sábado, febrero 13, 2016

Los ninis: una dolorosa realidad

Autora: Marisol Aguilar Mier
Publicado en Puebla on line, el 11 de febrero de 2016.

Recientemente un estudio del Banco Mundial publicó que al menos 20 millones de jóvenes de entre 15 y 24 años en América Latina, ni estudian ni trabajan. El año pasado la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) señalaba que en México se cuentan alrededor de 7 millones de ninis, es decir, lo que equivaldría a una tercera parte del total de jóvenes latinoamericanos.
Este dato nos confirma una dolorosa verdad: los jóvenes en nuestro país son un sector sumamente olvidado y desatendido por las políticas públicas, hecho por demás irónico si se considera que en México el promedio de edad actual no rebasa los 35 años. Por un lado, los estudios económicos señalan que nuestro país cuenta con un bono demográfico que se traduce en un aumento en el tamaño de la población en edad de trabajar, mismo que se estima seguirá creciendo en la próxima década. Por otra parte, se calcula que 10 millones de jóvenes están en edad de asistir al bachillerato o a la universidad y no lo hacen; 65 por ciento de los desempleados es joven; uno de cada tres vive en situación de pobreza; más de seis millones participan en el narcotráfico; 60 por ciento de las personas encarceladas es menor de 30 años, 220 mil jóvenes emigra cada año y uno de cada cuatro jóvenes es víctima de violencia.
La conclusión ante estas cifras es contundente: los jóvenes en nuestro país sufren de exclusión, marginación, violencia y desventaja en todos los ámbitos. Y estas condiciones desfavorables se ven acrecentadas por la pobreza, la desigualdad y la discriminación.
La ironía justo radica en que nuestro país cuenta con una fuerza de trabajo joven y numerosa, pero su enorme potencial se está desperdiciando porque el Estado ha fracasado en su deber de garantizar y concretar el derecho a la educación puesto que la deserción educativa de miles de jóvenes y adultos se da como consecuencia de las condiciones de exclusión económica, social y cultural a la que este sector se ve sujeto. Ello genera un círculo vicioso difícil de romper pues los jóvenes abandonan sus estudios sin haber adquirido las competencias básicas para afrontar los retos del mundo en el que hoy vivimos, limitando así sus posibilidades laborales y el acceso a una vida digna.
Así pues, ¿cuáles son las salidas para estos 7 millones de jóvenes a quienes sistemáticamente se les cierran todas las puertas que abren posibilidades de esperanza y calidad de vida?
Desgraciadamente cuando se pierde el acceso a las oportunidades educativas y laborales la puerta falsa es la ilegalidad vinculada a una serie de factores de riesgo sumamente graves que incluyen la delincuencia, el alcohol y las drogas, pero más alarmante aún, el sumarse a las filas del narcotráfico, que para muchos de estos jóvenes representa una solución concreta para obtener ingresos económicos de manera instantánea.
Ante este desalentador horizonte, ¿qué nos queda por hacer? La solución del problema sin duda es sumamente compleja, pero una de las llaves para abrir la puerta al cambio es la educación. Solo mediante ella podremos revertir este círculo vicioso y evitar la condena de toda una generación sumida en la ignorancia, la pobreza y la falta de posibilidades de desarrollo y crecimiento personal y laboral. Pero desde luego no se trata exclusivamente de la educación tradicional que se ofrece en las aulas. Esta ha demostrado ya su fracaso al no lograr la permanencia de los jóvenes y la culminación exitosa de sus estudios básicos. Se necesita una educación pertinente: el Observatorio del Derecho a la Educación y la Justicia (ODEJ) ha señalado la importancia de una oferta flexible y diversificada en los procesos y modalidades educativas, que no solo abarque las cuestiones operativas, sino también los contenidos y la manera de impartirlos. En este marco la asignación de presupuesto constituye un factor clave en la concreción del derecho a la educación, así como la formación de maestros especializados en el trabajo con los jóvenes y sus necesidades específicas.
Sin embargo, esto no es suficiente. Se requieren también políticas públicas que atiendan de manera integral la problemática de la juventud y que proporcionen además, espacios para recuperar el tejido social con programas culturales, deportivos, recreativos y sociales a la par de programas preventivos así como campañas para evitar la estigmatización y criminalización hacia los jóvenes por su forma de vestir, su cultura o su aspecto. Ellos necesitan sentir que su país no los rechaza o desecha como material dañado o de segunda, sino que son su tesoro más grande, su capital más valioso y su esperanza para los años venideros.
Este panorama general nos deja ver algunas de las cuestiones que hay que atender con urgencia. El esfuerzo sostenido de todos los actores y la vinculación entre las diversas instancias será, sin duda, un elemento clave, si consideramos que las acciones de hoy serán determinantes para el futuro.


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