Autora: Betzabé Vancini Romero
Publicado:
e-Consulta, 16 de Enero de 2012.
Durante el
pasado diciembre, experimentamos como cada año, la fiebre alta del consumo y el
gasto desmedido. Aparentemente todo se encuentra en oferta, cuando en realidad,
más allá de los precios altos, con lo que se enfrenta el consumidor promedio es
con la fiebre frenética de comprar y consumir artículos que no son, ni
remotamente, de primera necesidad. Comidas y cenas en restaurantes, ropa,
obsequios, artículos navideños, vinos, vacaciones, etc., son parte de los
conceptos más frecuentes del gasto del aguinaldo y otras prestaciones que
reciben los trabajadores en diciembre.
Según encuestas recientes, el costo
promedio de los obsequios para intercambio de regalos oscila entre los $150.00
y $200.00, y una persona común se involucra al menos en dos intercambios: el de
su grupo de amistades o familia y el del grupo de trabajo o colegio. Si además
contamos el fuerte gasto que representa la llegada de Santa Claus y posteriormente
de los Reyes Magos, el gasto por concepto de obsequios se eleva
considerablemente para la familia mexicana promedio. Además por supuesto, del
desmedido costo de la elaboración de los alimentos decembrinos que suelen
presentarse vastos en la mesa de las familias, y que sin pretexto alguno, son
motivo de orgullo y unión familiar. Una cena navideña tradicional –romeritos,
bacalao, pavo o pierna y ensalada de manzana-, cuesta en promedio dos mil pesos
para una familia de cuatro integrantes, mientras que para una familia de veinte
personas el costo llega a ser hasta de diez mil, sin contar las bebidas.
Otro elemento a considerar en el frenesí
decembrino es la compra de artículos navideños, cuyos costos, precisamente por
ser de temporada, se ven tangiblemente aumentados, entre los artículos de mayor
frecuencia de consumo se encuentran: el pino natural –que posteriormente acaba
en la calle, terrenos baldíos, basureros municipales, o en el mejor de los
casos en algún acopio responsable-, esferas, luces, adornos para el árbol,
adornos para la casa, mantelería y otros aditamentos, que si bien en épocas
anteriores se usaban año con año y con esto se reforzaba la tradición familiar
–el mantel de la abuela-, ahora cada año hay una “tendencia” distinta con
respecto al arreglo del hogar, donde podemos encontrar las combinaciones más
inverosímiles e impensables como el Gaga Christmas Tree: pino rosa,
sintético, adornado con esferas de espejos y guirnaldas de plumas de colores.
Pudiéramos creer que ahora al encontrarnos
ya en la famosa cuesta de enero, los gastos se reducen considerablemente debido
a las deudas que adquirimos a fin de año y que comenzamos a pagar en el primer
mes del nuevo año. Sin embargo, muy lejana es esta creencia de la realidad,
pues en enero y febrero encontramos un nuevo frenesí de consumo: el frenesí del
fitness. Desde hace décadas, se habla abiertamente de la ganancia de
peso que experimentamos todos los mortales durante las grandes comilonas de las
fiestas decembrinas y es en los primeros días del año que nos encontramos con
una alarmante realidad: el pantalón ya no cierra, la ropa que compramos en
diciembre para estrenarla en las festividades se ve ahora muy ajustada y
tenemos un sobre peso de cualquier cantidad de kilos. Es ahí cuando pensamos
“no debí haber tomado tanto ponche”, sin embargo, la mercadotecnia y la
maquinaria comercial no descansan y nos bombardean constantemente con mensajes
como: “Baje de peso en dos semanas”, “Deshágase de esa pancita, ¡ya!”. Pululan
en las revistas imágenes de mujeres ultra delgadas, de hombres con el abdomen
marcado y de manera inconsciente adoptamos nuevamente el ideal de la delgadez,
afectando paulatinamente nuestra autoestima. Bienvenida cada año la
mercadotecnia del marcado culto al cuerpo occidental. La televisión se
encuentra plagada de anuncios de milagrosos aparatos de ejercicio que prometen
que sin esfuerzo, en tres minutos al día y en menos de un mes, tendremos
cambios radicales en nuestra apariencia física. Los gimnasios y clubes
deportivos suelen bajar el costo de la inscripción o bien, hacer promociones de
pagar en enero una sola cantidad y tener acceso a sus servicios por un tiempo
hasta de tres meses, sin embargo, la mayoría de las personas abandonan el gimnasio
en un promedio de dos semanas después de haberse inscrito, por lo que los
gimnasios y clubes muestran grandes ganancias sin tener que prestar el
servicio. Quizá la publicidad debería decir “pague tres meses y úselo dos
semanas”. Adicional al ejercicio, los consultorios de nutrición y los negocios
dedicados a masajes reductivos incrementan considerablemente su clientela,
aunque de igual forma sea sólo por un par de meses. Las tiendas de ropa hacen
sus fabulosos fines de temporada y los remates de mercancía con descuentos
impensables están usualmente en las tallas L/G y XL/XG ¿casualidad?
Los propósitos de Año Nuevo, parecieran
empatar con todo esto que la mercadotecnia de inicio de año nos ofrece: bajar
de peso, dejar de fumar, renovar el guardarropa. Todo eso, menos “comenzar a
ahorrar”. Y es que pareciera que en esta aparente austeridad, disfrutamos
pensando que estamos restringidos mientras vamos cayendo poco a poco en el
sutil convencimiento y en la cálida seducción de la mercadotecnia, que está ahí,
a cada paso que damos en las calles, los centros comerciales, la televisión, el
radio, las revistas, la prensa e incluso en nuestros perfiles de redes
sociales.
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