Autor: Martín López Calva
Publicación: Síntesis, 23 marzo 2006
El grillo maestro.
“Allá en tiempos muy remotos, un día de los más calurosos del
invierno el Director de la Escuela entró sorpresivamente al aula en que el Grillo daba a los Grillitos su clase sobre el arte de cantar, precisamente en el momento de la exposición en que les explicaba que la voz del Grillo era la mejor y la más bella entre todas las voces, pues se producía mediante el adecuado frotamiento de las alas contra los costados, en tanto que los Pájaros cantaban tan mal porque se empeñaban en hacerlo con la garganta, evidentemente el órgano del cuerpo humano menos indicado para emitir sonidos dulces y armoniosos.
Al escuchar aquello, el Director, que era un grillo muy viejo y muy sabio, asintió varias veces con la cabeza y se retiró, satisfecho de que en la Escuela todo siguiera como en sus tiempos.”
Augusto Monterroso.
Uno de los obstáculos principales para lograr una educación para la vida en nuestros tiempos es que todos los que trabajamos en la educación sufrimos en alguna medida del mal del Grillo viejo y sabio, es decir, que todos en mayor o menor grado nos sentimos seguros y satisfechos cuando vemos que en la escuela y la universidad las cosas siguen “como en nuestros tiempos”.
Cuando esta actitud es muy dominante, la satisfacción por ver que todo funciona como en nuestros tiempos nos lleva a menudo a no percibir la enorme cantidad de nuevos datos de la realidad cambiante, la gran cantidad de preguntas y de nuevas comprensiones que son necesarias, el enorme caudal de procesos de pensamiento crítico que hacen falta, la enorme cantidad de deliberaciones y buenos juicios de valor y decisiones que tendríamos que estar tomando para estar a la altura de los tiempos.
Educar para la vida significa en términos de escuela y universidad en el siglo XXI, cambiar nuestra visión de lo educativo para hacerla más centrada en una comprensión interactiva de la educación y en una perspectiva del ser humano como deseo inteligente o consciente, en lugar de seguir con la perspectiva tradicional pasiva, la visión del ser humano como animal racional y dividido y desde una orientación prescriptiva y normativa.
El reto de educar para la vida en la escuela y la universidad de hoy implica aceptar la tarea de ir construyendo un ambiente propicio para el crecimiento común, un “nosotros escolar o universitario” libre y responsablemente decidido y construido que parte de la intersubjetividad espontánea pero la va volviendo comunidad de afectos, de comprensiones, de jucios y de significados.
Estos ambientes construyen y son construidos por presencias significativas, presencias que se vuelven referente para los educandos por su búsqueda permanente y honesta de autenticidad que los va volviendo presencias afectivas efectivas, líderes intelectuales, autoridades morales y testimonios críticos.
Las presencias significativas promueven encuentros transformadores de los educandos con otros educandos, con realidades interesantes y distintas, con grandes teorías o autores que se vuelven camino permanente por recorrer y fuente de preguntas por explorar.
Educar para la vida implica formar seres humanos complejos, preparados para enfrentar la incertidumbre y para ir construyéndose en la incertidumbre y aportando elementos para construir y reconstruir la realidad también compleja que les toca vivir.
Educar para la vida quiere decir educar explorando permanentemente la estructura de nuestro deseo inteligente para irnos apropiando progresivamente de ella, descubriendo y construyendo las verdades y los valores que son pertinentes para comprender, criticar y vivir el contexto dinámico de la realidad del cambio de época.
Educar para la vida también quiere decir educar para generar probabilidades emergentes de humanización en cada condición y contexto concreto. Esto implica además, la comprensión del desarrollo de la humanidad como mezcla impura de elementos de progreso y de decadencia y la capacidad de ir reflexionando críticamente para distinguirlas.
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