Autora: Ma. Alejandra Díaz Rosales
Publicación: Síntesis, 25 enero 2007
Ese caos que refleja la imagen de la babel bíblica que nuestro afamado director de cine mexicano, Alejandro González Iñárritu ha llevado al cine, es la misma imagen de conflicto entre fronteras e incomunicación que ocurre en el sistema educativo, ¿o tendría que definirse de otra manera lo que acontece actualmente con la asignación de presupuesto para las universidades públicas?.
Los distintos actores de esta babel contemporánea opinan sobre un monto destinado para el desarrollo científico en nuestro país que ni siquiera ha pisado la meta del 1% del PIB que ha sido la normatividad; parece que éste seguirá siendo un sueño guajiro mientras continúa el debate entre los legisladores, la ANUIES, la SEP y los representantes de universidades públicas sobre un hecho consumado, pues el presupuesto anual ha decrecido.
El 2007 será testigo de la atención a demandas como la formación de recursos humanos de calidad, el fortalecimiento de proyectos de investigación y la atención al desarrollo de la ciencia en general, con un financiamiento del solo 0.58 % del PIB, cifra que superó la propuesta de Felipe Calderón que era del 0.51 por ciento.
Es difícil esperar avances significativos en el conocimiento científico cuando la inversión que requiere sustentarlo y difundirlo es elevada. Japón por ejemplo, destina el 3% de su PIB para desarrollo científico y en América Latina sólo Brasil, a pesar de sus serias crisis económicas, ha conseguido la meta de destinar el 1% que nosotros anhelamos, para el sector de la ciencia y la tecnología. Tal vez nos evitaría una depresión esta obligada acción comparativa de lo que resuelven otros países en este terreno; seguimos lamentándonos de las acciones inconsistentes entre una petición explícita al gobierno federal para mejorar las condiciones de las instituciones cuya finalidad es formar para el progreso de la ciencia, la cultura y la tecnología, y las decisiones presupuestales que éste toma sin una consulta previa.
Así funciona la babel educativa, cada quien habla en su propia lengua sin comprender e intentar entender al otro. El discurso del actual gobierno señala su intención de favorecer las demandas urgentes en el ámbito de la investigación científica, pero los hechos sobre la asignación de recursos son contradictorios. Prevalece la confusión y frente a la incomunicación además del malestar se inhabilitan nuevas alternativas.
Los indicadores de la inversión federal en educación superior han mostrado una caída en los últimos años. El Consejo de Universidades Públicas e Instituciones Afines delineó un escenario deseable en el 2005 para alcanzar un gasto federal que consistía en un incremento sostenido de recursos en los siguientes años para alcanzar el 1% del PIB; la aspiración era lograrlo en el 2006; hoy sabemos que en este año la inversión tampoco tendrá este alcance; ni siquiera el nombrado 1.5% que prometió nuestro actual presidente. Se engrosan con ello las propuestas que no logran ver luz en sus objetivos. El incremento entre el año pasado y el actual sólo ha sido de mil 150 millones de pesos, ¿serán suficientes para mejorar los salarios de los investigadores, contar con más espacios educativos, laboratorios equipados, servicios de cómputo y aumento de los recursos para las bibliotecas?; la educación superior cuesta mucho más de lo que el gobierno federal se imagina.
Preocupa también que Josefina Vázquez Mota está más preocupada por establecer una política apegada a esquemas rigurosos de evaluación para fortalecer la inversión de cada peso, como ella misma ha declarado, que establecer acuerdos más determinantes en una inversión que mejore el nivel de desarrollo de la ciencia y tecnología de nuestro país y nos coloque en mejor posición dentro del panorama educativo internacional.
Insistiendo en la comparación, aunque luego nos lamentemos por los resultados, un dato que refleja la urgente necesidad de una mejor inversión para la educación superior y el postgrado es que en México hay un científico por cada 8 mil 660 habitantes aproximadamente, mientras que en Estados Unidos hay un científico por cada 237 habitantes, en Francia uno por cada 184 habitantes y en Brasil un por cada 2 mil 237 habitantes. Por ello Brasil sigue siendo el caso representativo de avance en este ámbito, pues además de su acertada inversión financiera gradúa con doctorado a cerca de 10 mil estudiantes cada año, mientras que en nuestro país sólo se gradúan mil 500 en promedio.
¿Cómo vencer el desinterés del Estado para trazar una política que priorice el desarrollo de la ciencia y la investigación en nuestro país? y ¿cómo hacer palpables los deseos de mejorar en este rubro, con una inversión adecuada?; ¿está listo el actual gobierno de México para apostar por el desarrollo del conocimiento científico, considerando que es una veta que determina el progreso integral del país?. Es necesario que se resuelva estructuralmente el problema del financiamiento para la educación superior; este es un asunto también prioritario en la agenda nacional.
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