Autor: Gerardo Palomo G.
Publicación: La jornada de oriente, 19 de mayo, 2006
Es ya un lugar común en comentaristas de radio, prensa y televisión decir que lo que explica la crisis por la que atraviesa el PRI e inclusive el sistema político mexicano, se debe a que ya no existe, como en los tiempos del régimen de partido único, la figura de un “arbitro” representado por la figura del ejecutivo; que al aparato corporativo no se le sustituyó a tiempo por otra forma de control equivalente o que este u otro de los expresidentes se apoyó y favoreció a la tecnocracia haciendo a un lado al partido; a lo cual se agrega toda una letanía de nostalgias que pretenden encontrarle virtudes a un régimen francamente autoritario. El discurso anterior no hace otra cosa sino confundir, u ocultar si se quiere, las causas reales de la crisis política y de gobierno en la que estamos inmersos cuando se insiste en la ausencia o continuidad de los aspectos formales del régimen de partido único, pues tales ausencias son más bien la expresión inmediata del colapso de dicho régimen y no su causa.
Una visión de las cosas que no permite advertir el fondo del problema: que la crisis mencionada anteriormente se debe a un conjunto de contradicciones cuyo balance y caracterización teórica no se ha establecido con rigor. De tales contradicciones, una está dada por el hecho de que el partido de estado dejó de representar los intereses de la nación en la medida en que la administración pública, por ejemplo, se continúa repartiendo indiscriminadamente como cotos de poder privado a los más variados grupos y grupúsculos de poder político-económico que no tienen ningún interés en contribuir al desarrollo del país y que desplazan a sectores empresariales en los que sí se advierten iniciativas en dicho sentido; o bien, contradicción mayor, la que se advierte en el hecho de que la derecha ha actuado no sólo desde su partido, sino también y sobre todo desde el mismo PRI. Este partido terminó por alcanzar su crisis terminal (estructural) al asumir y conducir la política económica (neoliberal) de la derecha, sin que esta última y su partido asumieran los costos sociales de su aplicación y siga apareciendo como fresca alternativa ante la sociedad (un fenómeno que se repite alegremente en diferentes estados de la federación). Mientras al interior del tricolor persiste la idea de que el proceso de descomposición al que se enfrenta puede solucionarse con arreglos palaciegos “operados” adecuadamente. La falta de claridad en el análisis se puede resumir en una paradoja: que a punto de concluir el sexenio del primer gobierno de la alternancia unos no saben todavía por qué perdieron y los otros tampoco saben por qué ganaron. Paradoja aún no resuelta por los propios actores en la medida en que unos consideran que fue su mercadotecnia política la que los llevó al triunfo electoral y están convencidos de que la tecnología mediática (en realidad simple mecánica repetitiva y reforzamiento conductista) es el remedio más adecuado para transfigurar la ‘nada’ de su actual candidato en ‘algo’ que le permita ganar por uno o dos puntos; mientras los otros continúan argumentando que no tenían al candidato adecuado o que fueron traicionados. Esto es, simple paseísmo explicativo.
Otro lugar común es el que consiste en señalar que contrariamente a la muy anunciada desaparición del PRI, este sin embargo “sigue ahí”. Pero aunque esto último es cierto también lo es que el tricolor ya no es lo que fue si tomamos en cuenta, en primer lugar, que el PRI de LEA, de JLP o de MMH ya no existe como partido de estado; y, en segundo lugar, porque en la coyuntura acaba de experimentar un cambio singular visto que Madrazo parece haber logrado apropiarse simple y sencillamente de dicho partido y asegurar su control aún después del proceso electoral, inclusive si pierde. Lo que podría interpretarse como una forma de rescatar lo rescatable visto el proceso de descomposición de este organismo político, haciendo de él una fuerza política más y sin mayores pretensiones hegemónicas.
Desde este punto de vista, si consideramos que en cualquiera de los escenarios postelectorales el PRI no pierde su registro, todo parecería indicar que una parte significativa del ‘voto útil’ del tercer candidato a la presidencia, López Obrador, se encontraría, nada más y nada menos, que en la base social del PRI de inspiración republicana y juarista.
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