Autor: Alexis Vera
Publicado: e-consulta, 8 de septiembre de 2011
El pensamiento administrativo más reciente destaca la necesidad de crear grandes lugares de trabajo para los colaboradores de una organización. Ya no es suficiente con ofrecer un sueldo competitivo, ahora es necesario crear un entorno laboral estimulante si se quiere atraer y retener gente talentosa dentro de la empresa o institución.
Se trata pues de generar entornos que inspiren a la gente; entornos que hagan que los colaboradores saquen lo mejor que llevan dentro y así contribuyan a la creación y entrega de mejores productos y servicios para la sociedad. Todos sabemos que un equipo inspirado es susceptible de ganar cualquier competencia, incluyendo -por supuesto- la competencia comercial.
Crear grandes ambientes de trabajo es todo un arte y supone que de entrada existe(n) uno o varios líderes dentro de la organización que tiene(n) la visión y el ideal de estimular en vez de castigar a las personas para lograr resultados. Esto contraviene viejas y presentes prácticas de liderazgo y gestión donde se ha partido del supuesto de que la gente es perezosa y tranza por naturaleza y que, por lo tanto, hay que vigilarles y controlarles cercanamente todo el tiempo para evitar que se descarríen.
A los ambientes laborales que inspiran lo mejor de la gente, algunos pensadores y practicantes del management les llaman “ambientes de confianza” o de “alta confianza”; otros los describen como entornos felices de trabajo o realizadores (desarrolladores) de la persona. Este aspecto ha cobrado tal importancia en los países más desarrollados que incluso se ha elevado al mismo nivel de importancia de los resultados financieros (y no porque se trate de organizaciones humanistas sino porque, siendo iguales las demás variables de desempeño, una empresa donde la gente se siente bien tratada casi siempre produce mejores resultados financieros que otra donde la gente se siente oprimida).
No hace mucho leí que existe una empresa estadounidense que tiene un “Chief happiness officer”, es decir algo así como un “presidente de felicidad”, un puesto del más alto nivel jerárquico (le reporta al presidente de la compañía) cuya chamba es procurar que todo el talento de la organización se sienta inspirado y dé lo mejor de sí.
Crear ambientes que inspiren empieza con seleccionar al talento adecuado. No todas las personas pueden rápidamente engancharse en un ambiente de alta confianza. A algunos les tomaría muchos años desaprender lo aprendido para entender una nueva cultura laboral y actuar positivamente en ella.
Por años en México todos hemos “educado” (familias, escuelas y centros de trabajo -algunos más que otros-) con la filosofía “el que no tranza, no avanza”; de tal suerte que esta “programación mental” es hoy un gran obstáculo y reto para el desenvolvimiento productivo y equitativo de cualquier organización humana en nuestro país.
Así que el primer paso es saber identificar quién sí tiene madera y quién no para insertarse en un ambiente de alta confianza. Esta tarea es sin duda todo un arte que hay que practicar aprendiendo de aciertos y errores, porque estrictamente hablando no hay recetas científicas de reclutamiento y selección que nos puedan garantizar el 100% de los resultados buscados, el 100% del tiempo.
Una vez que la gente apropiada para el proyecto está abordo, lo que sigue es inculcarles la cultura de alta productividad y alto humanismo que se requiere en la generación de un gran ambiente de trabajo. En esta tarea el papel de los directivos y líderes de la organización es fundamental pues son ellos quienes marcan las pautas de comportamiento. Y las mejores pautas se marcan con el ejemplo cotidiano; se marcan con obras y palabras, no con discursos demagógicos e incongruencias en el actuar que disuaden a los colaboradores de dar lo mejor de sí.
La sociedad global reclama hoy, y lo hace cada vez con mayor intensidad, lugares de trabajo mucho más sensibles hacia la condición humana de los colaboradores, y no que se les reduzca a simples factores de producción. No se trata por supuesto de hacer de la empresa o institución fundamentalmente un centro de desarrollo humano pues no es ese el fin para el cual existen la inmensa mayoría de las organizaciones públicas o privadas, sino de considerar que las organizaciones que mejores resultados logran son aquellas que saben inspirar mejor a sus colaboradores.
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