Autora: Laura Rodríguez Matamoros
Publicado: Síntesis, 4 de Mayo 2006.
Eminentes teóricos de la educación han publicado sendos volúmenes acerca de las nuevas tendencias formativas en las escuelas. Así, Jacques Delors formula los cuatro pilares de la educación, a saber, aprender a aprender, aprender a hacer, aprender a ser y aprender a convivir; que se han constituido en significativos inspiradores de docentes de todos los niveles formativos. Edgar Morin también expresa una visión educativa revolucionaria denominada ecopedagogía, cuyos principios se expresan en siete saberes necesarios para la educación del futuro: educar para curar la ceguera del conocimiento, garantizar el conocimiento pertinente, enseñar la condición humana común y diversa y un sentido de pertenencia planetario, enseñar la identidad terrenal, enfrentar las incertidumbres, enseñar la comprensión, y enseñar la ética del género humano. Howard Gardner considera que la personas tienen al menos ocho inteligencias múltiples - musical, corporal-cinestésica, lingüística, lógico-matemática, espacial, interpersonal, intrapersonal y naturalista -; debido a su importancia todas deben ser igualmente atendidas en el medio educativo favoreciendo su desarrollo en todos los educandos.
Estos autores, y otros más, son inspiradores del esfuerzo de muchos docentes que se afanan por hallar el cómo lograr que estos desarrollos, que estos aprendizajes se logren en cada uno de sus alumnos. Y es que, aunque asumamos con los autores la conveniencia de sus propuestas, parece que se olvidan de que ni siquiera las diferencias más individuales se dan en el vacío social, de que el aprendizaje y el desarrollo se llevan a cabo en el contexto social y cultural de cada persona. No debemos, por tanto, perder de vista que los seres humanos se desenvuelven en circunstancias concretas, en momentos históricos específicos, en una cultura cambiante y dinámica, en un entorno social que incide en el modo en que el sujeto va asumiendo su propio desarrollo y su propio aprendizaje. Ésta suele ser una perspectiva olvidada por muchos teóricos, y prácticos, de la educación: que los profesores y alumnos son personas concretas insertas en entornos socio-culturales, económicos y políticos que requieren ser atendidos y asumidos para lograr los ideales educativos por ellos expuestos.
Falta el reconocimiento de la incidencia de lo social en la escuela así como del papel transformador que ésta debe asumir con respecto a su entorno. De ahí la necesidad de generar en el ámbito escolar un ambiente democrático en el que los involucrados puedan desarrollar sus potencialidades, donde se conjugue el respeto a la diversidad personal y cultural con la búsqueda de la igualdad social, política y económica, donde se propicie el aprendizaje relevante y la reconstrucción de la cultura experiencial de cada estudiante a partir de la integración y comunicación de saberes y personas.
¿Cómo podemos los docentes inculturar las propuestas educativas de vanguardia?, ¿cómo podemos situarlas y situarnos en el contexto escolar concreto en el que desarrollamos nuestra labor educativa?
Algunos elementos que pueden resultarnos útiles para ir constituyendo al aula como un espacio ecológico de cruce de culturas en el que se favorezca un aprendizaje experiencial-reflexivo, situado e integrador son:
- Realizar un diagnóstico optimista que refleje las potencialidades y limitaciones de los alumnos, sus oportunidades de aprendizaje.
- Adecuar objetivos, contenidos, experiencias y niveles de exigencia a los resultados del diagnóstico, procurando favorecer el desarrollo y el aprendizaje de los alumnos en su entorno.
- Favorecer una conversación ética y cultural que sirva de puente entre las identidades de los alumnos, el entorno y el contenido abordado.
- Asumir la evaluación como un proceso complejo que nos exige ponernos en el lugar del alumno para comprender con él el progreso individual y colectivo.
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