Autor: Gerardo Reyes Guzmán.
Publicación: La jornada de Oriente, 11 Enero 2007
Después de las tribulaciones, jaloneos y empujones en el Congreso de la Unión y una vez constituido el gabinete, el presidente Felipe Calderón Hinojosa comienza su mandato. Se trata de un presidente con muy poco capital político para enfrentar los grandes problemas que heredó del sexenio anterior. El perfil de los miembros del gabinete apunta hacia una política de corte conservador por el lado económico, poco tolerante en lo político y con muy buenas intenciones en lo social. Las metas, ambiciosas de antemano, se resumen en crecimiento económico con empleo, seguridad y democracia. En los primeros días de diciembre la política del nuevo gobierno se observó principalmente en el terreno político a través de la detención de varios miembros de la APPO, entre ellos el connotado Flavio Sosa Villavicencio; en seguridad, el envío del Ejército al estado de Michoacán, en aras de neutralizar el problema del narcotráfico. Sin embargo, la sociedad sabe que el narcotráfico ya está impregnado en los cuerpos de seguridad y dispone de redes de comunicación, armamento y personal que superan a quienes intentan mantenerse al margen. Se trata de un problema congénito que incluye al sistema jurídico en su conjunto. El narcotráfico es sólo la punta del iceberg de un sistema judicial y penitenciario corrupto y decadente; en donde a diario se practica la tortura, se violan los derechos humanos y la delincuencia se mueve en la impunidad bajo la égida del amparo o del favoritismo. El gobierno de Fox fue incapaz de combatir el secuestro y resolver el caso de las muertas de Juárez. México desplazó a Colombia en el primer lugar en secuestros en América Latina; mientras que los asesinatos en Ciudad Juárez aumentaron de 254 en 1998 a 472 en 2005.
El semanario inglés The economist dedica en su número de noviembre de 2006 un artículo especial a México que titula Time to wake up, tiempo de despertar. Admite que el gobierno de Vicente Fox tuvo importantes logros en materia de libertad de expresión, una estabilidad macroeconómica, apuntalada por un auge en los precios internacionales del petróleo –de donde destaca un crecimiento económico moderado y el abatimiento de la inflación a niveles históricos, así como la consecuente venta de bonos gubernamentales a 20 y 30 años por primera vez en la historia de las finanzas públicas modernas–, un programa ambicioso de construcción de vivienda y la disminución de la pobreza en su modalidad extrema, gracias al programa Oportunidades y a las cuantiosas remesas provenientes de los Estados Unidos. Por otro lado, los pendientes heredados a Felipe Calderón se resumen en una caída sustancial de la competitividad internacional, un déficit en la creación de empleos formales, un desplazamiento de México por China como segundo socio comercial de los Estados Unidos y el deterioro de la seguridad pública expresado por un aumento del crimen organizado y el levantamiento social en Oaxaca. En este contexto, Felipe Calderón toma un país dividido en dos regiones; un norte con un crecimiento económico promedio anual de 4 por ciento a 5 por ciento y un sur con sólo 1 por ciento a 2 por ciento. Esta última también registra los niveles más altos de pobreza y deterioro social; 45 por ciento de la población vive en asentamientos de no más de 2 mil 500 habitantes sin acceso a infraestructura básica y con altos índices de analfabetismo. En virtud de la falta de vías de comunicación que reduzcan costos, esta parte del territorio ha quedado fuera de los beneficios del TLCAN.
El empleo fue un rubro pendiente hasta los últimos años del sexenio pasado. Según la revista inglesa, se perdieron 700 mil empleos formales y sólo hasta 2006 se crearon 900 mil a raíz de un repunte en la industria automotriz, un aumento en el consumo y un inusitado dinamismo en el sector de la construcción. En estos dos últimos destaca la participación de los bancos a través de la puesta en marcha de un ambicioso programa de crédito al consumo vía tarjetas de crédito y créditos hipotecarios. Pese a ello, permanecen dos elementos que opacan el avance en el sistema financiero mexicano: el alto margen de spread –diferencia entre la tasa activa y pasiva– y las comisiones que encarecen el crédito en la banca comercial, así como el bajo nivel de ingresos tributarios del gobierno federal como porcentaje del PIB, que equivale a sólo 11.4 por ciento –en comparación con 36 por ciento promedio que registran las economías del OCDE– frente a compromisos crecientes como la deuda de pensiones y jubilaciones del IMSS.
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