Autora: Teresa Eugenia Brito Miranda
Publicación: E-Consulta, 17 de septiembre, 2008
En la escuela aprendemos a convivir. La convivencia es el medio en el que se dan muchos tipos de aprendizajes.
Hemos estado presenciando manifestaciones que reflejan la existencia de crisis en la convivencia: actos violentos, inseguridad, crisis de autoridad, impunidad y corrupción, menosprecio de nuestras instituciones…tenemos que trabajar para fortalecer nuestros esquemas de convivencia para lo cual la escuela es el lugar privilegiado.
La escuela sigue siendo el núcleo de la formación social. Este espacio lo comparte con la familia; sin embargo, la escuela es el primer espacio público de los niños, lo que la pone en un lugar primordial. En ella la función socializadora se muestra en la convivencia cotidiana, en lo que se vive más que lo que se trata de enseñar.
La convivencia es algo que se aprende. En la escuela aprendemos a relacionarnos, a obedecer normas y a la autoridad, a compartir, dialogar, respetar a los otros, en fin, muchas actitudes y valores relacionados con la convivencia. No todo lo que se aprende en la escuela es positivo, se aprende también a engañar, a ser corrupto, a obedecer acríticamente, entre otras conductas y actitudes que nos perjudican como sociedad, por ello, aunque nos parezca trivial es importante atender como padres lo que nuestros niños aprenden en la escuela y como “institución escuela” necesitamos observar y cuidar los espacios de convivencia para fortalecernos socialmente.
La escuela, como otras instituciones tales como la familia, está en crisis. Algunos estudiosos relacionan esta crisis con factores externos, es decir atribuibles a lo que sucede en la sociedad y otros ven el problema de manera diferente: consideran que la crisis está dentro de los mismos alumnos, en su falta de motivación, de disciplina y respeto a la autoridad, y otros más culpabilizan a las familias.
Por otro lado, y a pesar de que los niños y adolescentes pasan una buena parte del día en la escuela, ésta ya no está respondiendo a sus intereses. La escuela ya no educa para la vida. ¿Cómo lograr entonces que los niños y adolescentes realicen trabajos que no tienen sentido para ellos? ¿Qué pasa entonces con la disciplina? Y la pregunta es ¿qué pasa con la escuela?
Por otro lado parece que la universalización de la educación ha contribuido a la crisis, con ello no estamos diciendo que era mejor conservar la escuela elitista. Como dicen otros autores la escolarización es una condición indispensable para que puedan existir los derechos humanos. Sin embargo la crisis se genera debido a que la población va teniendo mayor escolaridad, la economía ha ido llevando a profesionalizar y especializar el campo laboral por lo que en muchos casos la preparación de los padres sobrepasa la de los maestros. Los padres de familia tienen por ello una mayor ingerencia en los asuntos escolares y tienden a establecer una relación de igualdad con los maestros que a veces deriva en situaciones que ponen en duda la calidad de su docencia. ¿Y los maestros se preparan para enfrentar esta crisis, debida no solamente a la caducidad de conocimientos sino atendiendo a lo que implica la convivencia, el respeto al otro “aunque sea mi alumno”?
Las escuelas deben transformarse en otras instituciones. De estas crisis podemos partir para reflexionar sobre el rumbo que deben ir tomando. Algunos estudiosos dicen que estos cambios pueden irse dando de la misma manera en que la familia tradicional estable ha empezado a cambiar al tiempo en que van apareciendo otros mecanismos culturales como los derechos de las mujeres, y las propias necesidades económicas, por ejemplo. Consideran que el componente tradicional de una autoridad acrítica e irreflexiva fundamentada en el poder de una disciplina tradicional, todavía tiene mucho peso pero no puede ser eterno.
Es importante hacer investigaciones que arrojen datos sobre el tiempo escolar que dedican los profesores a pedir disciplina y orden en las aulas, a guardar silencio, sentarse correctamente, ir bien peinado, a checar el uniforme, y comparar esto con el tiempo dedicado a los aprendizajes para trabajar la convivencia escolar incluyente y respetuosa o bien a aprendizajes ligados a la vida. Sería interesante que esto pudiera relacionarse con el desempeño escolar o con la efectividad de los aprendizajes con sentido. Tal vez esto nos lleve a actuar de manera diferente como maestros y como directores también.
Algunos atribuyen esta crisis en la convivencia a la crisis de autoridad, al manejo de la disciplina y a la desmotivación en los propios estudiantes debida a la escasa relación de los aprendizajes con su vida. Hay varias miradas acerca de las posibles salidas. Para los más conservadores se tiene que reforzar precisamente la figura de autoridad buscando sanciones y expulsiones. Desde otra perspectiva más enfocada a la educación de la convivencia se busca la inclusión, la participación de los alumnos en el control de las normas, en la educación emocional de los alumnos. Entre estas dos posturas hay posiciones intermedias. Lo interesante será ver cómo nos vamos ubicando los educadores, qué valores promovemos y cuál es nuestro horizonte de país. Sin duda lo más valioso es comenzar por preguntarnos cómo podemos aprovechar estos espacios de convivencia escolar para desarrollar valores de convivencia sana.
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