Autora: Celine Armenta
Publicación: Síntesis, 6 de Maarzo 2008
El Sistema Educativo Mexicano tiene taras y escollos tan graves y evidentes, que apenas y reparamos en sus virtudes, pese a que son muchas y probadas. Aunque, como sucede en otros casos, basta comparar nuestra educación con otras realidades, como las telecomunicaciones, para que sus ventajas resulten deslumbrantes.
Las similitudes entre educación y telecomunicaciones son obvias: ambas son responsabilidad estatal; ambas construyen ciudadanía, identidad y democracia; ambas deberían posibilitar el pluralismo, la expresión de individuos y colectivos, la tolerancia, el mutuo respeto y la libertad. Por eso el Estado sólo pude otorgar permisos y concesiones, siempre supervisadas.
Pero las diferencias son enormes. Cada vez que se cuestiona al artículo tercero constitucional o a la gratuidad y universalidad de la educación, el pueblo y nuestros representantes aullamos indignados. No funciona bien nuestra educación, pero sus bases son incontrovertibles. ¿Quién se opone a una educación que luche “contra la ignorancia y sus efectos: las servidumbres, los fanatismos y los prejuicios”? ¿Quién cuestiona una educación democrática que mejore la vida de todos; que favorezca “la defensa de nuestra independencia política, el aseguramiento de nuestra independencia económica y la continuidad y acrecentamiento de nuestra cultura”?
Ah, pero en telecomunicaciones parecemos favorecer lo contrario. El Estado jamás ha ejercido su papel rector y todo el poder está en manos de un par de sujetos en detrimento de millones de mexicanos. La Ley Televisa, hoy declarada anticonstitucional, privatizaba las telecomunicaciones para que siguieran demoliendo los frágiles edificios construidos en las aulas. Todos los diputados la aprobaron, y pocos mexicanos se indignaron. Por su parte, Carmen Aristegui dio voz a quienes denunciaron tal infamia; y ella acabó de “patitas en la calle”.
En estos días los diputados federales deberán crear una nueva legislación de telecomunicaciones. Yo les exijo que generen un marco tan sólido y esperanzador como el de la educación mexicana. ¡Lo necesitamos!
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