lunes, enero 03, 2011

La formación del docente de nivel secuendaria

Autor: Gonzalo Inguazu Arteaga
Publicado: e-consulta, 16 de diciembre de 2010

     Esta semana se ha hecho público el informe PISA correspondiente a 2009 y en el que se presentan los datos del nivel de la enseñanza secundaria en 65 países, en relación a comprensión lectora, competencia matemática y competencia científica. En este articulo no se hablará de cómo nos fue a los mexicanos, creo que de eso podemos encontrar centenares de artículos en la red o en la prensa escrita, tampoco diremos qué país fue el primer lugar, pero igual es significativo señalar que los países del bloque asiático siguen ganando posiciones y desbancan a otros que por muchos años fueron el ejemplo a seguir.
     En este escrito y en el contexto de los resultados que refleja el informe antes señalado, se quiere proponer una reflexión en torno a una de las causas que pueden explicar los resultados que se obtienen por mucho de los países que participan en esta evaluación: la formación de los docentes del nivel de secundaria.
     La mayoría de las reformas en el nivel de secundaria que están en curso en las diferentes regiones, están encaminadas a cambiar estructuras tradicionales de la formación del personal docente para que estén en sintonía a las demandas sociales y económicas, así como a las teorías pedagógicas actuales. Esto quiere decir que a la necesidad de reformar el nivel de educación secundaria se le debe sumar la transformación de la formación de los docentes.
     ¿Por qué es tan importante la formación de los docentes? En la propuesta de una nueva educación secundaria se han propuestos nuevos parámetros curriculares, se han puesto en duda los modelos institucionales, se ha criticado la tendencia a la fragmentación y como resultado de estas visiones se han operado reformas de alto nivel de impacto para la enseñanza en la secundaria lo cual no siempre ha venido acompañado de una formación de los docentes del nivel para que estos se conviertan en un componente activo y dinámico de la transformación de la escuela.
     Se puede observar que se ha buscado incrementar la formación disciplinar y básica de los docentes a la par que reasignan un nuevo lugar a la práctica docente en los planes de estudio. El equilibrio que se ha intentado lograr no siempre ha logrado ser balanceado. La formación del docente se ha centrado en pedirle una especialización que esté en relación a la materia que imparte, lo cual en sí mismo es contradictorio pues olvida en primer lugar que todo profesor es, ante todo, un docente, y después un docente en un área específica; en segundo, que la disciplina escolar difiere de la disciplina académica en sus finalidades y organización; y tercero, que para enseñar una disciplina escolar es necesario tener una base de formación más amplia e interdisciplinaria que la materia de referencia.
     La formación centrada en contenidos disciplinarios parece no abarcar la complejidad de las tareas que deben enfrentar los docentes pues tiende a reproducir una clasificación en asignaturas que está en cuestión en los campos de referencia, así como a obstaculizar experiencias y reflexiones generales en relación con el quehacer del profesor. Tampoco tiene poco en cuenta la realidad de los adolescentes de hoy y cómo construir puentes entre las culturas contemporáneas y la cultura escolar.
     Es importante hacer hincapié en la formación general de los docentes y, especialmente, en la relación con el conocimiento en que se forman y en la que educarán a sus alumnos. Más allá de la institución en que tenga lugar la formación, debería ponerse el énfasis en una concepción del conocimiento que lo considere una aventura, una experiencia llena de riesgos y que no sigue una vía acumulativa de crecimiento y desarrollo lineal. Que los docentes aprendan y transmitan de esa manera puede ponerlos más en consonancia con los desarrollos contemporáneos del conocimiento. Por otra parte, habría que recuperar el placer de aprender a todos los niveles, como docentes y como alumnos, explotando esta idea del conocimiento como aventura de la curiosidad y como espacio lúdico. La organización de proyectos de investigación o espacios curriculares flexibles que promuevan búsquedas más libres del conocimiento puede contribuir en este sentido.
    Si cada quien se permite no cejar en buscar cambiar lo que no ha funcionado, seguramente en algunos años pudiéramos leer estadísticas más alentadoras. No debemos perder la esperanza de que con el actuar de cada quien podemos lograr mayores beneficios para muchos más.Gonzalo Inguanzo Arteaga
Puebla on line
Pub. 1612  rec 17

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