellín para la inauguración de la segunda conferencia del Episcopado Latinoamericano. De allí quedó convalidada la búsqueda que llevó a la teología de la liberación y la praxis de las comunidades eclesiales de base. Su presencia fue más amplia internacionalmente: visitó Jerusalén, la ONU, Asia. Entendió la importancia de salir del Vaticano, el lugar al cual se habían autoconfinado los papas desde la segunda mitad del siglo XIX.

                 Juan Bautista Montini fue un hombre de Iglesia, pero abierto a la sociedad, a la cultura, a la consideración de que las mujeres y los hombres buscan vivir humanamente y que la religión católica puede colaborar en su búsqueda, antes que ser un obstáculo en el caminar por mostrar dogmas ininteligibles, morales impracticables y culto insignificante. Por ello fue polémico, solitario, pero también lúcido y luminoso para quienes quieren ser fieles a la enorme riqueza que se desprende del humanismo cristiano y a las penas y alegrías de los seres humanos de nuestro tiempo, que como ayer, son invitados a vivir la alegría de la fraternidad y la justicia.

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