Autor: Dr. Frank Loveland
Publicación: Síntesis, 23 febrero 2006.
Mientras el pasado viernes se daba la inusitada presencia de La Otra Campaña y el sup Marcos en la Ibero-Puebla, sorprendente porque según rezan algunos dogmas de la izquierda mexicana, tal cosa no puede suceder en una universidad privada y cristiana por añadidura, desde la Benemérita Universidad del Estado nos llegaban noticias de la circular expedida a sus profesores sobre exigir esa mañana la presencia de todos sus alumnos en clase, y las presiones para que académicos y estudiantes participaran esa tarde en la gran manifestación de apoyo al señor ése que tanto ha hecho por dar empleo a nuestra niñez y juventud marginadas.
En verdad, el país ya no es como antes. Y hoy que un fantasma siniestro recorre a la sociedad poblana de arriba a abajo, es buen momento para repensar los lugares comunes del pensamiento ciudadano tanto de izquierda como de derecha. Porque lo que sucede estos días aquí entre gobierno y ciudadanos desborda los posicionamientos ideológicos tradicionales. El domingo 19, en las comidas familiares, en las residencias y en los infonavits, no se hablaba de futbol. Y tan indignadas están las mujeres convencidas de que Dios las hizo para tener hijos, como aquéllas que exigen el derecho a decidir sobre sus cuerpos; igual de iracundos vi a los académicos sofisticados como al taxista que me dijo que lo obligaron a ir a la “chingada manifestación de apoyo... nos quitan las placas si no vamos, joven”. Hasta a los periodistas chayoteros les tiembla la mano. Singular momento de universal ultraje a toda la sociedad del estado, donde todo apoyo explícito al status quo sabemos es de mala fe. No está de más saber quiénes, en el sector público y privado, han perdido tiempo ha todo sentido de dignidad humana.
El encuentro en la Universidad Iberoamericana, más acá del personaje que la presidió, y que merecería artículo aparte, nos ofreció también el encuentro entre estudiantes y profesores de universidades públicas y privadas, encuentros que habría que fomentar, sobre todo entre estudiantes que fácilmente pueden adoptar los prejuicios tradicionales, de izquierda unos y de derecha otros, heredados de sus profesores. En este sentido, debemos agradecer al señor gobernador habernos ayudado a unificar criterios en su contra.
No dejó de ser curioso el tono y actitud de algunos participantes (y me incluyo): la tradición mitinesca de la universidad pública, con arengas apasionadas iniciadas con el infaltable “Compañeros!”, acompañadas por un cierto titubeo, quién sabe si no hasta cierta culpa inducida, al hallarse en la casa “burguesa” de estudiantes “pirruris”. En ese titubeo, la ideología comienza a sospechar de sí misma y aparece la necesidad del diálogo. El otro está ahí, ni modo. Y el tal otro no es lo que me dijeron. El dogma no funciona. Ni la unanimidad del mitin, típica de la universidad pública, ni la pluralidad trivial, típica de la privada. Ni mucho menos el fácil adjetivo de universidad burguesa, con todas sus conotaciones, pues entonces el evento no estaría sucediendo. Y sí, también a algunos participantes jóvenes del llamémosle sector privado se les nota que han estado bien cuidados y no les ha pasado nada. La injusticia les es lejana, y quisieran dialogar con todos para llegar a acuerdos. Pero ahí fue donde el momento histórico obsequiado por nuestro gobernador impidió la ingenuidad. ¿Qué se podría “dialogar” con nuestro gobierno actual? ¿El precio de nuestros hijos?
En cambio, en la Ibero hubo diálogo. Civilizado, apasionado, sorprendido. La universidad ofreció un espacio inédito urgido de encuentros; una primera palabra entre sectores otrora antagónicos. Una muestra de un México mucho más civilizado que su gobierno.
Cuando la inundación llega al cuello, no hay lugar para discusiones que en tiempo de secas parecían importantes. Habitamos un país que se desmorona, y no será la dirigencia política la que lo evite, al contrario, nos seguirán diciendo que le echemos ganas para seguir cavando el agujero. Tampoco será la izquierda tradicional y partidista, con su pensamiento gregario, su obsesión por dirigir a las masas, no se diga la certeza de su saber adquirido en íntimas conversaciones con la dialéctica diosa historia. Y mucho menos la derecha, y digo la de buena fe, que quisiera que todos nos portáramos bien a ver si así se arreglan las cosas y nos podemos dedicar a hacer una bonita familia y una buena carrera.
Quizá por esto el concepto zapatista de dignidad, puesto al frente de toda consideración, resuena entre tantos. Porque si la estudiante de universidad pública se siente víctima y el de privada privilegiado, la exigencia de indignidad a cambio del éxito es para ambos. No es para nada accidental que hayan sido los que menos tienen quienes vinieron a recordarnos nuestra precaria situación ética. Tampoco es accidental que el mayor espectáculo de absoluta indignidad humana nos lo ofrezcan quienes más tienen.
Hoy ya sabes lo que tu gobernador piensa de ti, y ojalá aceptes la invitación, de parte de la llamada sociedad civil, para encontrarnos el domingo a las 11 am en el Paseo Bravo. La abigarrada sociedad civil, que piensa como tú y no piensa como tú, los que gritan demasiado y los que callan en exceso, los con hijos y los sin hijos pero que saben que toda botellita de cognac es hija de alguien y mira con ojos espantados un mundo que no merece. Por la dignidad mínima de nuestra sociedad.
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