Autora: Celine Armenta
Publicación: La jornada de oriente 10 de agosto de 2006
¿Cómo saber si mis certezas son algo más que soberbia ciega? ¿Quién me asegura que lo que yo creo es mejor que lo que cree el de enfrente?, son cuestionamientos necesarios y casi heroicos que debemos plantearnos para que nuestra democracia recién estrenada, salga fortalecida de la crisis electoral. Sin estos cuestionamientos no tendremos la tolerancia e inclusión, que son raíz y fruto de la democracia; simplemente no tendremos democracia.
El ejercicio es heroico porque nos obliga a reconocer la ingenuidad ridícula de seguir creyendo que poseemos la verdad y los demás están equivocados.
Este cuestionamiento no es una condena al relativismo. ¿Son honestas nuestras intenciones? ¿Nuestro voto buscaba el bien del país entero y el futuro de todos? ¿Asumimos la responsabilidad de ser voz de quienes no la tienen? Entonces podemos confiar en que tenemos la razón, y nuestra postura es mejor que todas. Pero también debemos asumir que nuestra confianza no se apoya en evidencias de que nuestros juicios se identifiquen con una verdad ideal preexistente. Lo que creemos es bueno, y verdadero por ser fruto genuino de nuestras conciencias informadas, de nuestra generosidad, de nuestros valores, y a ello le debemos fidelidad, congruencia y pasión.
Lo interesante de esta postura es que nos fuerza a mirar un panorama con multitud de verdades y propuestas mejores que la de enfrente, lo cual justifica la democracia electoral. Como no es realista consensuar los caminos y metas nacionales de quienes honestamente sustentamos verdades irreconciliables, optamos por un mecanismo casi arbitrario: el voto universal y directo.
La votación no pretende dirimir las bondades de una propuesta por encima de las demás, ni sus posibilidades de servir mejor a todos. En el modelo mexicano ni siquiera busca lo que quiere la mayoría. Nos gobernará quien tenga unos cuantos votos por encima de los demás; por ello cada voto es importante, y el fraude, o las sospechas de fraude, deben eliminarse.
Al final habrá un partido en el poder y tendremos que empezar a construir en serio la convivencia democrática. Todos tenemos la responsabilidad irrenunciable de luchar porque nuestra visión tenga cabida en México, y todos tenemos la obligación de asegurar ese mismo derecho para quienes honesta y generosamente desean otros horizontes.
Quien gobierne debe hacerlo para todos; asumir que incluso quienes no votaron por él lo eligieron al aceptar el método electoral, sus órganos y tribunales. Quienes votaron por la fórmula ganadora deben saber que son una minoría más. Quienes disienten del partido en el poder deberán aprender del fracaso electoral y no claudicar. Y todos, sin excepción, debemos vivir los próximos seis años en la prosecución de nuestras metas, nuestros ideales, nuestros valores, sin malgastar la vida en luchar los unos contra los otros, sino por el contrario, celebrando la diversidad; orgullosos de tener la verdad y de convivir con otros que también la tienen; aunque no coincidamos con ellos.
Demasiados años de analfabetismo democrático nos heredaron una intolerancia flagrante y una impúdica discriminación. Urge aprender a convivir en la pluralidad; el futuro tiene prisa ¿estaremos listos cuando llegue?
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