martes, abril 10, 2007

Apoyemos una Legislación Para la Vida

Autora: Celine Armenta
Publicación: e-consulta 10 Abril 2007

Sembrar miedos infundados para manipular a personas y grupos, es eficaz, incluso cuando las mentiras que avalen al miedo sean absurdas. Parece parte de nuestra naturaleza dejar que el miedo nuble la inteligencia; incluso es posible que esta ceguera haya representado una ventaja evolutiva para la raza humana. Sin embargo, esto no quita un ápice de inmoralidad a la manipulación a través del miedo, ni al abuso y a la deshumanización que entraña. Dictadores de todos los tiempos han legitimado sus acciones mediante el miedo; líderes de dudosa calidad moral han inventado demonios y amenazas inexistentes para mantener guerras, detonar suicidios colectivos, linchamientos y genocidios. Y porque el fruto inmediato del miedo es el odio; y el odio genera muerte, es razonable temer al miedo infundado y luchar para no caer bajo su dominio. Y es responsable denunciar a quienquiera que use miedos infundados para movilizar pueblos y defender agendas.
Hay que denunciar que esparcir miedos irracionales es deshumanizante. Es apostar a que los seres inteligentes claudicarán de su inteligencia, y se doblegarán ante el puro miedo. Y la táctica suele ser efectiva, porque es relativamente simple, y porque el miedo es contagioso, progresivo y mortal.
En el debate originado por la inminente despenalización del aborto en la ciudad de México, la extrema derecha, Provida y los líderes religiosos han recurrido a la manipulación por el miedo; han engañado, exagerado y distorsionado los hechos, para llenar de miedo a sus feligreses. Y lo han logrado. Lo inmoral de tales acciones se multiplica por el abuso de poder. Imagino que es muy tentador para el líder religioso --cuyas palabras resuenan en su feligresía con el eco de lo eterno, lo absoluto, lo celestial y lo infernal-- manipular a sus fieles por el miedo. El jerarca tiene muchísimos privilegios, conocimiento y poder frente a sus fieles: abusar de todo ello debe ser tentador. Pues bien, en esta ocasión, los jerarcas han sucumbido a la tentación. Como pocas veces, se encuentran abusando del poder inmenso de quien domina conciencias y se presenta como fuente de verdad absoluta e incuestionable. El poder es intoxicante y adictivo; ¿quién podría sentirse inmune ante los cientos de hombres, y sobre todo mujeres, que contagiadas de miedo parecen dispuestas a dar la vida, o a matar, para respaldar a sus líderes?
El miedo agrava la distancia entre jerarcas y feligreses; el líder religioso reafirma su poder; y el pueblo afianza su ignorancia y se niega el derecho de pensar por sí mismo.
Si no tuvieran miedo, quienes hoy gritan enardecidas en las manifestaciones convocadas por Provida y la jerarquía clerical, podrían ponerse a pensar; podrían usar su sentido común y llegar a descubrir que, por pura congruencia, quien defiende la vida hoy en México, debe apoyar la despenalización del aborto. Así de simple. Y quien se ame a sí mismo, y a su prójimo como a sí mismo, debe apoyar la despenalización del aborto. Y quien quiera actuar con responsabilidad, y liberarse de los miedos que subyugan y embrutecen, debe apoyar la despenalización del aborto.
Despenalizar el aborto no causará más abortos; quien afirma que sin una sanción legal las mujeres correrán a abortar, ¿por el gusto de hacerlo?, simplemente no sabe de lo que habla. Esto es un insulto a la mujer; es afirmar que lo único que hoy detiene a las mujeres para abortar son las amenazas de sanciones; sin caer en la cuenta que eso no explica el altísimo número de abortos actuales que las mexicanas realizan a sabiendas de que pueden llevarlas a la cárcel o a la tumba.
Con el aborto despenalizado, seguramente se mantendrá el número de abortos que hoy ya suceden en México, y cuyo número hoy no sabemos con exactitud. Entonces, tendremos cifras reales. Lo que sí es seguro es que, sin penalizaciones para el aborto, habrá menos muertes; habrá más vida, más salud, más seguridad, menos sordidez, menos dolor, humillaciones y angustia; menos infecciones, hemorragias, desgarramientos, esterilidad y daños permanentes. Habrá más mujeres vivas, mejores futuros para sus hijos, para sus parejas y sus comunidades. Habrá más calidad de vida, más libertad, más posibilidades de información y de educación.
La despenalización también es un voto por la vida, porque implica enfrentar y abatir el miedo; y el miedo es muerte. El primer miedo que se abatirá será, por supuesto, el miedo a morir por parte de la mujer que decida abortar; y el miedo a las secuelas de la insalubridad y sordidez de los abortos actuales, sobre todo para las mujeres de menos recursos que sufren en intensidad muchísimo mayor a la de las mujeres con más poder económico.
Pero ese miedo no será el único que puede disminuir al eliminar la punibilidad del aborto. Además, se eliminará el miedo a ser obligada a abortar. ¿Por qué nadie piensa en ello? En las condiciones actuales de secrecía, sordidez y delincuencia, no sabemos siquiera con cuánta frecuencia la mujer es forzada a abortar; lo cierto es que estas mujeres difícilmente denunciarán a los delicuentes sin autoincriminarse. Quienes –como la mamá de Chespirito—decidan poner en riesgo su propia vida por sus convicciones, y elijan llevar a término su embarazo, encontrarán que precisamente la despenalización del aborto asegura su derecho a esta heroicidad; nadie las podrá obligar a abortar; y si alguien se atreviera a intentarlo, podría ser denunciado abiertamente.
Un miedo más se vería aniquilado por la despenalización del aborto; se trata del miedo que Provida, junto con los jerarcas y ministros de culto, católicos y de otras denominaciones, se están encargando de sembrar en sus feligreses, a base de engaños y de la perpetuación de la ignorancia. Ese miedo –con el odio y la muerte que acarrean-- se abatiría; y quizás con esta batalla ganada, se envíe a estos líderes el mensaje claro de que infundir miedo y odio es anti religioso; que es la antítesis misma de lo que han jurado vivir, defender y predicar.
Por supuesto, despenalizar el aborto hará más difícil la vida de estos pastores y curas; pero hace siglos que dejó de ser responsabilidad de los legisladores facilitar la vida a los líderes religiosos. Hubo una época en que por ley no se vendía carne en viernes, ni se abrían comercios o centros de trabajo en domingo; y en toda escuela se enseñaba el catecismo. Pero las sociedades maduran, y se impone la sana separación de lo religioso y lo civil. Al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios. Alguna iglesia puede prohibir para sus creyentes el uso del condón, que las mujeres se corten el pelo, masturbarse, recibir una transfusión, o que cohabiten dos personas del mismo sexo, pero mal harían los legisladores si crearan leyes que penalicen estas conductas; sin importar si la iglesia que impusiera tales restricciones a sus fieles fuera la iglesia de las mayorías. Los criterios de uno o muchos credos, no pueden determinar lo que es o no punible. La legislación debe velar por la salud y la seguridad de todos.
Pongamos inteligencia en este asunto: todos saldremos ganando en madurez, en responsabilidad y en poder de decisión.
Por la vida, por una vida abundante, de calidad y sin miedos ni odios: apoyemos que se despenalice el aborto en la privilegiada Ciudad de México. ¿Cuándo veremos algo similar en nuestra Puebla?

1 comentario:

Guillermo Hinojosa dijo...

Celine, estoy totalmente de acuerdo contigo. Coincido en que los legisladores no están para reforzar la moral religiosa; ninguna moral. El deber de los legisladores, y de todos los gobernantes es la salud, la educación, el bienestar de los gobernados; no la moral.
Me parece que el problema real está en la definición de ciudadadano que debe gozar de la protección del estado. ¿se crea un ciudadano en el momento de la unión del óvulo y el espermatozoide? ¿se crea después de 12 semanas? ¿Cuándo un feto tiene ya el derecho de gozar de la protección del estado? Me parece que no hay mas respuesta que fijar el momento arbitrariamente por el legislador.