Autor: Rodrigo Saldaña Guerrero
Publicación. e-consulta, 5 de junio de 2007.
Se nos bombardea con lamentaciones sobre las violaciones a esa pobre víctima, la propiedad intelectual. Se nos dice que atenta contra la creatividad y la inversión. No está de más recordar que esta propiedad nació con el nombre de derecho de autor. Se trataba de proteger los derechos que el crear una obra le daban al autor de la misma, y de esa manera (entre otras cosas) alentar la producción de tales obras originales. Por siglos esta producción había estado expuesta a toda clase de tropelías, entre las que sobresalen las copias piratas hechas de las obras de Shakespeare durante las presentaciones de las mismas. Si uno tiene derecho al producto de su trabajo, es importante proteger el que el autor de una obra tiene sobre ésta. En la práctica siempre hay problemas, empero. ¿Una pequeña cita viola ese derecho? ¿y si la cita es una reproducción parcial de un material audiovisual, con propósitos semejantes a los de la cita hecha en un material impreso?
Todo derecho de propiedad es relativo. No se lo puede poner por encima de urgentes necesidades humanas. Poderosos intereses tratan de hacer de una forma de propiedad (unas veces gubernamental, otras privada) un ídolo. Pero el ser humano no existe para la propiedad, sino la propiedad para el ser humano. Es absurdo e inhumano sacrificar vidas, o la calidad de vidas humanas, ante el altar de una Propiedad transformada en un fin por sí misma. Cuando se nos quiere enfrentar a muerte con este Antiìdolo que es la malvada piratería, debemos tener cuidado y hacer algunas reflexiones:
• Un problema clásico de moral es el del precio justo. Ya los moralistas medievales denunciaban como una grave falta el utilizar los precios como un mecanismo de extorsión.
• Humana y socialmente no se justifica el darle a unos cuantos un poder ilimitado e imponer a la gran mayoría de la población una obligación ilimitada. El precio no es un absoluto, sino un instrumento social que sólo adquiere sentido dentro de una cierta configuración, en la que debe situarse, justificarse y evolucionar.
• La misma teoría capitalista rechaza los monopolios, los oligopolios, la manipulación concertada de precios y salarios. Pero en la práctica estamos viviendo lo que equivale a una situación tal por lo que se refiere a los precios y salarios. En otras palabras, se nos está imponiendo como obligación lo que la misma teoría de quienes lo imponen es algo anormal e indebido.
• En la antigua moral la situación era relativamente sencilla. Componentes escasos hacían difícil el esconder un aumento inexplicable de los precios. Ahora, sin embargo, se considera como lo más normal hacernos pagar por enormes y lujosas oficinas, costosos viajes, cenas sibaríticas, principescos salarios, regias compensaciones extras y quién sabe qué más.
• Y no se nos permiten las opciones. Se distorsiona el mercado (ese dios que supuestamente existe para ofrecernos diversidad) para imponernos unas cuantas alternativas. El escenario real se parece muy poco al ideal de la economía clásica, ideal que sin embargo es usado para imponernos estas distorsiones como ingredientes necesarios de la economía capitalista.
• El gigantismo empresarial, consumidor de enormes inversiones, hace prácticamente inaccesible muy a menudo el entrar en el mercado y ofrecer la famosa diversidad. El resultado se parece muy poco a la competencia perfecta del modelo en cuyo nombre se nos imponen esos precios. Y todavía se lo quiere hacer más deformado a través de las megafusiones.
• Los escándalos de Estados Unidos en estos días, reediciones de los de las administraciones Grant y Harding, con algo más pálidas versiones en las de Nixon, Reagan y el primer Bush, nos recuerdan cuanto hay de hipocresía en la moral empresarial puritana que los grandes sacerdotes de los dioses precio, mercado y competencia predican tan fervorosamente… para que la cumplan los otros. Ya se comprende que en México la situación es aún peor.
• Hay muchísimo de artificial y hasta de vacío en todo esto. Los montos de inversiones, activos y precios son fijados con criterios que tienen poco que ver con el servicio real a los seres humanos para los que existe la economía, y que se parecen más a los de los que juegan fortunas en Las Vegas.
• Para mayor complicación, las mismas compañías que se rasgan las vestiduras por la piratería hacen negocio vendiendo a todo el mundo la tecnología que permite hacer tan fácilmente las copias piratas. Índice de la estafa es la diferencia entre el valor físico de los componentes de las copias y el valor supuestamente agregado que entra en la producción de los originales.
• En México al menos vemos el extraño espectáculo de empresarios formales que incursionan con disfraces en el mercado informal y lanzan denuncias contra los piratas y contrabandistas, denuncias que retiran cuando hay peligro de que lleven a consignaciones y juicios. Y es que los delincuentes son en realidad sus agentes.
• La cuestión de la piratería tiene mucho de farsa en la que, trágicamente, se utiliza los falsos derechos para imponer cargas reales, y para confundir a todo el mundo. Hay que insistir en quitarle los falsos oropeles a los falsos emperadores, y volver a poner en el centro del debate cuestiones morales tan centrales como las de los precios y salarios justos.
De paso, podemos reflexionar si realmente queremos que los empresarios de los medios electrónicos inviertan en empresas gigantes mexicanas, a toda costa, o si vamos a entrarle a la complejidad real de tener empresas y medios que cumplan con la función social que justifica los privilegios que la sociedad les concede.
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