jueves, octubre 11, 2007

Incluyentes de clóset

Autora: Celine Armenta
Publicación: E-Cnsulta, 11 de octubre 2007
Desde que hace 13 años firmamos como nación la Declaración de Salamanca, México ha creado buen número de políticas orientadas hacia la inclusión educativa. Los avances reales han sido lentos e inconstantes. Los ideales de inclusión social y educativa cobran más y más espacios diversos ámbitos, y nada permite prever que su presencia vaya a disminuir. Pero no podemos decir que hoy somos un país más incluyente de lo que éramos hace una década. O quizás sí lo seamos pero no queremos que se note; quizás hemos gritado durante tantos años que ser mexicano es ser nacionalista a ultranza y machista de corazón, que ahora no sabemos cómo empezar a derrumbar la xenofobia, la misoginia, la homofobia y la discriminación contra indígenas y discapacitados. Quizás seamos incluyentes y tolerantes de clóset; escondiditos, para que nadie lo note.
El Plan Nacional de Desarrollo 2007-2012, en el capítulo dedicado a igualdad de oportunidades, establece el otorgamiento de “apoyo integral a las personas con discapacidad para facilitar su integración a las actividades productivas y culturales”; y las garantías para que “accedan a servicios educativos de calidad que propicien su inclusión social y su desarrollo pleno”. El Plan anterior tenía similares contenidos; y el anterior a él también. Pero mirando a nuestro alrededor podemos constatar que nada, o casi nada ha cambiado.
La constitución política claramente expone que: “ Queda prohibida toda discriminación motivada por origen étnico nacional, género, edad, capacidades diferentes, condición social, condiciones de salud, religión, opiniones, preferencias, estado civil o cualquier otra que atente contra la dignidad humana y tenga por objeto anular o menospreciar los derechos y libertades de las personas”.
En el terreno educativo ya han egresado varias generaciones formadas con el modelo de integración. Este modelo pretende algo más que colocar juntos a todos los niños, sin importar sus capacidades. Lo que pretende es ir educando en la diversidad, de manera que los niños aprendan desde pequeños que la diversidad es la realidad; y que su riqueza debe celebrarse. Al menos en principio, la integración educativa debería formar personas preocupadas por mejorar la sociedad para que no excluya a nadie. Pero por más que me esfuerzo, no encuentro signos de optimismo. No, al menos, desde la sociedad en su conjunto; aunque debo reconocer los esfuerzos de individuos y colectivos que desde la militancia y organización, están luchando por una sociedad más incluyente.
Y es precisamente uno de estos sujetos, investigador y portavoz de otros, quien ha denunciado una de las manifestaciones más evidentes de intolerancia en México. Se trata del periodista Fernando del Collado, quien acaba de publicar Homofobia, donde da cuenta de los extremos a los que llega el odio hacia gays y lesbianas en nuestro país.
El libro da cuenta de los 387 asesinatos de homosexuales, cometidos entre 1995 y 2005. La identidad de las víctimas, varones en su mayoría, y la naturaleza homofóbica de sus asesinatos no deja lugar a dudas: son crímenes causados por la homofobia. La mayoría de estos crímenes no tuvieron seguimiento, y no hay manera de saber si al menos durante algún tiempo se buscó a los culpables. Un número reducido quedó bien documentado, y con ellos Fernando del Collado documenta los prejuicios que plagan los expedientes; así como los escasos o nulos resultados.
De todos estos casos, el autor eligió siete para detallar el calvario de los deudos, la negligencia que priva en las investigaciones, la saña de las ejecuciones, y la impunidad que parece ganar siempre.
Homofobia es un libro doloroso en cada una de sus páginas. Destaca, por ejemplo, el cinismo de un asesino serial que tras haber secuestrado, extorsionado, torturado y asesinado a 5 jovencitos gays, se enfrenta a las cámaras diciendo que se siente orgulloso de haber luchado contra una lacra social. Pero aún más doloroso es el recuento de las docenas de cuerpos abandonados en morgues de distintas ciudades del país y sepultados en fosas comunes, porque las propias madres y padres de estos adolescentes, jóvenes y adultos, no pudieron vencer sus odios, sus miedos, sus prejuicios.
¿Lo peor? Que los delitos de odio no están tipificados; que la saña que los caracteriza se pasa por alto; que las burlas y el desprecio de los agentes de la justicia son lo habitual en averiguaciones e investigaciones.
¿Estaremos mejorando en tolerancia, inclusión y demás? Yo lo dudo. Lo dudo muy seriamente.

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