jueves, enero 16, 2014

Renovarse o morir: Ante la evaluación docente

Autor: José Vicente Hurtado Herrera
Publicado: Puebla on Line, 09 de diciembre de 2013

     El mes de diciembre representa socialmente un tiempo de celebración, de festejo, de encuentro con los seres queridos; pero para muchos docentes, ante el final del semestre escolar, constituye un tiempo de revisión, de evaluación de su práctica educativa.
     La evaluación es un elemento fundamental de la educación, pues a través de ella logramos evidenciar los logros de nuestro curso, los alcances reales de lo planeado, el impacto alcanzado en los educandos.
     Según la RAE (2013), evaluar se define como la actividad de "señalar el valor de algo, estimar, apreciar, calcular su valor"
     Justamente al final del semestre tenemos esa oportunidad, de valorar los logros del curso trabajado en el semestre, valorar el impacto en los alumnos, de considerar los logros de los objetivos propuestos.
     Cierto es que en los últimos 10 años, la cultura de la evaluación educativa, de la evaluación docente en particular, ha venido en aumento. Cada vez las instituciones, particularmente las de educación superior, tienen mayores mecanismos e instrumentos de evaluación docente, instrumentos en constante adaptación ante la necesidad de ser más precisos ante lo que se pretende evaluar.
     Sabemos que la evaluación docente tiene diversas finalidades institucionales, entre ellas la selección de los mejores perfiles, el análisis de las fortalezas y debilidades de la planta docente, y con ello el reconocimiento de necesidades de capacitación.
     Pero más allá de los esfuerzos institucionales por sostener sus intereses, por responder a su naturaleza formativa en el mejor de los casos, es indispensable que como docentes hagamos un ejercicio de autoevaluación, de revisión de nuestra práctica educativa. 
     Tenemos diversas mediaciones que nos dan información para hacer de este proceso de revisión, una práctica más real y objetiva. Ejemplo de lo anterior es la evaluación que semestre con semestre se aplica a los alumnos para que valoren el desempeño de sus profesores, o el proceso de retroalimentación que puede hacerse entre colegas, o las observaciones de los coordinadores de carrera, y otras mediaciones. Pero sin duda el mayor reto está en la autoevaluación, pues ella nos exige observarnos, revisarnos, revisar desde nuestro interior.
      El fin de semestre nos da posibilidad poner atención a los sentimientos que nos genera el final del curso: satisfacción, frustración, o indiferencia ante lo vivido en el semestre. Es relevante cuestionarnos y atender a lo que sentimos y a cómo nos sentimos al final del curso.
     La percepción que pueden tener los alumnos sobre nuestra labor es relativa, pues en el contexto de una educación mercantilizada por el logro de una buena calificación como principal finalidad, la obtención de ésta por parte de los alumnos puede ser motivo para valorar positivamente al docente. No podemos negar que existen jóvenes que también se preocupan por lo aprendido.
     Como docentes podemos navegar en la profesión "sin pena ni gloria", insatisfechos, pero acomodados en la oferta del mercado, dando lo mínimo posible o lo que he venido dando durante muchos años. Este es uno de los grandes peligros que conlleva nuestra noble labor.
     Cuestionemos nuestra actividad educativa que desde hace muchos o pocos años, vengo realizando: ¿vale la pena? ¿Mi labor es significativa y pertinente para los jóvenes con los que trabajo? ¿Me sigue representa un proyecto de vida? ¿Es el mejor aporte que puedo hacer a la educación de este país?
     Las opciones ante la evaluación y autoevaluación de nuestra labor, nos da la posibilidad de renovarnos, de disponernos a hacer los ajustes necesarios, de analizar los aspectos que tenemos que clarificar, de pedir ayuda, a fin de hacer de nuestra experiencia educativa una actividad satisfactoria y rica existencialmente. De lo contrario, la insatisfacción, la percepción de no logro, la posible indiferencia ante lo trabajado, nos cobrará factura, institucional o personalmente.
     Hagamos de la evaluación docente un mecanismo de crecimiento, de incentivo para seguir creando mejores experiencias educativas, para motivarnos en la búsqueda de ser más pertinentes como profesionales de la educación.
El autor es profesor de la Universidad Iberoamericana Puebla.


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