Autor: Guillermo Hinojosa Rivero
Publicación: e-consulta, 29 enero 2007
Nuestro sistema educativo parece ignorar dos hechos que el resto del mundo considera evidentes: que los adultos son muy diferentes a los niños, y que la transición de niño a adulto se produce gradualmente. De qué otra manera explicar que los sistemas educativos sean exactamente iguales desde la primaria hasta las maestrías. Sólamente en los extremos del espectro educativo, en los jardines de niños y en los programas de doctorado, los sistemas docentes están adaptados a la edad de los educandos.
Como sujetos de la educación los adultos y los niños difieren en casi todo: los niños van a la escuela por obligación, los adultos por voluntad propia. A los niños los mueven las calificaciones y el temor al castigo, a los adultos los mueve la necesidad de saber. Los niños no pueden decidir lo que deben saber, los adultos tienen claro lo que quieren aprender. Los niños tienen buena memoria y poca comprensión, los adultos a la inversa. Los niños no tienen experiencia laboral y social que les permita integrar y relacionar lo que aprenden, los adultos sí. Los adultos pueden responsabilizarse por lo que aprenden, los niños no. Los adultos pueden juzgar la importancia de lo que se les propone aprender, los niños no.
A pesar de lo anterior, los sistemas educativos para niños y para adultos son muy semejantes. No sólo en los aspectos más visibles, sino también en la reglamentación y en la filosofía subyacente. Un salón de clase con su maestro al frente, que dicta, explica, muestra, exhorta, amenaza, elogia, y un grupo de alumnos que atienden, apuntan, preguntan, platican, se angustian y miran el reloj es una descripción precisa de la educación desde la primaria hasta la maestría. Los reglamentos también son iguales y producen lo que se ha llamado un sistema de tubos educativos: se empieza por un extremo del tubo y se termina por el otro. No hay salidas laterales; o se llega al final del tubo o se abandona la empresa y se pierde todo lo avanzado. No es posible adelantarse, atrasarse sí (porque la realidad se impone) pero dentro de ciertos límites. Lo que se ha de aprender en cada etapa del tubo está determinado, registrado, aprobado y vigilado.
Nuestros sistemas educativos tratan a los adultos como si fueran niños. No sólo es una injusticia; también es un grave error que puede dejar vacías nuestras universidades frente a la competencia mundial. La responsabilidad de este error recae por un lado en nuestras escuelas y universidades que no tienen ni quieren imaginación, y por el otro lado en la omnipresente SEP cuya compulsión controladora requiere homogeneidad.
A mayor edad de los estudiantes, mayor libertad deberían tener para escoger qué estudian, cuándo y cómo. Los programas educativos deberían ser cada vez más abiertos y flexibles conforme avanza la edad de los estudiantes. El control sobre el currículo educativo, necesario en el caso de los niños, debería ir quedando en manos de los propios estudiantes conforme se van haciendo adultos. Los tubos deberían convertirse en redes que los adultos pudiesen explorar libremente en cualquier dirección de acuerdo con sus gustos y necesidades.
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