Autor: Martín López Calva
Publicación: Síntesis, 16 febrero 2006.
El sistema educativo mexicano está ahora en tiempo de cambios curriculares: una nueva propuesta que reforma la educación secundaria, un proceso de estudio hacia la renovación curricular del bachillerato y numerosos cambios curriculares en escuelas y universidades que persiguen mejorar la calidad y adecuar la educación a los nuevos tiempos.
Sin embargo, a lo largo de los años hemos visto innumerables cambios curriculares que no han modificado la realidad que podría calificarse como de fracaso educativo en nuestro país. ¿Cuál puede ser el problema? ¿Cómo enfrentarlo?
Dos riesgos
“Está muy extendido cierto fatalismo que asume
como un mal necesario que la enseñanza escolar…
fracasa siempre”
Fernando Savater. El valor de educar.
El primer riesgo de fracaso de un proceso de renovación curricular está en este fatalismo del que habla Savater. Es considerable el número de profesores y de administradores de lo académico que viven cotidianamente su trabajo desde esta perspectiva que sostiene que la educación escolarizada es un mal necesario y que está destinada a fracasar.
Es por ello que muchos esfuerzos serios y aún apasionados de renovación curricular, acaban siendo presentados en congresos y publicados como excelentes propuestas teóricas que sin embargo, no resultan en la práctica porque son saboteadas desde dentro, por esta cultura del “mal necesario” y esta actitud de que cualquier propuesta de cambio está de antemano condenada al fracaso.
“Si queremos que todo siga como está,
es preciso que todo cambie.”
Giuseppe Tomasso di Lampedusa. El gatopardo
Un segundo riesgo se deriva del gatopardismo que padecemos como cultura nacional y como cultura educativa. La idea de que es necesario que todo cambie para que todo siga igual está muy extendida en nuestras instituciones educativas.
En muchas ocasiones, las intenciones de fondo, no explícitas, de los procesos de renovación curricular que son propuestos por autoridades, son precisamente las de mantener la situación como está, sabiendo que para sostenerla, es necesario un cambio radical… de formas.
En otros casos, la recta intención de los que proponen las renovaciones curriculares se ve obstaculizada por los educadores y los administradores del proceso, que partiendo de la idea de que la forma de proceder actual ha dado resultado y por ello “no es necesario cambiar” van aceptando en apariencia la renovación pero la van asimilando de tal manera que no pase nada relevante en los hechos.
La reorganización de la esperanza.
Toda renovación curricular auténtica, a pesar de estos riesgos y a pesar de que está condenada de antemano a sucumbir en alguna medida a ellos, es una apuesta por el futuro, por un mejor futuro para los educandos, para la sociedad y para la humanidad.
Desde esta visión compleja, un proceso de renovación curricular es un camino que pretende reorganizar la esperanza y aportar a una sociedad que necesita cambiar, ciudadanos comprometidos y preparados para este cambio. Por ello una renovación curricular auténtica ofrece más que conocimientos, esperanza.
Para lograrlo debe empeñarse en poner las condiciones para lograr tres niveles de transformación sin los cuales no se podrá hacer realidad esta oferta de esperanza: el cambio en la conciencia de los educadores, el cambio en las estructuras escolares y el cambio en la cultura educativa.
Como todo proceso humano, ninguna renovación curricular se hará realidad al cien por ciento. Todo cambio curricular tendrá un porcentaje de fracaso y un porcentaje de cambios “para seguir igual”. Sin embargo, de la conciencia que se genere acerca de esta apuesta por el futuro y de las condiciones de transformación que se pongan en los tres niveles mencionados, dependerá que la renovación curricular pueda tener mucho más de reorganización de la esperanza y de cambio educativo real hacia un mejor futuro, que de fracaso o gatopardismo.
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