jueves, julio 21, 2011

Centraciones sociales, imagen y educación

Autor: Rubén Hernández Herrera
Publicado: e-consulta, 06 de Julio de 2011

     La historia de la humanidad muestra que los seres humanos siempre hemos privilegiado algunos temas o algunos problemas, incluso a Dios, colocándolos en el centro de nuestros intereses alrededor del cual giran, se relacionan y conectan otros intereses vigentes. En la antigüedad, por ejemplo, el pensamiento mítico ordenaba la vida y alrededor de este orden se encontraba la organización social, la vida cotidiana, el orden religioso y político, el arte, la educación, las festividades, incluso los miedos, seguridades, amores y esperanzas de las comunidades, etc.
     En algunos momentos del mundo griego, el ejercicio de la razón ocupa el centro de interés, dando origen a una sociedad logocentrista, por lo que se privilegia la razón por encima cualquier otra actividad humana, o mejor, la razón ordena y da sentido a todas las demás funciones; en este mismo tenor identificamos sociedades teocéntricas, antropocéntricas, economocéntricas, etc.; es decir, en torno a la idea de Dios, el hombre o la economía, se ha ordenado la sociedad toda.
     ¿Pero en los tiempos presentes, qué estamos privilegiando? En principio, la respuesta fácil sería afirmar que lo que estamos privilegiando es el poder económico, que todo gira en torno a la generación de bienes crematísticos; sin embargo, si tomamos una posición desde la que pudiéramos observar el diario vivir de los seres humanos, reconociendo el objeto de atracción que le atrapa y concentra, a lo que en definitiva le dedica la mayor parte de su tiempo, que bien puede ser el libre, pero no necesariamente, por encima de todo se muestra la omnipresencia de la imagen.
     La imagen se nos impone constantemente, de ello se encargan principalmente los medios audiovisuales, televisión, cine, fotografía, videojuegos, vallas publicitarias, espectaculares, etc. ¿Cuántas imágenes bombardean todos los días mentes? Y, evidentemente, las imágenes no son ni neutras, ni inocuas. Las imágenes que invaden nuestra intimidad tienen intenciones específicas, persiguen fines concretos, no siempre ceñidos por buenas intenciones.
     Las imágenes que invaden nuestra intimidad influyen en nuestros gustos, deseos, decisiones, aspiraciones, frustraciones. Si recordamos la novela de Ray Bradbury, Farenheit 451, nos sorprendemos con la visión profética del autor que se atrevió a concebir una sociedad imagocéntrica o iconocéntrica, en la que las viñetas sustituyen a las letras. El aprendizaje y la comunicación entre humanos se realiza a través de las imágenes, siendo el mayor pecado o atentado a la estabilidad social el atreverse a leer. El leer, dice Bradbury, rompe con la igualdad, pues el que sabe leer y comprende textos, por ejemplo, de filosofía, historia o ciencia, se siente superior a los demás, en cambio, si todos conocen al mundo a través de las imágenes existe una igualdad social que no se puede romper.
     Tal parece que la narración de Bradbury, escrita en la década de los cincuenta, hoy en día ha dejado ser una novela de ciencia ficción para adquirir categoría de plena realidad. La inmensa mayoría de seres humanos se niega a leer. México es uno de los países de la OCDE en que menos se lee. Ahora bien, qué podemos hacer ante tal situación: darnos golpes de pecho y seguir acusando a los medios de comunicación de tal fatalismo, pensando que esto es el fin; igualmente les podemos hacer culpables de la involución del buen pensamiento, cuando menos el del diario vivir. Es probable que la mayoría haya adoptado una posición fácil ante este hecho, aceptando con resignación el triunfo de la imagen sobre la palabra escrita.
     ¿Pero, qué pasaría si en lugar de lamentarnos iniciamos una nueva alfabetización, la de la imagen? Si en los tiempos presentes es inevitable el imperio de la imagen, lo mejor sería que aprendiéramos a decodificar imágenes, a reconocer sentidos e intencionalidades.     
     Las imágenes están llenas de simbolismos que la mayoría no reconocemos, ni intentamos reconocer, cediéndole a ellas todo el poder de invadir nuestras mentes y consciencias. Si en los diferentes centros educativos se establecieran programas de hermenéutica de la imagen se podría iniciar una revolución cultural altamente interesante por medio de la cual se podría hacer de la imagen una aliada en los procesos de educación más que la enemiga a vencer.
     Si a los seres humanos se les facilita la comunicación visual más que la comunicación escrita, aprovechemos la ocasión, enfatizando que en última instancia la imagen por sí misma no tiene más poder que el de las palabras que la puedan reconocer y explicar.  
     Puede ser que una imagen diga más que mil palabras, pero para que esto sea así hay que saber cuáles son esas mil palabras. Además, muchas veces, ni con mil imágenes podemos trasmitir el sentido y significado de las grandes palabras: amor, libertad, justicia, esperanza, por ejemplo.

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