Autora: Celine Armenta
Publicación: La jornada de oriente, 23 de Agosto 2007
Para la libertad, dice el poeta, sangro, lucho, pervivo; para la libertad, para la democracia, para la convivencia. Para la paz, dijo Don Benito, hay que respetar el derecho ajeno. Y hoy hay que sangrar y luchar porque está bajo ataque el cimiento mismo del respeto ajeno: el laicismo educativo.
El problema es que no es una lucha entre buenos y malos. Algunos opositores al laicismo son perversos y malignos, pero la mayoría lo hace con una voluntad tan buena como miope; quieren emular a los misioneros que con celo apostólico recorrieron los cinco continentes bautizando a diestra y siniestra, y a la vez aniquilando culturas. Actúan con el mismo proselitismo heroico y fanático que llevó a tantos a abrazar el martirio propio y a martirizar a quienes se resistían a ser convertidos; o a quienes ya convertidos osaban desviarse de la ortodoxia.
No los mueve maldad ni egoísmo; sino un genuino deseo de beneficiar a todos con su fe. Sería más simple si todos los enemigos del laicismo fueran furibundos intolerantes que odian a los diferentes o buscan manipular autoridades. Pero no es así; la mayoría son seres bondadosos que genuinamente creen que quienes no compartimos su fe estamos en el error; y que todos los niños serían más felices y plenos, en esta vida o después de muertos, si se violenta su voluntad y se les adoctrina en la fe de las mayorías.
¿Cómo convencerlos de que, simple y sencillamente, el proselitismo a ultranza es violatorio de los derechos humanos? Que su ventaja es puramente numérica; objetivamente ilusoria, fruto de hechos históricos de ética dudosa. Que mañana podrían ser ellos minoría y necesitar del laicismo para sobrevivir; que ser muchos no significa ser mejores, ni más verdaderos. Que mi verdad tiene derecho a un espacio y mi estilo de vida merece un reconocimiento. Que la humanidad es plural y diversa; y que las creencias de un solo mexicano merecen idéntico respeto que las de millones.
Hasta antes de las reformas de 1993 al Artículo 3º, con Salinas, todos los niños mexicanos, pobres y ricos, de escuelas públicas o privadas, tenían el derecho inalienable de ser educados laicamente, de prepararse para el pluralismo, para la tolerancia y para decidir al interior de sus conciencias en qué creer. Las escuelas confesionales infringieron esta ley durante casi 80años; pero cabía la esperanza de corregir la realidad al amparo de la Constitución. Hoy ni siquiera es así; los niños ya no tienen asegurado ese derecho. Con muy buena voluntad, sus papás pueden indoctrinarlos para la intolerancia desde edades tiernas. Y si las recientes campañas triunfan, el Estado claudicará de velar por la educación laica y científica; líderes y feligreses, intolerantes todos, algunos sedientos de poder y otros con buena voluntad, llevarán la educación católica a las escuelas públicas. Y la estrategia más eficiente para construir la convivencia, la democracia y la paz se habrá desvanecido.
¿Alguien sugiere cómo sangrar y luchar contra tan miope y fanática buena voluntad?
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