Autor: José Rafael de Regil Vélez
Publicación: La jornada de oriente, 29 de Junio de 2006
Se acerca —¡por fin!— el término del larguísimo proceso electoral mexicano.
Según los entendidos, a estas alturas los ciudadanos que irán a las urnas ya han resuelto a quién entregarán su voto: ya han decidido.
Es muy posible que yo esté chapado a la antigua, pero creo a los profesores que me dijeron que una decisión es tal cuando ha cubierto ciertos requisitos, como entender lo mejor posible de qué se trata aquello sobre lo cual se va a decidir, cuando se han realizado ciertos juicios para afirmar o negar lo relativo al asunto para tener mayor claridad, de tal suerte que se decida lo que más sea cercano a una posibilidad de crecer como persona.
Escucho a los estudiantes con quienes comparto la vida universitaria, a algunos colegas, a la señora de la carnicería… y me parece que decisión, lo que se dice decisión, la mayor parte no la ha tomado: hay una gran carencia de información, poco entendimiento del contexto y de las implicaciones de la elección y un bombardeo propagandístico impresionante, que establecen el asunto en lo afectivo y estimativo más que en la postura crítica (y eso quienes votarán), pero hay quienes ni por eso se preocupan.
Ni hablar: entre desinformación de unos y poco involucramiento de otros llegaremos al dos de julio y con ello alguien ocupará la abollada silla presidencial.
Mientras eso ocurre, la vida continúa y no podrá hacerlo sin una participación política que sea mucho más que sólo votar.
En la calle en la cual se ubica mi casa, después de mil forcejeos entre vecinos y otros tanto con las autoridades municipales, avanzamos un paso más para alejarnos del subdesarrollo: estamos adoquinando.
En ocho días he visto de casi todo: las máquinas llegaron para mover tierra, arrasaron con las mangueras del agua potable y parte de la conexión del drenaje. Los trabajadores nos dicen que compremos algo para que lo pongamos y tengamos el vital líquido y que nos hagamos de suficientes provisiones, porque cuando vuelva a pasar la máquina volverá a romper los conductos…
Lo más simpático es que cuando ya vaya a quedar todo tendremos que llamar al organismo regulador del agua para que arregle lo que quede pendiente o, de otra forma, de todos modos habrá que hacerlo, sólo que levantando el adoquín.
Lo que ha sucedido con los vehículos que se quedaron atrapados en sus casas y el circo, maroma y teatro que hemos realizado para estacionar los que se quedaron fuera es otra historia.
Mientras todo eso sucede uno de los líderes de la cuadra comenzó a visitar a los prójimos para ver cómo nos vamos a cooperar para matar unos animalitos para el personaje político que ha respaldado que la calle sea pagada por nuestros impuestos solamente, sin que tengamos que dar una cuota adicional.
Y como siempre, no faltan los vecinos que simplemente son espectadores y reciben los beneficios de nuestras gestiones sin colaborar, ni discutir, ni inmutarse. Y así, todos somos testigos de una dotación de servicios que suena más bien a surrealismo.
En estos terrenos —el de los adoquines, o el de la construcción y mantenimiento de un parque contiguo, o la vigilancia o los servicios públicos o la supervisión del trabajo de los políticos— que no son tan aparatosos como las campañas, también se juega la política.
Lo macro y lo cotidiano requieren participación y decisión. Y sólo con ellas podremos levantar la frente de cara a las próximas generaciones porque habremos hecho nuestro mejor esfuerzo por legarles un México habitable, si no, aunque sea menos tortuoso.
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