Autor: Gerardo Reyes Guzmán
Publicación: La Jornada de Oriente, 14 febrero 2008
Fue la tarde del 13 de octubre de 1857 cuando los bancos de Nueva York se declararon en banca rota. Según los historiadores, se trata de la primera crisis financiera a nivel mundial que afectó a Norteamérica, Europa y Asia. El joven Carlos Marx recibió la noticia con júbilo creyendo que se trataba del ocaso del capitalismo. Son dos los responsables a quienes se les atribuye la desgracia y quienes por cierto nunca se conocieron por vivir en dos mundos alejados: el Zar de Rusia, Alejandro II y el banquero norteamericano Edward C. Ludlow. Ludlow trabajaba para la Ohio Life Insurance & Trust Company y otorgaba créditos a la industria textil y del ferrocarril, pilares del crecimiento económico en los Estados Unidos. Era la época en que el hierro y el carbón, los barcos de vapor, la locomotora, el telégrafo y el cableado incentivaban el ánimo de los inversionistas. Ello hizo que la bolsa de valores creciera como el lugar ideal en donde los dueños de las empresas ofrecían parte de su propiedad en acciones y los inversionistas su capital en espera de recoger ganancias prometedoras. Ningún otro banco disponía en esos años de más depósitos que el Ohio Life Insurance & Trust Company y Ludlow invertía en proyectos cada vez más riesgosos relacionados con la fiebre del ferrocarril. En algún momento perdió el control en medio de la avaricia; conseguía millones de dólares de otros bancos que a su vez se financiaban en otros países para posteriormente otorgar créditos a clientes de dudosa solvencia financiera. El 24 de agosto de 1857 Ludlow reportaba a sus directivos que el banco se encontraba en bancarrota; el dinero se había esfumado. Casi todos los bancos de Nueva York que le habían prestado a Ludlow exigieron a sus respectivos clientes (empresas) el pago inmediato de los créditos otorgados con el afán de recuperar las pérdidas. Las empresas se vieron cortas de liquidez y decidieron vender acciones, cuyos precios ya habían caído meses antes en virtud de que los rendimientos en el negocio del ferrocarril no habían dado los frutos esperados. Ello provocó que muchas empresas se declararan en quiebra, que los bancos cerraran y que la actividad bursátil languideciera. Para colmo, el 12 de septiembre de ese año, se transmitía a través del telégrafo la noticia de que un huracán había provocado el hundimiento del Central America, un barco de vapor en el que no solo habían perdido la vida 426 pasajeros, sino que toneladas de oro procedentes de las minas de California, que los bancos de Nueva York habían encargado para sus restablecer sus reservas, se había ido al fondo del océano. Por otro lado, el nuevo Zar de Rusia Alejandro II, decidía terminar con la guerra de Crimea que había representado jugosas ganancias para los agricultores norteamericanos que exportaban granos a los países en conflicto (Rusia, Francia e Inglaterra). Tal situación hizo que los productores no pudieran pagar sus créditos, lo cual aceleró aún más la quiebra de bancos y empresas. La consecuencia fue un desempleo masivo nunca antes visto, mismo que dio paso a un empobrecimiento contundente de la población norteamericana. Pero era una pobreza en medio de la riqueza, pues aún había mercancías en abundancia, solo que pocos las podían adquirir. La crisis de Norteamérica afectó la actividad comercial y bancaria en Londres, Hamburgo, Paris, Ámsterdam, Bruselas, Suecia, Rusia, Argentina, Uruguay, India, Indonesia, etc. La crisis no duró más de dos años; y fue hasta que la confianza retornó a las instituciones financieras cuando se revirtió el efecto recesivo. De ahí a la fecha las crisis han sido recurrentes, pero lejos de representar el ocaso del capitalismo como lo concebía Carlos Marx, se han convertido en fenómeno cíclico.
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