jueves, septiembre 25, 2008

¿Educación y violencia?

Autor: José Rafael de Regil Vélez
Publicación: La Jornada de Oriente, 25 de septiembre, 2008

Quienes habitamos México estamos preocupados: no podemos hacer como que pasara nada cuando una y otra vez nos enteramos de ejecuciones, granadas, secuestros, asaltos, trata de blancas, engaño a los migrantes quienes quedan a su suerte en algún punto del trayecto entre su casa y el lugar en el cual creen que realizarán su sueño americano.

Los medios de comunicación dan cuenta puntualmente de la espiral de violencia a la que asistimos ya no como espectadores, sino como actores en el rol de víctimas. También tratan de acercarnos voces que den su punto de vista la compleja problemática de la inseguridad.

En estos días hemos escuchado y leído de todo: que si la culpa es la incapacidad del gobierno, que si la educación no cumple su papel, que si los ciudadanos debemos convertirnos en vigilantes…

Quiero detenerme en un tema que aparece reiteradamente: la educación tiene culpa en la violencia y también parte en su remedio.

Es socorrido el argumento de que vivimos descomposición social y que en parte la culpable de ello es la educación. Se escucha que las cosas comenzaron a perderse cuando se dejó de “educar en valores”; de otra forma las cosas serían mejores, los habitantes más civilizados y las condiciones de bienestar y progreso incuestionables.

En contra parte, la solución es clara: en las escuelas hay que dar “educación en valores”. Hoy encontramos instituciones cuyo punto de venta -además del inglés y las clases de computación-, es que dan “educación en valores” y que llevan los mejores libros y cuadernos de trabajo del país para ello.

Esta forma de ver, en primera instancia, no parece tan mala… Pero sospecho de ella, no por su formulación lógica sino por las teleologías y axiologías pedagógicas de moda. Me parecen más cortina de humo que solución.

Todavía impera socialmente una visión en la cual educación es sinónimo de transmisión de conocimiento: cuando mucho el docente es visto como provocador para que el alumno maneje información y la convierta en conocimiento. Los directivos continúan tomando decisiones con base en el promedio que obtienen los estudiantes, canonizando las calificaciones como el mejor punto de referencia para saber si hay o no educación.

En esta óptica, la educación en valores equivale a “SABER, DEFINIR, ESTAR INFORMADO” de lo que es un valor. Pero hay un pequeño problema: que yo sepa mucho de solidaridad no me hace solidario. Me hace tal la práctica del valor; no su comprensión.

Por otra parte, la escuela es vista como un ente social aséptico, sin la “contaminación del mundo y su maldad” y se olvida que la educación que se supone que ella oferta y los alumnos que a ella acuden viven en un contexto específico, condicionados fuertemente por una estructura socio-político-económica que llevan a una forma de vida específica.

Hacer cambios en el comportamiento de los individuos supone también y al mismo tiempo cambios en las estructuras en las cuales se desenvuelven. Emmanuel Mounier, pensador que frecuentemente escribía en medios escritos, solía decir: “la revolución o será económica o no será; o será moral o no será”.

Es muy difícil que un niño que durante 12 años ha aprendido sobre valores pueda vivirlos si todo a su alrededor funciona de otra forma.

Creo que sí, que la educación puede ser una buena opción para enfrentar el problema de la violencia que nos azota, pero una educación crítica, vinculada a los esfuerzos de cambio social, económico y político que de múltiples formas realizamos la sociedad civil; con fines claros que vayan más allá del conocimiento hasta la realización integral de la persona y con métodos que permitan que las instituciones educativas mismas sean ya un taller de la vida que se quiere en diálogo con otros actores sociales; que los futuros ciudadanos vivan desde ya de manera responsable, crítica, solidaria y amorosamente porque serán los ciudadanos que generen condiciones de vida en las cuales la violencia no sea el recurso de cada día.

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