Autora: María Eugenia De la Chaussée Acuña
Publicación: Síntesis, 9 de noviembre de 2009
La separación de los padres o el divorcio puede ser el resultado de muchos factores: de una mala relación afectiva y emocional, de abuso, de violencia intrafamiliar, de engaño, de traicionar la confianza, de irresponsabilidad, de infidelidad, de incomprensión, de desamor, de hostilidad, de insatisfacción sexual, de egoísmo,…
Según Gottman y Silver (2000), el índice de divorcios para segundos matrimonios es un 10% más alto que el de los primeros matrimonios, razón que obliga a conocer a fondo y dialogar con la nueva pareja antes de tomar tan importante decisión porque la misma no solo les afecta a los mismos sino también a los hijos de ambos (si los tienen). ¿A qué se puede exponer a las hijas e hijos cuando no se conoce realmente a la nueva pareja?, ¿sabemos a quién estamos llevando a nuestra vida?
Desgraciadamente estamos viviendo en una época donde el ser humano vale no por lo que es, sino solamente por lo que tiene o por lo que le puede aportar a uno para su propia satisfacción o beneficio. La relación honesta y sincera entre las personas es ya casi inexistente. Nuestra vida está tan alejada de la sensibilidad humana que poco nos preguntamos qué queremos y hacia dónde nos llevará nuestra actual forma de vida.
En la actualidad, muchas personas separadas o divorciadas “rehacen” su vida, volviendo a casarse o teniendo una nueva pareja. Sin embargo, pocas veces se toma en cuenta cómo será la relación con los hijos e hijas de la pareja o cómo la nueva pareja tratará a nuestros hijos. Se da por supuesto que las nuevas relaciones que se establezcan funcionarán por sí mismas, en la cotidianidad de la convivencia y de la vida diaria. Nos hemos preguntado ¿qué sentimientos y emociones experimentan los hijos cuando se ven obligados a relacionarse con alguien a quien no escogieron y con quién tienen que tratar porque otro (a) decidió convivir con él (ella)?, ¿los hijos están “obligados” a querer a su padrastro o madrastra?, ¿a sus hermanastros o hermanastras?, ¿qué sentimientos tienen los hijos respecto a sus padrastros?, ¿habrá manera de garantizar una buena convivencia?, ¿cómo hacer para que se forme una nueva familia amorosa, integrada y estable?, ¿qué puede hacer posible que funcionen las relaciones familiares?
Una vez que los hijos se han acostumbrado a vivir con uno solo de sus padres, el hecho de que éste vuelva a relacionarse con alguien o se vuelva a casar puede representar para ellos, dependiendo de la edad, una verdadera amenaza para su seguridad, tranquilidad y estabilidad. Cuando uno de sus padres divorciados vuelve a casarse, los hijos e hijas experimentan desconcierto, confusión, desconfianza, coraje, frustración, tristeza, desilusión, enojo, culpa, depresión y sufrimiento por considerar que están perdiendo a alguien importante y significativo para ellos. Se sienten desprotegidos, inseguros, inadvertidos y se preguntan constantemente si en verdad los quieren sus padres. Como padres podríamos ayudar a los hijos acercándonos a ellos, escuchándolos con atención, explicándoles la situación y preguntándoles qué sienten y qué les preocupa. Los hijos necesitan que uno les reafirme una y otra vez que uno los quiere, tanto o más, que antes de volverse a casar.
A los hijos es importante darles seguridad para que confíen y amen a otras personas, además de sus padres naturales.
La futura estabilidad emocional y social de los hijos tiene sus raíces en la ayuda y dirección que reciben de sus padres y personas cercanas.
Las hijas e hijos pueden tener miedo del futuro y no demostrar mucho interés en involucrarse muy profundamente en esa nueva relación con el padrastro o la madrastra, por temor, al menos al principio, de que no vaya a durar mucho tiempo pues el nuevo matrimonio podría resultar tan inestable y conflictivo como el primero y, por lo tanto, terminar en otra separación y/o divorcio.
Los hijos, hasta de 10 años aproximadamente, aceptan más fácilmente la nueva pareja de sus padres, no así los de mayor edad.
Cualquier ser humano después de un desequilibrio, necesita de un periodo de adaptación, ajuste y aceptación ante las nuevas condiciones. El hijo necesita aprender a conocer y manejar sus emociones ante las nuevas circunstancias y es normal que experimente diversos sentimientos y emociones.
Es inevitable que los hijos establezcan comparaciones sobre todo si se han sentido queridos auténticamente por el padre o madre ausente, pero no es conveniente que los hijos acumulen en su interior pensamientos y sentimientos negativos pues de repente pueden estallar violentamente y sin control. Las rabietas, los desplantes, los arranques y los berrinches a cualquier edad de los hijos son una forma común de expresar emociones pero deben ser manejadas y controladas por ellos. A pesar de que los hijos los hagan, los padres deben ayudarlos a expresar y manejar su enojo en formas más apropiadas. A los que no entiendan esto se les dificultará relacionarse y lidiar con otras personas o afrontar otras situaciones sociales y personales.
Así como a veces la relación con la madre o el padre naturales es difícil y no está exenta de conflictos, diferencias, contradicciones y retrocesos, la relación con el padrastro o la madrastra tampoco. En muchas ocasiones las relaciones con ellos se dan por no dejar o por conveniencia o tratando de disimular o de no causar problemas. Pero es conveniente aclarar y recalcar que los títulos de padre o madre naturales por sí mismos no aseguran el cariño y el amor sincero y honesto a los hijos. Los padres son las personas más importantes en la vida de los hijos. Sin la aprobación y la aceptación de ellos, los hijos estarán seriamente limitados afectiva y emocionalmente. Los hijos necesitan sentir que sus padres los aceptan, los quieren y los apoyan. El sentimiento de inseguridad se origina la mayoría de las veces por un rechazo directo o indirecto de sus padres.
Sentirse seguro en la vida permite afrontar situaciones nuevas y difíciles. La seguridad les dará a los hijos fuerza para manejar diferencias, frustraciones y desilusiones y les proporcionará las bases sobre las cuales su ser crecerá y se desarrollará armónica y apropiadamente.
Tampoco los títulos de “padrastro” o “madrastra” garantizan el amor a los hijos ajenos. Se puede ser padre natural y no amar a los hijos, así como ser padrastro y amar sinceramente a los hijos e hijas de la nueva pareja. El amor y la confianza no se despiertan solamente porque nosotros queramos que surjan. El amor no aparece espontáneamente o por capricho o por fuerza, más bien se gana.
El contenido e imágenes de películas como la “Cenicienta” o “Blanca Nieves y los Siete Enanos” han logrado que se tengan ideas negativas y distorsionadas de lo que significa y es ser una “madrastra”. La maldad y crueldad de las protagonistas influyen fuertemente en las representaciones mentales y sociales que se crean sobre las madrastras y por ende en relación a los padrastros, sin que las personas reflexionen y consideren siquiera que una madrastra (o padrastro) puede ser así o bien ser en general, (porque nadie es perfecta), cuidadosa, bondadosa, generosa y bien intencionada con las hijas e hijos de la pareja. Estas ideas tan arraigadas y la carga despectiva, en nuestra cultura, de los términos padrastro y madrastra, deben dialogarse y reflexionarse con los hijos.
Por otro lado, los hijos sienten y se dan cuenta de quién realmente los quiere, tanto por el trato como por las actitudes, intenciones y acciones de la otra persona.
Nadie puede mandar o forzar a alguien amar a otra persona, por lo que no se puede obligar a la nueva pareja a amar a nuestros hijos y de la misma forma, la nueva pareja no puede obligar a amar a los de él (ella). Amamos voluntaria y libremente por una decisión personal basada en el aprecio, en el afecto y cariño sincero y honesto a otras personas.
Cuando se valora a la otra persona, se busca la convivencia con ella y se le aprecia, se le ama, se realiza su bien. Así, buscamos convivir con aquellas personas queridas (madre, hijo, esposo, pareja, padre, amigos, hermanastros, etc.).
¿Qué puede facilitar la relación? La disposición de abrirse y aceptar honestamente al otro, de intentar amar al otro, de reconocer al otro como una persona diferente a nosotros pero igualmente valiosa que merece nuestra confianza, respeto, aprecio y cariño.
La confianza que puedan desarrollar los hijos está relacionada con la aceptación y el amor de los padres o padrastros. La confianza hace que incluso frente al fracaso, los hijos pueden aprender de la experiencia si saben que cuentan verdaderamente con alguien (madre, padrastro,…) y son apoyados por ellos.
Una necesidad básica es sentir seguridad, pero esta no se desarrolla de forma automática o mágica, sino a través de la aceptación y el cariño.
Como los integrantes de la nueva familia tienen diferentes antecedentes, historias, costumbres, criterios, necesidades, valores, sueños, temores, esperanzas, aspiraciones y deseos, en ocasiones se verán en conflictos y los mismos deberán ser tratados y manejados dentro del entorno familiar.
Formar una nueva familia no significa que los miembros de la misma estén de acuerdo en todos y cada uno de los aspectos de convivencia o filosóficos de la vida. Esta situación requerirá de mucho diálogo y reflexión y de una gran flexibilidad de actitudes y, tal vez, algunos cambios o adaptaciones de parte de todos.
Los hijos necesitan sentir que forman parte de la nueva familia con la que irán creando una nueva vida interior juntos. Es pertinente que la nueva familia establezca finalidades y propósitos comunes y compartidos que los unan y que los lleven a dialogar, confiar y a quererse entre sí. Deben crear sus rituales de convivencia y de conexión afectiva y emocional tales como preparar la comida y realizar juntos las tareas de la casa, conversar sinceramente y no sólo sobre cosas triviales, reunirse con la familia y amigos de ambos integrantes de la pareja, tenerse confianza, quitarse máscaras y abrir sus corazones para mostrarse tal y como son, tener presente y celebrar los cumpleaños de todos, fotografiarse en diversas situaciones y celebraciones, platicar a fondo sobre las dificultades y aciertos que van enfrentando, planear, compartir y disfrutar las vacaciones juntos, acampar, jugar juegos de mesa o realizar deportes,… Todos necesitan conocerse realmente, apreciarse y estar más de acuerdo sobre las cosas esenciales y fundamentales de la vida. Cuantos más sentimientos y valores profundos puedan compartir, más rica y gratificante será la relación. Con esto fortalecerán también su amistad y cariño.
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