Autora: Ma. Eugenia Sánchez Díaz de Rivera
Publicación: La Jornada de Oriente, 29 de enero de 2009
El VI Encuentro Mundial de las Familias organizado por la iglesia católica en México agudizó, nuevamente y de manera profunda, la tensión entre libertad religiosa y Estado laico. Esta tensión ha estado presente en todas las latitudes desde que existen los Estados–nación hasta el momento actual, en que los Estados están reconfigurando sus funciones. Todas las religiones tienden a absolutizar sus valores y a invadir el espacio privado y el público; todo Estado tiende a monopolizar el poder, el público y el privado también. Porque finalmente ni la política involucra solamente al ámbito de lo público, ni la religión solamente al ámbito de lo privado. Privado y público, sin confundirse, están mucho más entreverados de lo que se dice o se desea.
Creo que el debate va más allá de Estado laico y religión privada. No hay espacio suficiente para analizar los diferentes tipos de relaciones que se han dado entre estado y religión, en oriente y occidente. Simplemente recordemos que en occidente se tienen casos paradójicos, como el del Reino Unido, Estado “laico” de una nación con una población religiosa cristiana decreciente y en donde no solo Estado e iglesia anglicana no están separados, sino que la reina es el jefe de la iglesia.
El asunto inquietante es la dificultad de construir consensos mínimos de convivencia por la falta de disposición radical, en este caso por parte de la jerarquía de la iglesia católica, al diálogo y al debate sobre un tema fundamental como es el de la sexualidad y los círculos de intimidad.
Richard Bernstein, en su libro El abuso del mal. La corrupción de la política y la religión desde el 11/9, sostiene que estamos presenciando un choque de mentalidades que no sólo no distinguen “lo religioso de lo secular, sino que los atraviesa”. Recuerda que Dewey entendía “que en los periodos de gran incertidumbre, ansiedad y miedo hay una necesidad imperiosa de certeza y absolutos morales”. Y analiza cómo se está generando una polarización creciente y peligrosa debido a la oposición entre una mentalidad que busca obsesivamente la claridad entre bien y mal, la claridad acerca de quiénes son los responsables de las desventuras de la humanidad y una que asumen que el azar y las contingencias, por lo tanto la incertidumbre, forman parte de la condición humana. Plantea cómo en la política y en la religión se han manipulado los miedos, y denuncia la falacia de que para que haya compromisos serios e indeclinables es necesario tener certezas absolutas. “Nuestros compromisos y convicciones serán más fuertes si están imbuidos de deliberación inteligente y puestos a prueba en el debate público”.
En esta tesitura, el Encuentro Mundial de las Familias ha hecho nuevamente presente que la fe cristiana, cuya manifestación “pública” debiera ser la de la lucha por la justicia y la compasión solidaria con los excluidos, se sigue presentando como una institución dogmática. Una institución dogmática, autoritaria, con dirigentes hombres “sacralizados” cuya sacralización favorece, intencionalmente o no, la manipulación de la conciencia, y que además carece de fundamentos teológicos serios, como ya lo han señalado múltiples teólogos católicos: (González Fauss, R. Parent, H. Küng etcétera).
Y esta jerarquía, en su afán de “verdades” absolutas y descontextualizadas, lo que logra es, y quisiera subrayar este punto, inhabilitar el desarrollo de la conciencia moral. En efecto, el discurso y la forma como se llevó a cabo el encuentro lo que hacen es atrofiar la capacidad intelectual y emocional de las personas a tomar decisiones éticas en el ámbito de la sexualidad y de los arreglos de convivencia familiar a partir de las situaciones concretas y complejas de la vida. Provocan, además, el rechazo al diálogo, lo cual, tarde o temprano genera diversas formas de violencia.
El problema no es, o no es solamente, que iglesias y asociaciones de todo tipo se involucren en el ámbito de lo público; el problema es involucrarse sin la menor disposición al diálogo y al debate, y a partir de una institucionalidad profundamente antidemocrática, como es el caso de la iglesia católica (a pesar de que, como dice el teólogo A.Torres Queiruga, debiera ser más democrática que cualquier democracia). Y por eso que Felipe Calderón haya apoyado de manera explícita a la jerarquía eclesiástica y sus planteamientos, se convierte, ante todo, en una falta de respeto a la ciudadanía y en un riesgo para la sana convivencia.
La laicidad –y de eso se trata– dice Jean Baubérot, no es solamente un sistema jurídico. Es, sobre todo, una cultura, un ethos, un movimiento de liberación de toda forma de “clericalismo”, el religioso, el político, el científico, es decir, es la liberación de toda “dominación del espíritu por un discurso establecido que rechaza el debate”.
P.D. Sugiero leer el excelente texto Familias en el siglo XXI: realidades diversas y políticas pública, resultado de un seminario en el Colegio de México en el que participaron diversas organizaciones los días 19 y 20 de enero de 2009.
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