viernes, enero 20, 2012

Tiempo de Servir a los Grupos Vulnerables


Autor: Celine Armenta datos del autor haz click aquí
Publicado: en Lado B, 17 de enero2012

     En estos días de informes estatales y revisión de planes y programas de gobierno, se cuenta, se mide y se compara la obra pública, los servicios, las instituciones y sus usuarios. Y reiteradamente se menciona la atención, supuestamente significativa, hacia las mujeres y grupos vulnerables. Pero, ¿se ha hecho algo trascendente? ¿Qué había que hacer y por qué?
     La administración estatal lleva apenas un año de labores y es evidente su determinación entusiasta. En las dependencias se está trabajando y, tal como era de esperar, se ven mejoras aquí y allá. Eso ha sucedido siempre; desde antes de la alternancia de partido. En su primer año las administraciones suelen mostrar su mejor cara.
     Pero aún hay mucho espacio para mejorar, y en el caso de la atención a mujeres y grupos vulnerables, lo que se requiere no es más de lo mismo. Es importante otorgar más créditos a la palabra para microempresarias y vacunar a más niñas contra el papiloma humano; pero ello no cuenta como atención a grupos vulnerables. Porque la vulnerabilidad tiene que ver con discriminación, con exclusión y marginación; y por tanto, su atención debe partir de la creación de condiciones que lleven a eliminar todo tipo de discriminación. Y eso no sucede aún en Puebla, ni hay motivos de esperanza.
     Por ejemplo, está por cumplir nueve años la Ley Federal para Prevenir y Eliminar todo Tipo de Discriminación, y Puebla no parece querer sumarse a los estados que han legislado al respecto.
     La atención a grupos vulnerables, mujeres incluidas, se inicia asegurando la equidad y la igualdad ante la ley, y no tolerando que se nieguen derechos y oportunidades, o se humille y agreda a alguien, porque ese “alguien” sea mujer o indígena, sintoísta o mormón, ciego o lesbiana, obesa, sordo, afrodescendiente, niño, adolescente, extranjero, transexual o anciano.
     Se necesitan leyes e instancias, programas y campañas, educación y eventos que reviertan nuestra rancia tradición de ser, como describe CONAPRED, “una sociedad con intensas prácticas de exclusión, desprecio y discriminación hacia ciertos grupos” donde “la discriminación está fuertemente enraizada y asumida en la cultura social, y que se reproduce por medio de valores culturales”.
     Es difícil decidir por dónde empezar. Pero, aunque confieso no ser objetiva, creo que hay dos frentes idóneos para iniciar nuestra transformación. Debemos saber que al combatir un tipo de discriminación, se combaten también otros tipos, tal y como al tolerar la exclusión de un solo grupo vulnerable se refuerza la discriminación en general y se vulneran los derechos de todos.
     La primera discriminación que debería combatirse es la ejercida contra los niños y las niñas: denunciar y eliminar la vulneración de sus derechos, incluyendo la violencia física y psicológica. La segunda modalidad es la homofobia, o sea discriminación hacia las minorías sexogenéricas.
     Mis razones son las siguientes: todos hemos sido niños y no es difícil recurrir a nuestra propia memoria para reconocer la injusticia. Además todos tenemos niñas y niños cercanos, y con un poco de esfuerzo podemos ponernos en sus zapatitos para percibir que los derechos de niños, niñas y adoelscentes son violentados extensamente, en hogares muy diversos, de todos los grupos sociales. Teñidas de amor y sobreprotección, de desdén y olvido, de ira o de odio, las violaciones a los derechos de la infancia dañan a veces de forma irreparable a muchísimos niños y niñas.
      Por otra parte, la homofobia es la intolerancia que menos susceptibilidad tiene de ser abatida a menos que se la ataque de frente. La comparten abiertamente más mexicanos de los que coinciden en otras formas, y también es la que se expresa con más repulsa y conductas negativas. La discriminación hacia gays, lesbianas, transexuales, bisexuales y otras formas de disidencia sexogenérica en México, y en Puebla, se manifiesta en la exclusión social, el lenguaje insultante y hasta la violencia física, ejercida incluso por los propios gays, lesbianas y demás individuos discriminados. Aquí, el odio, el asco y el desprecio se justifican con los argumentos más disparatados, fruto de la ignorancia, e increíblemente propalados por quienes han consagrado sus vidas a hacer el bien, y a sembrar el amor y la concordia.
Alberto Aziz Nassif, experto en temas de discriminación, señala que en nuestro México “plagado de prejuicios, con cargas racistas y maltrato hacia los vulnerables, mucho trabajo tiene por delante el Estado para garantizar los derechos de los diferentes; y amplio espacio tienen las organizaciones sociales en el trabajo con estos sectores para que sus derechos sean una realidad. Muy lejos está la nación de saldar su deuda con los vulnerables. La democracia electorera, que tanto apasiona a los políticos, no mira todavía hacia los derechos ciudadanos de los discriminados”.
     Este segundo año de la administración gubernamental, que apenas inicia, podría ser diferente, y aunque no veo nada que alimente mi optimismo, quiero creer que el clamor de los grupos vulnerables y vulnerados llegará a oídos de legisladores y miembros del poder ejecutivo, y creará condiciones para una democracia verdadera, que asegure la participación de todos, sin distingos ni exclusiones. Y entonces quizás, dentro de un año, escuchemos avances reales en la atención ya impostergable a mujeres y grupos vulnerables.











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