Autor: F. H. Eduardo Almeida Acosta
Publicación: La jornada de oriente, 29 Febrero, 2008.
Cuando uno cumple setenta años, algunos antes, empiezan a preguntarse sobre lo acontecido y lo realizado en la propia trayectoria. Mi vida ha coincidido con la segunda guerra mundial, las esperanzas de paz de la posguerra, la revolución cubana, la guerra de Vietnam, el movimiento estudiantil, los variados y valientes intentos de cambio social, el fin de la guerra fría, el desarrollo de las nuevas tecnologías, el triunfo de las aparentes democracias y las promesas de la utopía neoliberal. Me ha tocado vivir de cerca las derrotas de los poderosos, la de Francia en 1954, la de Estados Unidos en 1975, ambas logradas por los Vietnamitas. Un hilo conductor de mi vida ha sido la conciencia de la desigualdad social que caracteriza a México y mis intentos, afortunados y desafortunados, de contribuir a combatirla.
Puedo afirmar que soy de la generación de los idealismos de los años sesentas y setentas, y de las militancias por cambiar el mundo a través de la educación y la psicología encarnadas en prácticas concretas en el medio educativo y en el rural indígena. He compartido los defectos, los errores, las equivocaciones de muchos de mis contemporáneos, entre ellos sectarismos, luchas intestinas. Y me ha llamado la atención la poca importancia que se ha dado a las idiosincrasias psicológicas individuales de los actores sociales que son consecuencias de trayectorias históricas y sociales personales y colectivas. Pienso que si se le diera mayor atención a estas problemáticas interpersonales se podrían obtener mejores posibilidades de colaboración sin pleitos por dificultades de ese tipo no resueltas. Menciono esto porque considero que los tiempos que vivimos ahora son los de un mundo hechos trizas, mucho menos seguro que el que nos toco vivir en nuestra juventud. Un mundo en el que las luchas a dar exigen aprender de nuestros errores, a dejar de luchar luchas aisladas, a buscar convergencias, a seguir resistiendo desde trincheras pequeñas y grandes contra lo que daña cotidianamente a la inmensa mayoría de nuestro pueblo, contra el riesgo de suicidarnos en masa.
Somos parte de un mismo esfuerzo. Unos desde la universidad, como reivindica Pablo González Casanova, vinculando el pensamiento crítico al pensamiento alternativo que enfrenta las ideologías neoliberales y neoconservadoras y sus miopías, torpezas, insensibilidades, manifestadas recientemente por nuestros gobernantes. Otros desde la poesía, que es creer en la vida y no en la muerte, que es trabajar por una justicia más amplia, como propone Margaret Randall. Unos desde la economía, como Rolando Cordera, develando las estupideces de funcionarios que desconocen la evolución mental y social del pueblo Mexicano, y el agobio y la indignación que ahora se incrementan. Otros como Arnaldo Córdova manteniéndose fieles a las causas del pueblo durante 54 años a pesar de las incongruencias propias y las de los compañeros de lucha. Es una búsqueda difícil pero urgente encontrar los puntos de encuentro, de ligar todas las luchas, de atajar la devastación, el envenenamiento y la asfixia del mundo.
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