viernes, enero 10, 2014

El Papa y la Economía

Autor:  Alexis Vera datos del autor haz click aquí
Publicado: lado B, 12 de  diciembre 2013

     Tenemos un Papa que, en apego a su formación jesuita, está dando al mundo de qué hablar. Particularmente, Francisco I empieza a incomodar de sus asientos a los prelados más conservadores. La semana pasada, en su primera “Exhortación Apostólica”, el máximo líder de la Iglesia Católica criticó contundentemente al capitalismo y a la economía de libre mercado: “Algunas personas siguen defendiendo las teorías del “derrame” (trickle-down) que asumen que el crecimiento económico, alentado por un mercado libre, inevitablemente tendrá éxito en traer mayor justicia e inclusión en el mundo. Esta opinión, que nunca ha sido confirmada por los hechos, expresa una cruda e ingenua confianza en la bondad de quienes ostentan poder económico y en los trabajos sacramentados del sistema económico predominante. Mientras tanto, los excluidos siguen esperando”.
      Independientemente de lo controvertido que pueda ser el manejo del Estado Vaticano en lo relativo a sus finanzas, me parece que el Papa ha sido valiente al criticar abiertamente al sistema económico del cual la misma Iglesia Católica ha obtenido beneficio. Sistema económico defendido por los más poderosos de la Tierra. Jesús también fue crítico de los poderosos de su tiempo y creo que el Papa, como su principal discípulo, hace bien siguiendo su ejemplo. Ya era tiempo de que del Vaticano saliera una firme oposición a un sistema de producción que ha dejado fuera del progreso a la mayor parte de los habitantes del mundo. No lo dice la teoría, lo dice la práctica.
      Lo que me pareció sumamente atinado en las palabras de Francisco I fue la observación acerca de cómo el liberalismo económico confía en la ética y buena voluntad de sus líderes para que exista justicia social; es decir, para que cada quien reciba lo que merece desde el punto de vista económico. En efecto, los defensores del libre mercado aseguran que el sistema por sí solo arregla las cosas y hace justicia a la larga. Los líderes de la economía global siempre han defendido que, en el largo plazo, todos los países que participen del comercio mundial se subirán al carro del progreso y obtendrán beneficios. Sin embargo, desafortunadamente la evidencia muestra que uno de los más devastadores efectos de la globalización es la polarización de la riqueza: algunos tienen mucho, la mayoría tiene muy poco. En Estados Unidos el año pasado el 10 % más rico concentró más de la mitad de los ingresos totales del país. Esto se llama desigualdad -por decir lo menos-. Y lo que muchos ricos no han querido ver es que, tarde o temprano, la desigualdad tiene fuertes repercusiones sociales y que, como vivimos en un mundo interdependiente, al final los efectos negativos también impactan a los más acomodados.
      No intentaré defender al socialismo, pues quedó demostrado que los sistemas autoritarios de producción como ese, también acumulan muchos privilegios para unos cuantos y dejan en la mediocridad al resto. Creo más bien que debemos fijarnos en qué es lo que hoy por hoy ha dado mejores resultados en términos de bienestar y equidad; analizarlo, adecuarlo y mejorarlo. Las economías que en la actualidad tienen menos desigualdad son las de los países nórdicos. Allá hay libre mercado pero con una fuerte participación y regulación del estado. Es decir, no se deja el manejo de la economía exclusivamente en manos de particulares que, por definición, siempre privilegiarán el bien privado sobre el público. En los países nórdicos hay libertad económica pero con límites, en nombre del bien público. Tienen deficiencias, como en cualquier sistema creado por el hombre, pero sus ineficiencias económico sociales son mucho menores que las de naciones donde hay más libertad para la iniciativa privada porque, como bien sugiere lo arriba señalado por Francisco I, el modelo de libre mercado supone que aquellos con poder harán justicia a sus congéneres menos poderosos pero la realidad financiera global evidencia que el ser humano actual, por general -y casi naturalmente-, es egoísta e injusto.
      Me parece que no debemos dejar la generación y distribución de la riqueza exclusivamente en manos de la iniciativa privada porque corremos el riesgo de vivir eternamente en sociedades desiguales e injustas. Tampoco debemos pasar todo a manos de un estado paternalista que todo lo hace ineficiente. Desde mi punto de vista se requiere una adecuada mezcla de sector privado y sector público (en este último me permito incluir a las organizaciones no gubernamentales que por definición no tienen ánimo de lucro y, por lo general, tienen un interés específico de beneficio público) para equilibrar intereses y prosperar como sociedad, donde la gran mayoría quepa y todo aquel que trabaje honrada y efectivamente pueda tener acceso a una vida digna.
     Finalmente entiendo que esa fue la gran lucha del Jesús histórico (la justicia social) y, por tanto, debería ser la gran lucha del Papa en función. Creo que es hora de evolucionar el capitalismo contemporáneo, mejorarlo y orientarlo a la construcción de una mejor sociedad. @veraalexis



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