viernes, enero 20, 2012

Y la fiebre del consumo, nunca se acaba


Autora: Betzabé Vancini Romero 
Publicado: e-Consulta, 16 de Enero de 2012.

     Durante el pasado diciembre, experimentamos como cada año, la fiebre alta del consumo y el gasto desmedido. Aparentemente todo se encuentra en oferta, cuando en realidad, más allá de los precios altos, con lo que se enfrenta el consumidor promedio es con la fiebre frenética de comprar y consumir artículos que no son, ni remotamente, de primera necesidad. Comidas y cenas en restaurantes, ropa, obsequios, artículos navideños, vinos, vacaciones, etc., son parte de los conceptos más frecuentes del gasto del aguinaldo y otras prestaciones que reciben los trabajadores en diciembre.
     Según encuestas recientes, el costo promedio de los obsequios para intercambio de regalos oscila entre los $150.00 y $200.00, y una persona común se involucra al menos en dos intercambios: el de su grupo de amistades o familia y el del grupo de trabajo o colegio. Si además contamos el fuerte gasto que representa la llegada de Santa Claus y posteriormente de los Reyes Magos, el gasto por concepto de obsequios se eleva considerablemente para la familia mexicana promedio. Además por supuesto, del desmedido costo de la elaboración de los alimentos decembrinos que suelen presentarse vastos en la mesa de las familias, y que sin pretexto alguno, son motivo de orgullo y unión familiar. Una cena navideña tradicional –romeritos, bacalao, pavo o pierna y ensalada de manzana-, cuesta en promedio dos mil pesos para una familia de cuatro integrantes, mientras que para una familia de veinte personas el costo llega a ser hasta de diez mil, sin contar las bebidas.
     Otro elemento a considerar en el frenesí decembrino es la compra de artículos navideños, cuyos costos, precisamente por ser de temporada, se ven tangiblemente aumentados, entre los artículos de mayor frecuencia de consumo se encuentran: el pino natural –que posteriormente acaba en la calle, terrenos baldíos, basureros municipales, o en el mejor de los casos en algún acopio responsable-, esferas, luces, adornos para el árbol, adornos para la casa, mantelería y otros aditamentos, que si bien en épocas anteriores se usaban año con año y con esto se reforzaba la tradición familiar –el mantel de la abuela-, ahora cada año hay una “tendencia” distinta con respecto al arreglo del hogar, donde podemos encontrar las combinaciones más inverosímiles e impensables como el Gaga Christmas Tree: pino rosa, sintético, adornado con esferas de espejos y guirnaldas de plumas de colores.
     Pudiéramos creer que ahora al encontrarnos ya en la famosa cuesta de enero, los gastos se reducen considerablemente debido a las deudas que adquirimos a fin de año y que comenzamos a pagar en el primer mes del nuevo año. Sin embargo, muy lejana es esta creencia de la realidad, pues en enero y febrero encontramos un nuevo frenesí de consumo: el frenesí del fitness. Desde hace décadas, se habla abiertamente de la ganancia de peso que experimentamos todos los mortales durante las grandes comilonas de las fiestas decembrinas y es en los primeros días del año que nos encontramos con una alarmante realidad: el pantalón ya no cierra, la ropa que compramos en diciembre para estrenarla en las festividades se ve ahora muy ajustada y tenemos un sobre peso de cualquier cantidad de kilos. Es ahí cuando pensamos “no debí haber tomado tanto ponche”, sin embargo, la mercadotecnia y la maquinaria comercial no descansan y nos bombardean constantemente con mensajes como: “Baje de peso en dos semanas”, “Deshágase de esa pancita, ¡ya!”. Pululan en las revistas imágenes de mujeres ultra delgadas, de hombres con el abdomen marcado y de manera inconsciente adoptamos nuevamente el ideal de la delgadez, afectando paulatinamente nuestra autoestima. Bienvenida cada año la mercadotecnia del marcado culto al cuerpo occidental. La televisión se encuentra plagada de anuncios de milagrosos aparatos de ejercicio que prometen que sin esfuerzo, en tres minutos al día y en menos de un mes, tendremos cambios radicales en nuestra apariencia física. Los gimnasios y clubes deportivos suelen bajar el costo de la inscripción o bien, hacer promociones de pagar en enero una sola cantidad y tener acceso a sus servicios por un tiempo hasta de tres meses, sin embargo, la mayoría de las personas abandonan el gimnasio en un promedio de dos semanas después de haberse inscrito, por lo que los gimnasios y clubes muestran grandes ganancias sin tener que prestar el servicio. Quizá la publicidad debería decir “pague tres meses y úselo dos semanas”. Adicional al ejercicio, los consultorios de nutrición y los negocios dedicados a masajes reductivos incrementan considerablemente su clientela, aunque de igual forma sea sólo por un par de meses. Las tiendas de ropa hacen sus fabulosos fines de temporada y los remates de mercancía con descuentos impensables están usualmente en las tallas L/G y XL/XG ¿casualidad?
     Los propósitos de Año Nuevo, parecieran empatar con todo esto que la mercadotecnia de inicio de año nos ofrece: bajar de peso, dejar de fumar, renovar el guardarropa. Todo eso, menos “comenzar a ahorrar”. Y es que pareciera que en esta aparente austeridad, disfrutamos pensando que estamos restringidos mientras vamos cayendo poco a poco en el sutil convencimiento y en la cálida seducción de la mercadotecnia, que está ahí, a cada paso que damos en las calles, los centros comerciales, la televisión, el radio, las revistas, la prensa e incluso en nuestros perfiles de redes sociales.


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