Autora: Betzabé Vancini Romero
Desde
hace ya varios meses, nos encontramos ante la clara muestra del fracaso y
colapso del modelo económico predominante en el mundo occidental: el
capitalismo. No son pocos los ejemplos que podríamos citar para observar en
casos tangibles como es que este modelo, tan sostenido durante muchos años y
depositario de actos incluso de fe por parte algunos países, ha venido
colapsando estruendosamente en tan poco tiempo. Desde la crisis económica
mundial, originada por la crisis económica en Estados Unidos hasta el paulatino
agotamiento de las reservas petroleras no sólo en América Latina, sino en los
países de Medio Oriente, comienzan a darnos este aire nostálgico y una especie
de sabor pre-apocalíptico.
Si
revisamos un poco la historia de la humanidad, han sido ya varios modelos los
que han colapsado y han tenido que ser sustituidos por versiones más recientes,
actualizadas o adaptadas de su centro de operación. Desde el feudalismo hasta
el socialismo, cada uno ha caído y ha permitido a su vez, el surgimiento de
nuevos modelos que han mantenido la actividad económica en el mundo. El último
de estos modelos fue el tan afamado capitalismo, -“neo-liberalismo” según
algunos autores-, modelo que centró toda su fuerza y sistema de creencias en el
grande, místico, mágico, maravilloso e ‘inagotable’: mercado. El mercado, que
ha resultado ser todo, menos cualquiera de los adjetivos anteriores, ha
permitido y propiciado la perpetuación de la distribución inequitativa de la
riqueza, la aparición de monopolios, de explotación, la búsqueda constante de
las grandes empresas trasnacionales de mano de obra barata que bien puede
ubicarse en China, Tailandia, Indonesia, Turquía, Guatemala, y por supuesto, en
México.
El
capitalismo tan idolatrado por unos y tan criticado por otros, ha caído en cama
enfermo de algo que no se recuperará jamás, yace ahora con respirador
artificial y sus últimos síntomas aluden a la crisis política en varios países,
el estertor de la estabilidad en Grecia, el desempleo masivo en España y por
supuesto, la economía de Italia que pende de un hilo. Más cercano a nosotros
tiene manifestaciones tan tangibles como el alza constante en el precio de la gasolina,
en los productos de la canasta básica, de los productos de consumo cotidiano en
el supermercado –ahora, incluso tener mascota comienza a volverse incosteable-,
y por supuesto “El buen fin”, que según argumentó el mismo gobierno federal
tuvo como objetivo “reactivar la economía en el país”. Es así, en un país como
el nuestro, que depende paternalmente de Estados Unidos y de su constante
inestabilidad económica, que incluso el gobierno tuvo que crear un fin de
semana de descuentos y remates para que en el frenesí pre-navideño, la
población reactivara la economía gastando sus adelantados aguinaldos,
sobrecargando sus tarjetas de crédito y en el mejor de los casos, dejando su
quincena en tiendas trasnacionales o en grandes almacenes pertenecientes al Grupo
CARSO. Pero, Grupo CARSO no necesita más dinero ¿o sí?
Del
“buen fin” quedaron fuera los productores, las comunidades, los artesanos, los
pequeños restaurantes, las tiendas de la esquina, los destinos turísticos
rudimentarios, es decir, todos aquellos que de por sí operaban al margen del
capitalismo, subsistiendo de lo que las grandes operadoras comerciales dejan
del ya muy afamado mercado. En este buen fin, la derrama económica llegó a los
centros comerciales, pero no a las comunidades, definitivamente no a los
productores, quienes cada día tienen que dar todo mucho más barato, y no
precisamente por descuentos de fin de año.
Estrategias
como esta son el paliativo del agonizante capitalismo, sin embargo, vayamos
considerándolo como eso: un paliativo previo al inevitable fin. Y quizá aquí lo
que más preocupe no sea el colapso del modelo económico mundial, sino ¿qué
vendrá después? ¿cuál será el modelo que podrá sustituir a este que también
resultó ineficiente y mortal? La preocupación no es que este se acabe, sino que
no tenemos listo a un suplente.
No hay ni siquiera asomo de un nuevo modelo que
pudiera ser el sustituto inmediato o bien, el cambio remedial a todos los daños
que ha causado el capitalismo no sólo a la población, sino también a la
ecología del planeta.
Parece
que por allá, a lo lejos, desde la tierra donde nace el sol, comienzan a
despuntar y destacarse China e India. Quienes parecen postularse para ser los
próximos dueños del mercado. China abriendo sus fronteras y con su inigualable
capacidad de producción e India con su impresionante avance tecnológico. ¿Será
que el próximo modelo económico estará también vinculado a la religión? La
actividad en la mayor parte de los países orientales está ordenada a su
ancestral sistema de creencias. ¿Y qué pasará con occidente? ¿Qué pasará con el
sistema de creencias, con los créditos hipotecarios, con los dueños del
mercado? ¿Qué sucederá con países como el nuestro en los que la política está
dirigida y manejada por las leyes del mercado?
Creo
que algunos más compartirán la percepción de que lo más grave de todos los
sucesos de la actualidad, no es el colapso del modelo capitalista, sino que
todos los previos a él demostraron su ineficiencia y por lo tanto no podemos
retomarlos, y peor aún, que no se vislumbra claramente otro modelo económico
mundial, en un futuro cercano. Supongo que en este ánimo de cambio, sólo nos
quedará apelar a nuestra capacidad de adaptación, otra vez Darwin tenía razón.
Observemos entonces, nuestras ciudades, las grandes campañas publicitarias y
las grandes “ofertas”, observemos en la mano nuestros plásticos de dieciséis
dígitos, pues quién sabe hasta cuándo dejarán de ser todopoderosos para
convertirse en un mero recuerdo del pasado.
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