Autor:
Celine Armenta datos del autor haz click aquí
Publicado:
en Lado B, 17 de enero2012
En
estos días de informes estatales y revisión de planes y programas de gobierno,
se cuenta, se mide y se compara la obra pública, los servicios, las
instituciones y sus usuarios. Y reiteradamente se menciona la atención,
supuestamente significativa, hacia las mujeres y grupos vulnerables. Pero, ¿se
ha hecho algo trascendente? ¿Qué había que hacer y por qué?
La
administración estatal lleva apenas un año de labores y es evidente su
determinación entusiasta. En las dependencias se está trabajando y, tal como
era de esperar, se ven mejoras aquí y allá. Eso ha sucedido siempre; desde
antes de la alternancia de partido. En su primer año las administraciones
suelen mostrar su mejor cara.
Pero
aún hay mucho espacio para mejorar, y en el caso de la atención a mujeres y
grupos vulnerables, lo que se requiere no es más de lo mismo. Es importante
otorgar más créditos a la palabra para microempresarias y vacunar a más niñas
contra el papiloma humano; pero ello no cuenta como atención a grupos
vulnerables. Porque la vulnerabilidad tiene que ver con discriminación, con
exclusión y marginación; y por tanto, su atención debe partir de la creación de
condiciones que lleven a eliminar todo tipo de discriminación. Y eso no sucede
aún en Puebla, ni hay motivos de esperanza.
Por
ejemplo, está por cumplir nueve años la Ley Federal para Prevenir y Eliminar
todo Tipo de Discriminación, y Puebla no parece querer sumarse a los estados
que han legislado al respecto.
La
atención a grupos vulnerables, mujeres incluidas, se inicia asegurando la
equidad y la igualdad ante la ley, y no tolerando que se nieguen derechos y
oportunidades, o se humille y agreda a alguien, porque ese “alguien” sea mujer
o indígena, sintoísta o mormón, ciego o lesbiana, obesa, sordo,
afrodescendiente, niño, adolescente, extranjero, transexual o anciano.
Se
necesitan leyes e instancias, programas y campañas, educación y eventos que
reviertan nuestra rancia tradición de ser, como describe CONAPRED, “una sociedad con intensas prácticas de exclusión,
desprecio y discriminación hacia ciertos grupos” donde “la discriminación está
fuertemente enraizada y asumida en la cultura social, y que se reproduce por
medio de valores culturales”.
Es
difícil decidir por dónde empezar. Pero, aunque confieso no ser objetiva, creo
que hay dos frentes idóneos para iniciar nuestra transformación. Debemos saber
que al combatir un tipo de discriminación, se combaten también otros tipos, tal
y como al tolerar la exclusión de un solo grupo vulnerable se refuerza la
discriminación en general y se vulneran los derechos de todos.
La
primera discriminación que debería combatirse es la ejercida contra los niños y
las niñas: denunciar y eliminar la vulneración de sus derechos, incluyendo la
violencia física y psicológica. La segunda modalidad es la homofobia, o sea
discriminación hacia las minorías sexogenéricas.
Mis
razones son las siguientes: todos hemos sido niños y no es difícil recurrir a
nuestra propia memoria para reconocer la injusticia. Además todos tenemos niñas
y niños cercanos, y con un poco de esfuerzo podemos ponernos en sus zapatitos
para percibir que los derechos de niños, niñas y adoelscentes son violentados
extensamente, en hogares muy diversos, de todos los grupos sociales. Teñidas de
amor y sobreprotección, de desdén y olvido, de ira o de odio, las violaciones a
los derechos de la infancia dañan a veces de forma irreparable a muchísimos
niños y niñas.
Por
otra parte, la homofobia es la intolerancia que menos susceptibilidad tiene de
ser abatida a menos que se la ataque de frente. La comparten abiertamente más
mexicanos de los que coinciden en otras formas, y también es la que se expresa
con más repulsa y conductas negativas. La discriminación hacia gays, lesbianas,
transexuales, bisexuales y otras formas de disidencia sexogenérica en México, y
en Puebla, se manifiesta en la exclusión social, el lenguaje insultante y hasta
la violencia física, ejercida incluso por los propios gays, lesbianas y demás
individuos discriminados. Aquí, el odio, el asco y el desprecio se justifican
con los argumentos más disparatados, fruto de la ignorancia, e increíblemente
propalados por quienes han consagrado sus vidas a hacer el bien, y a sembrar el
amor y la concordia.
Alberto
Aziz Nassif, experto en temas de discriminación, señala que en nuestro México
“plagado de prejuicios, con cargas racistas y maltrato hacia los vulnerables,
mucho trabajo tiene por delante el Estado para garantizar los derechos de los
diferentes; y amplio espacio tienen las organizaciones sociales en el trabajo
con estos sectores para que sus derechos sean una realidad. Muy lejos está la
nación de saldar su deuda con los vulnerables. La democracia electorera, que
tanto apasiona a los políticos, no mira todavía hacia los derechos ciudadanos
de los discriminados”.
Este
segundo año de la administración gubernamental, que apenas inicia, podría ser
diferente, y aunque no veo nada que alimente mi optimismo, quiero creer que el
clamor de los grupos vulnerables y vulnerados llegará a oídos de legisladores y
miembros del poder ejecutivo, y creará condiciones para una democracia
verdadera, que asegure la participación de todos, sin distingos ni exclusiones.
Y entonces quizás, dentro de un año, escuchemos avances reales en la atención
ya impostergable a mujeres y grupos vulnerables.
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