Autor: Alexis Vera
Publicado: La Primera de Puebla, 20 de septiembre de 2011
Una de las más brillantes ex alumnas de la Licenciatura en Mercadotecnia de la Universidad Iberoamericana Puebla, de quien fui profesor en la misma carrera hace más de 5 años, se acercó a consultarme un asunto que no deja su alma en paz. Ximena (nombre ficticio) se siente muy ansiosa porque debe elegir entre quedarse en su actual trabajo ?con un buen sueldo, en una buena empresa y con grandes perspectivas de crecer- o buscar algo que personalmente la haga más feliz. Así que Ximena debe decidir qué es mejor para ella y eso la ha puesto en una situación de crisis porque no sabe qué elegir. Su crisis la ha llevado a ver al psiquiatra, quien le recetó una semana de reposo en casa ?además de medicamentos- puesto que Ximena tiembla cada vez que pisa la empresa donde trabaja.
No está a gusto con su actual trabajo pero no lo quiere dejar por alguna profunda razón que sólo ella conoce. Así que ha venido postergando su elección, y eso la ha metido ya en problemas.
Como Ximena, prácticamente todos los jóvenes y adultos deben tomar decisiones que marcarán significativamente el resto de sus vidas. Deben elegir entre dos o más opciones que son excluyentes entre sí. El reto llega sobre todo porque nadie nos enseñó o nos entrenó para tomar decisiones (y menos aún para tomar decisiones difíciles o trascendentales). A los graduados universitarios casi en cualquier trabajo les pagan por tomar decisiones, incluso aunque se trate de autoempleo o negocio propio. Dependiendo de la calidad de sus decisiones es que nos irá bien o mal en el trabajo y en la vida. Y entonces ¿por qué nadie nos enseña cómo se pueden tomar mejores decisiones?
El sistema escolar, desde primaria hasta la universidad, está centrado todavía en la memorización de conceptos, técnicas, teorías, etc., m as no en el procesamiento de la realidad para decidir mejor. El enfoque por competencias ?tan famoso ahora en el ámbito escolar- está centrado en que los alumnos aprendan a hacer; que aprendan a resolver situaciones, pero no necesariamente a elegir entre diversas alternativas. Lo curioso del caso es que todos los días tenemos que estar tomando decisiones (cada una con su grado de importancia) y dependiendo de la calidad de nuestras elecciones será la calidad de la vida que llevemos.
Regresando al caso de Ximena, ella no tiene claro qué debe elegir, quizás porque no tiene claro qué quiere que resulte de su decisión: qué producto desea obtener; qué quiere favorecer con las consecuencias de su decisión. A esto se le llama identificar los criterios de decisión, es decir, lo que se quiere favorecer con el resultado de una decisión determinada. Los criterios de decisión pueden estar relacionados con valores: aquellas cosas, personas, situaciones o aspectos de la vida que más aprecio o valoro. Identificar cuáles son los posibles criterios de decisión ayuda mucho a clarificar el escenario de la elección que se tiene enfrente. Por ejemplo, en el caso de Ximena, sus criterios de decisión podrían ser (sin juzgar por ahora si éstos son adecuados o inadecuados para la situación): prestigio profesional, mejor posición económica personal, felicidad, paz interior, etc. Una vez identificados los posibles criterios, habría que hacerse la pregunta ¿con qué criterio debo o quiero tomar esta decisión y por qué? Posteriormente, ayudaría el indagar con qué valor personal profundo se relaciona este criterio para ver si, en el fondo, la elección abonará o no a algo que ella en verdad aprecie y no a algo que otros esperan que ella aprecie (esto último suele suceder porque somos naturalmente sociables y porque además a los demás les gusta opinar sobre lo que uno debería hacer con la vida propia).
Elegir entre opciones es todo un arte, en especial cuando se trata de decisiones que marcarán nuestro destino como personas. Nuestras elecciones generan nuevas realidades; crean y destruyen futuro; inciden en nuestra realidad y en la realidad de otras personas. Con frecuencia no damos importancia al proceso de elegir para actuar. Decidimos cosas importantes con poco tiempo y poco análisis; y perdemos de vista que, generalmente hablando, en realidad no existen buenas o malas decisiones porque ello depende de con qué criterio se evalúen. Sin embargo, sí podría existir una inadecuada selección de criterios para decidir. Estos últimos tienen que ver con el sentido que un sujeto quiere dar a las acciones que se derivarán de su decisión. Así que cuando estemos en una situación como la de Ximena, yo preguntaría ¿qué quiero favorecer con el resultado de mi decisión? Y ¿qué importancia tiene en mi vida eso que quiero favorecer?
Como Ximena, prácticamente todos los jóvenes y adultos deben tomar decisiones que marcarán significativamente el resto de sus vidas. Deben elegir entre dos o más opciones que son excluyentes entre sí. El reto llega sobre todo porque nadie nos enseñó o nos entrenó para tomar decisiones (y menos aún para tomar decisiones difíciles o trascendentales). A los graduados universitarios casi en cualquier trabajo les pagan por tomar decisiones, incluso aunque se trate de autoempleo o negocio propio. Dependiendo de la calidad de sus decisiones es que nos irá bien o mal en el trabajo y en la vida. Y entonces ¿por qué nadie nos enseña cómo se pueden tomar mejores decisiones?
El sistema escolar, desde primaria hasta la universidad, está centrado todavía en la memorización de conceptos, técnicas, teorías, etc., m as no en el procesamiento de la realidad para decidir mejor. El enfoque por competencias ?tan famoso ahora en el ámbito escolar- está centrado en que los alumnos aprendan a hacer; que aprendan a resolver situaciones, pero no necesariamente a elegir entre diversas alternativas. Lo curioso del caso es que todos los días tenemos que estar tomando decisiones (cada una con su grado de importancia) y dependiendo de la calidad de nuestras elecciones será la calidad de la vida que llevemos.
Regresando al caso de Ximena, ella no tiene claro qué debe elegir, quizás porque no tiene claro qué quiere que resulte de su decisión: qué producto desea obtener; qué quiere favorecer con las consecuencias de su decisión. A esto se le llama identificar los criterios de decisión, es decir, lo que se quiere favorecer con el resultado de una decisión determinada. Los criterios de decisión pueden estar relacionados con valores: aquellas cosas, personas, situaciones o aspectos de la vida que más aprecio o valoro. Identificar cuáles son los posibles criterios de decisión ayuda mucho a clarificar el escenario de la elección que se tiene enfrente. Por ejemplo, en el caso de Ximena, sus criterios de decisión podrían ser (sin juzgar por ahora si éstos son adecuados o inadecuados para la situación): prestigio profesional, mejor posición económica personal, felicidad, paz interior, etc. Una vez identificados los posibles criterios, habría que hacerse la pregunta ¿con qué criterio debo o quiero tomar esta decisión y por qué? Posteriormente, ayudaría el indagar con qué valor personal profundo se relaciona este criterio para ver si, en el fondo, la elección abonará o no a algo que ella en verdad aprecie y no a algo que otros esperan que ella aprecie (esto último suele suceder porque somos naturalmente sociables y porque además a los demás les gusta opinar sobre lo que uno debería hacer con la vida propia).
Elegir entre opciones es todo un arte, en especial cuando se trata de decisiones que marcarán nuestro destino como personas. Nuestras elecciones generan nuevas realidades; crean y destruyen futuro; inciden en nuestra realidad y en la realidad de otras personas. Con frecuencia no damos importancia al proceso de elegir para actuar. Decidimos cosas importantes con poco tiempo y poco análisis; y perdemos de vista que, generalmente hablando, en realidad no existen buenas o malas decisiones porque ello depende de con qué criterio se evalúen. Sin embargo, sí podría existir una inadecuada selección de criterios para decidir. Estos últimos tienen que ver con el sentido que un sujeto quiere dar a las acciones que se derivarán de su decisión. Así que cuando estemos en una situación como la de Ximena, yo preguntaría ¿qué quiero favorecer con el resultado de mi decisión? Y ¿qué importancia tiene en mi vida eso que quiero favorecer?
No hay comentarios.:
Publicar un comentario