jueves, octubre 04, 2007

EL HURACAN DEAN Y LA FIESTA

Autora: Ma. Eugenia Sánchez D. de R.
Publicación: E-Consulta, 4 de Octubre 2007

En los muchos años que viví en una comunidad indígena de la Sierra Norte de Puebla, dos rasgos de los maseuales me marcaron, creo yo que para siempre: su capacidad de enfrentar la precariedad y el desastre, y su confianza en el "mañana".

Después de la helada de 1989 que acabó con las plantas de café, principal recurso económico de la zona, y que fue acompañada de la desregulación del precio del aromático a nivel internacional, yo me preguntaba con angustia cómo iba la población a enfrentar la situación. Si bien es cierto que las actividades múltiples que juntos habíamos llevado a cabo desde 1973, actividades productivas, educativas, de salud, organizativas, de vínculos hacia el exterior, amortiguaban las consecuencias de ambos desastres el "natural" y el "social", eso no era suficiente. Lo que pude observar y compartir en el post-desastre me pareció notable, notable la rapidez con la que los grupos domésticos se reorganizaron para reforzar las acciones productivas que ya hacían: elaboración de artesanías, trabajo de guías de turistas por parte de los niños, mujeres jóvenes emigrando temporalmente como empleadas domésticas, muchachos formando conjuntos musicales, hombres y mujeres reforzando los cuidados de la milpa y de los árboles de pimienta, utilización creativa de los apoyos del exterior. La flexibilidad mental, la entereza emocional, la habilidad para hacer frente a lo que ha sido su vida durante siglos, una incertidumbre en la precariedad me parecieron asombrosas. Pero más aún la capacidad de continuar celebrando la vida.

Sin caer en romanticismos que no ayudan a nadie, uno se pregunta de qué espacios profundos de su ser, de su "yolo" y de su "tonal"; de qué resortes culturales que provienen del "Talocan" y de San Miguelito , se nutren para adquirir esa fuerza para sobrevivir y celebrar.

18 años después de la helada y 8 después de las inundaciones de 1999, el
Huracán Dean llegó a la Sierra Norte de Puebla con una fuerza que no se esperaba. Los ancianos y ancianas de la comunidad cuentan que nunca había ocurrido un fenómeno semejante. "Era como una licuadora que parecía que iba a llevarnos a todos". Volaban los árboles, la lluvia se desplazaba horizontalmente y se desprendían los techos de muchas de las casas. Al día siguiente fue necesario, no sin cierto ritual de duelo, terminar de tirar el inmenso árbol secular que vigilaba la plaza principal. Los árboles de pimienta, uno de los principales recursos económicos actuales de la población, fueron arrancados por el viento como si se tratara de "desyerbar" una milpa. El local en el que suele ensayar la banda de la comunidad, en el que se organizan cursos diversos, se convirtió en albergue para aquellos cuya casa quedó inhabitable. Y después la lluvia incesante y el arribo de "Lorenzo" siguieron dejando su huella. Suficiente para desanimar al más bien plantado.

Pero se acercaba la fiesta del pueblo, el 29 de septiembre, y la población se organizó, para rehacer sus casas y para celebrar la fiesta. Es cierto que hubo que eliminar actividades festivas que se hacen en otros años, pero de ninguna manera lo esencial. Y así, llegó el gran día. Había 17 danzas: Negritos, Santiagos, Quetzales, Voladores, Moros, Tejoneros, Migueles; procesión por todo el pueblo, campeonatos de basket ball, puestos de tacos, garnachas, dulces, helados; vendedores de cacerolas y cobertores; la banda que no dejaba de tocar. Mucha gente, mujeres y hombres de todas las edades, de blusas bordadas y enaguas, de calzón blanco y huaraches, de blue jeans y tenis, de cachucha o sombrero, mole en la casa del mayordomo y los “tenientes”. Por todas partes había color y vida, inmersos en esa religiosidad que articula el temor y la alegría, las promesas y los miedos, el Talocan y San Miguelito. Después de un mes del huracán Dean, tal parece que de la desolación emergía la vida en esa comunidad náhuat, tal parece que es cierto aquello de que “la esperanza surge de la quebrantada condición humana”.

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