Autora: Celine Armenta
Publicación: La jornada de oriente, 11 de mayo de 2006.
Como cada año, nos inundaron las celebraciones del 10 de mayo y su descarada comercialización, sus discursos que adormecen conciencias, y su filmografía chorreando resignación, sacrificio y lágrimas abnegadas. Este derroche, que enmascara estructuras, políticas y costumbres llenas de inequidad, debiera bastar para convencernos de suscribir personal y colectivamente, el flamante Acuerdo Nacional por la Igualdad y Contra la Discriminación, que busca hacer de México un país incluyente y tolerante.
El acuerdo es esperanzador, pese a que las pilas de acuerdos, leyes y programas que lo anteceden, no han contribuido a aliviar la discriminación que sufren cada día las mujeres de todas edades y grupos socioeconómicos, los ancianos, las madres trabajadoras, las mujeres y hombres con discapacidades, los indígenas, las minorías religiosas, los no-heterosexuales, y más que nadie los pobres, los extremadamente pobres.
Tan sólo en lo que vamos del siglo XXI, se añadió un párrafo a la Constitución Política, que dice a la letra: “Queda prohibida toda discriminación motivada por origen étnico o nacional, el género, la edad, las capacidades diferentes, la condición social, las condiciones de salud, la religión, las opiniones, las preferencias, el estado civil o cualquier otra …". Y se han promulgado leyes para proteger los derechos de niñas, niños, adolescentes y personas adultas mayores; para asegurar los derechos lingüísticos de los pueblos; y para prevenir y eliminar la discriminación. Pero la discriminación aumenta cada día, como puede verificarse en la plana roja de los diarios, en la charla con los discriminados, y en la encuesta nacional de discriminación, que en 2005 le puso cifras al desprecio y al odio que sentimos hacia los “diferentes”.
¿Por qué entonces tengo tanta esperanza en el acuerdo nacional por la igualdad y contra la discriminación? Por una sola razón: porque no será firmada por un puñadito de autoridades y líderes de la sociedad civil; sino por todos lo que guiados por nuestra conciencia, nos comprometamos a hacerla realidad. Este acuerdo es nacional, en el sentido más amplio del término. Todos estamos invitados a suscribirlo. De uno en uno; hasta poder decir que lo hicimos “todos”. Yo ya me aseguré de que mi nombre esté entre “las y los firmantes” que creemos que la discriminación y exclusión nos denigra y nos empobrece a todos. Yo ya me comprometí, entre otras cosas, a “Fomentar la participación ciudadana en la construcción de una cultura de la no discriminación, en la denuncia de acciones discriminatorias, así como en la formulación y seguimiento de los programas gubernamentales”.
La firma pública se realizará el 16 de mayo de 2006 en la ciudad de México, pero todos podemos añadir nuestro nombre a la larga lista de firmantes, a través del Internet: http://www.conapred.org.mx/Noticias/noticiasTextos/acuerdoNac.html.
Firmemos sin miedo. Mienten las campañas televisivas y los rumores ponzoñosos, al decir México peligra si buscamos más democracia y menos discriminación; por el contrario, la tolerancia y la inclusión siembran esperanza y construyen futuros.
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